lunes, 11 de agosto de 2014
"El mundo de ayer", de Stefan Zweig, una lectura imprescindible.
Cuando un libro es capaz de aportar tanta humanidad, tanta emoción y con tal delicadeza literaria, hay que compartirlo. Lo pide el propio libro. Los principales episodios de la primera mitad del siglo XX se recorren en sus páginas con tanta pasión como impotencia. Stefan Zweig, el autor de El mundo de ayer se suicidó en 1942, expulsado no solo de su patria (Austria), sino de una Europa devorada por los odios y la guerra. El análisis que Zweig hace de la cultura, la política y la situación social de la Europa por la que tanto luchó es tan preciso que sería difícil comprender una época de manera más clara y profunda. Y no solo repara en lo circunstancial, sino que disecciona también parcelas tan íntimas como la educación sexual de su adolescencia:
"Por lo general, los niños, e incluso los jóvenes, tienden a mostrarse respetuosos sobre todo con las leyes de su entorno. Pero se someten a las convenciones que se les imponen solo cuando ven que todos los demás las observan con la misma lealtad. Un solo ejemplo de falta de veracidad por parte de los maestros o de los padres induce inevitablemente a considerar todo su entorno con mirada desconfiada y, por ende, más inquisitiva. Y nosotros no tardamos mucho en descubrir que todas las autoridades en las que habíamos depositado nuestra confianza hasta entonces (escuela, familia y moral pública) en lo referente a la sexualidad se comportaban con notable falsedad. Y más aún: que en este tema también a nosotros nos exigían secretismo y disimulo (...). Si tratamos de formular la diferencia entre la moral burguesa del siglo XIX, que era esencialmente victoriana, y las ideas hoy vigentes, de más libertad y menos prejuicios, quizá la mejor forma de abordar la cuestión sería diciendo que aquella época rehuía medrosamente el problema de la sexualidad por un sentimiento de seguridad interior..."
No sé si realmente hemos superado esa moral victoriana como dice Zweig, ni siquiera en el siglo XXI y por supuesto, también se puede aplicar el análisis sobre la rebelión de la juventud al momento actual.
Veamos con qué lucidez describe el estado de fanatismo patriótico que se vivió en los países contendientes de la Primera Guerra Mundial cuando estalló:
Aquella marejada irrumpió en la humanidad tan de repente y con tanta fuerza, que, desbordando la superficie, sacó a flor de piel los impulsos y los instintos más primitivos e inconscientes de la bestia humana: lo que Freud llamó con clarividencia "desgana de cultura", el deseo de evadirse de las leyes y las cláusulas del mundo burgués y liberar los viejos instintos de sangre. Quizás esas fuerzas oscuras también tuvieran que ver con la frenética embriaguez en la que todo se había mezclado, espíritu de sacrificio y alcohol, espíritu de aventura y pura credulidad, la vieja magia de las banderas y los discursos patrióticos: la inquietante embriaguez de millones de seres, difícil de describir con palabras, que por un momento dio un fuerte impulso, casi arrebatador, al mayor crimen de nuestra época.
La descripción del ambiente militarista durante los primeros compases de la Gran Guerra estremece porque nos suena muy familiar siempre que estalla un conflicto bélico:
El que exponía una duda, entorpecía su actividad política; al que les daba una advertencia, lo escarnecían llamándolo pesimista; el que estaba en contra de la guerra, lo tachaban de traidor. Era la pandilla de siempre, eterna a lo largo de los tiempos, que llamaba cobardes a los prudentes, débiles a los humanitarios, para luego no saber qué hacer, desconcertada en la hora de la catástrofe que ella misma irreflexivamente había provocado. (...) Desde el principio no creí en la victoria y una sola cosa sabía con seguridad: que aunque se consiguiera a costa de inmensos sacrificios, nunca justificaría las víctimas.
Poco antes de que comience la 2ª Guerra Mundial, Zweig tiene que huir de Austria por la persecución a que se vio sometido por parte de Hitler (era un autor muy conocido y, además, judío). Hubiera querido escapar de todo, evadirse, no escuchar la tragedia que se avecinaba, pero el aislamiento es imposible en el mundo moderno. Sus palabras parecen definir mejor el momento actual que el final de la década de los 30:
Casi parece una malévola venganza de la naturaleza contra el hombre el que todas las conquistas de la técnica (gracias a las cuales le ha arrancado las fuerzas más secretas) le destruyan el alma. La peor maldición que nos ha acarreado la técnica es la de impedirnos huir, ni que sea por un momento, de la actualidad. Las generaciones anteriores, en momentos de calamidad, podían refugiarse en la soledad y el aislamiento; a nosotros, en cambio, nos ha sido reservada la obligación de saber y compartir en el mismo instante lo malo que ocurre en cualquier lugar del globo.
Stefan Zweig, fetichista de obras literarias y musicales, coleccionaba todo aquello que los genios ponían a su alcance. Esa afición iba unida a un espíritu libre, humanitario, cosmopolita, inteligente como se puede comprobar en El mundo de ayer, biografía de un hombre íntegro y de una sociedad degenerada. No perdáis la oportunidad de leerla en cuanto podáis, os transformará.
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