domingo, 28 de abril de 2013

"No soy responsable de mis palabras"


No me siento responsable
de mis palabras.
Veo esos cuerpos muertos,
hundiéndose  en las aguas
de un pozo inmenso,
decantándose hasta el fondo
como el indiferente limo.
Y el experimento del tiempo, 
hincha las vísceras
de gases químicos,
hace ascender los cuerpos
lentamente,
infestando el agua estancada.
Ya en la superficie, 
recojo los cuerpos hinchados
y los vuelco sobre el papel, 
con cuidado de que no revienten,
de que su veneno
no deje perdida la hoja.
Los limpio con oficio 
de relojero,
los embadurno de tinta
y, como un disecador
minucioso,
los convierto en versos
que no son míos,
en imágenes sin vida
que solo alentarán
en los ojos de un demiurgo
avezado.
No soy responsable
de mis palabras,
aunque advierto una familiar 
fijeza
en sus ojos de vidrio.

viernes, 26 de abril de 2013

"En la ciudad de Ursus" (crónica de un viaje por Rumanía): Última jornada, "Me duelen las entrañas"

En Cluj-Napoca, la ciudad rumana-romana, no existe el sol ni el viento. Los cielos se tejen con cables de teléfonos y las iglesias se han adueñado de las calles. En Cluj-Napoca, en Rumanía, la apostolina Mª Luisa tejió también con bolsas de basura y cartulinas los trajes de pingüino para disfrazar a nuestros chicos en la representación de un autor rumano de difícil interpretación. Alejandro, Alicia, Susana, Leticia, Pilar, Míriam, Irene y Luismi se atropellaban en el vestíbulo del teatro que a nosotros nos sirvió de camerinos y de sala de ensayos (así es el teatro de urgencia). Los nervios eran evidentes, el teatro mudo que iban a representar era incomprensible y fallaron también los medios técnicos (cómo no). Aún así, ataviados con picos y patas de papel y vestidos con el plástico de los desperdicios no dudaron nuestros chicos en saltar al escenario y salir airosos del embolado en el que nos habíamos metido con ese Apollodor que viajaba por todo el mundo y que saludaba a toda la familia y que acudía al médico y otras tantas acciones sin sentido.. El teatro del absurdo se unió a nuestro teatro de la urgencia y se formó un conglomerado extraño. Después de las representaciones asistimos a una película rumana muy curiosa en la que se trataba el problema de la transición a la democracia de un pueblo sometido a un dictador y la impudicia de los buitres occidentales (en este caso franceses). Todo en tono de comedia social a la manera de Loach, no sé dónde vio el profesor italiano las referencias a Joyce ni el parecido que le encontró la profesora rumana con Volver. Lo mejor de la película fue sin duda el paseo de Alejandro entre la primera butaca y la pantalla quejándose de que le dolían mucho las entrañas, posiblemente previó los discursos posteriores que pretendían comentar la película. 
Se curó milagrosamente con unos tragos de agua.
Por la noche, la fiesta de despedida: un baile de máscaras intercultural con cena frugal y mucha diversión (hasta mi hija bailaba). Un camarero rumano que había trabajado en la costa española nos sirvió con mucha dedicación, a nosotros y a las dos profesoras rumanas que se sentaron a nuestra mesa y que se parecían misteriosamente a dos personajes muy famosos de la prensa rosa. En los bailes, de nuevo emergió la figura de Lusmi, deslumbrando con su ritmo latino insuperable, aunque una de las chicas turcas le hizo la competencia seriamente. Todo olía a adioses y a despedidas eternas. Así lo vieron los turcos quienes volvieron a chocar sus cabezas contra las nuestras con la tristeza de no volvernos a ver. En las repisas de las ventanas descansaban las máscaras de pasta lanzando muecas de melancolía que dejaron en penumbra la sala. La aventura había concluido, las jornadas en el país en donde no sopla el viento y el sol se esconde por miedo a las arañas tocaban a su fin. El lamento turco fue el más intenso. No compartimos con ellos muchas palabras, pero sí muchos sentidos cabezazos.

viernes, 19 de abril de 2013

Fotomatón IX: "La muerte con sombrero"





En esta ocasión les corresponde a José Nohales y a Andrea Nieves elaborar sus textos para una nueva entrega de esta serie. Aquí os dejo mi poema. Suerte.

Siempre la muerte se presenta con sombrero,
siempre es necesaria la etiqueta en los cócteles,
beber gintónic en conos invertidos
a pequeños sorbos 
para no manchar con sangre 
la orilla de los vidrios.
Siempre los epílogos son más solemnes que los prólogos,
por eso la comedia no se entiende, 
porque no se muere;
solo los niños y los adolescentes
ríen enganchados a sus consolas
y a sus besos de tornillo.
Con capa y con sombrero se presenta la muerte,
con un aroma rancio de jofaina y de orinal
nos ofrece suspiros de almendra
y una máscara inapropiada de histrión.

lunes, 15 de abril de 2013

"En la ciudad de Ursus" (crónica de un viaje por Rumanía): V jornada "Ínsula y el arte eterno"


Las nubes seguían allí, enladrillando el cielo de Cluj-Napoca, la ciudad romana-rumana que no permitía al sol alumbrar sus calles. De nuevo en la escuela de arte Romulus Ladea, pero esta vez con nuevos roles: participaríamos como alumnos en los talleres de arte que allí se imparten. Pintura artística, pintura de máscaras, escultura, pintura de manos, cerámica, fotografía, taller textil..., el día prometía sumergirnos en una nueva dimensión. Situarnos en el lugar de los alumnos y experimentar la ilusión de que se nos mostraran enseñanzas que algunos abandonamos en la primitiva EGB, nos dibujó una cara adolescente que ya no recordábamos. Pintamos en acuarela la plaza de San Clemente, decoramos máscaras de carnaval con las trazas expresionistas de un artista de vanguardia, nos untamos las manos en pintura para estampar nuestra personalidad y la "apostolina" (otra vez estos femeninos forzados a los que nos conduce la Iglesia) Mª Luisa elabora un tapiz de lana virgen que podría pasar por un posavasos para gigantes delicados. La experiencia artística nos anima, saca de nosotros monstruos escondidos y nos lleva a la próxima estación: el Casino y la exposición de pintura en la que alumnos rumanos han mostrado sus impresiones sobre los paisajes de España, Italia y Turquía. El jardín que rodea al Casino impresiona por su soledad y su cuidado. En el interior del edificio unas chicas ligeras de ropa (¡qué frío!) posan para los fotógrafos. Alejandro confunde los términos y se fotografía con ellas deslumbrado por su desnudez y arrinconando las pinturas. Descubrimos la primavera de los almendros de la Torre Vieja en uno de los cuadros que contrasta con el invierno prolongado que se vive en las calles de la ciudad rumana.
Por la tarde una representación teatral en el "Teatrul" de la ciudad. El edificio es una joya por fuera y por dentro. Su interior nos traslada a los mejores tiempos del teatro del siglo XIX, cuando el público iba más a contemplar al vecino de localidad que al propio espectáculo. Desde nuestro palco, antes de que comience la representación, podemos hacer un barrido de los asistentes. No queda un asiento libre, las butacas de terciopelo rojo y madera vieja nos muestran a nuestros compañeros de viaje y a mucha más gente a la que podemos revisar de arriba abajo como hacían con sus prismáticos los espectadores de otro tiempo. La situación en cualquiera de los palcos es estratégica, permite la supervisión completa de nuestros compañeros de viaje, porque se muestra el teatro como un tren de vagones abiertos en los que los viajeros nos embarcaremos en la aventura de la palabra y el chisme. Antes de partir unas palabra gruesas del apóstol Pedro con una aposentadora recién salida de la mejor tradición de las institutrices alemanas de pura cepa.
La obra, "Ínsula", una especie de ópera bufa en la que el absurdo se nutre de las buenas voces de los actores y la incoherencia cómica de la trama.
Por la noche, de nuevo a la Biblioteca, la avidez insana por la cultura nos está matando. 

"La primavera y sus peligros"


Los insectos que se aplastan
contra el cristal delantero
de mi automóvil
anuncian la primavera.
Esa sangre verde y amarilla,
esa lluvia sucia que empaña la conducción,
esas insignificantes muertes que a nadie importan
podrían provocar un accidente
en la mejor época del año,
cuando la vida se abre paso entre alergias
y paseos de viejas.
Nunca he tenido en mi automóvil
un paño con que limpiar
los cuerpos estampados
de los insectos.
Se fosilizan hasta el verano
en el cristal delantero
con el consecuente peligro
y la sensación
de que la primavera
puede arruinarme la vida
en cualquier momento.
Sí, la primavera,
cuando los trigos encañan
y se muestra la calor;
sí, la primavera,
cuando las abejas mueren
y se nubla mi visión;
sí, la primavera,
cuando resplandece la desidia
de un servidor.

viernes, 12 de abril de 2013

"En la ciudad de Ursus" (crónicas de un viaje por Rumanía): IV jornada, "Descenso a los infiernos o Una temporada en el infierno o En el corazón de las tinieblas"

Cuando amaneció todo parecía apuntar a una excursión turística sin mayor trascendencia, luego pudimos comprobar que aquella mañana descenderíamos a los infiernos de Rumanía. El viaje en autobús hasta la ciudad de Turda fue sosegado y no demasiado largo. A través de las ventanillas asomaba un paisaje tan ceniciento como el rostro de algún profesor italiano. El cielo plomizo descargaba con fuerza su mal humor sobre una tierra negra ondulada por colinas suaves y desnudas. Era una premonición, la tristeza del ambiente hablaba de una peregrinación al infierno aunque sin el acompañamiento de Virgilio, solo un guía humildemente acreditado al que se le oía con debilidad. Llegamos a las minas de sal con el cielo aún furioso arrojando la humedad sobre nosotros, avisando de la que podría haber sido negra jornada. En las puertas se agolpaban los niños de primaria, avisando con una seriedad extraña del periplo que nos esperaba. Nos introdujeron por un laberinto de galerías, las paredes rezumaban sal y el ambiente claustrofóbico se llenó con el hedor del bacalao podrido. El guía nos advirtió de que los trabajadores de la mina, cuando funcionaba (antes de 1932) eran contados a la salida por dos veces porque muchos desaparecían sin dejar rastro. Si aquellos pasillos agrios y oscuros no auguraban nada bueno, en el pasado tampoco habían dejado nada mejor. Descendimos por unas escalinatas de madera, por pasillos angostos, por pasarelas colgadas en unos abismos de salitre. Alguno de los apóstoles se angustió por una extraña patología que le lleva a ser atraído por el vacío y a punto estuvo de abandonar el descenso a los infiernos. Desde la altura ya habíamos advertido el camino que nos llevaba casi al centro de la tierra. Abajo, una especie de laguna (la Estigia, con seguridad) mecía unas barcas amarillas lanzadas por Caronte al albur de su negrura. Descendimos por las pasarelas, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis..., hasta 17 pisos, hasta alcanzar una explanada convertida en un parque recreativo lúgubre con noria y atracciones diversas en las que los chicos se afanaban por dotar de alegría al corazón de los infiernos. Nos dirigimos directamente a la laguna Estigia, algún designio fatal nos conducía hasta allí. En la barandilla de un puente de madera esperamos a que las intrépidas alumnas se lanzaran a las barcas que navegaban sobre el agua negra: Irene, Susana y Míriam ocuparon una de ellas; en la otra, Alicia, Irene y Pilar. No dábamos crédito, ni tampoco un euro por sacarlas de allí sin que se mojaran. Pilar e Irene se hicieron con los remos de las barcazas. Criadas en las profundidades de La Mancha, se veía que lo más parecido al mar que habían visto era el río Rus. Encallaron nada más salir, las embarcaciones bogaban sin ninguna dirección, hasta que Pilar perdió uno de los remos, parecía que se lo iba a tragar la laguna y las tres se lanzaron a por él. La barca osciló a uno y otro lado peligrosamente, todo parecía perdido y veíamos a las tres flotando en la laguna salina. Por suerte se recuperó el remo y milagrosamente el descenso a los infiernos acabó en risas nerviosas y Caronte tendría que esperar mejor ocasión para alojarlas en su seno. Ascendimos buscando la superficie con avidez. La "apostolina" (hay que ver lo difícil que nos lo pone la Iglesia con los femeninos cuando hay que nombrar cargos eclesiásticos) Joaquina había hecho voto de caminante y se dirigió a los ascensores para no caer en pecado y no ascender los 17 pisos de madera de salitre que a los demás nos esperaban. Ella quería subir a pie, pero no se debe ir contra los votos impuestos por nuestro santo patrón. Los presagios cenicientos, plomizos, de los cielos y de alguno de los profesores italianos no se cumplieron. Salimos del centro de la tierra, del corazón de las tinieblas, no nos convertimos (menos mal) en personajes de Conrad, ni de Dante, ni siquiera de Rimbaud. Una comida ligera en un precioso paraje llamado, impostadamente, "Dracula Castle", dio fin a la aventura también impostada, no nos convertimos en personajes de tragedia, más bien en Sancho y don Quijote cuando intentaron atravesar el Ebro y cayeron al río por su impericia como navegantes.

miércoles, 10 de abril de 2013

"En la ciudad de Ursus" (crónicas de un viaje por Rumanía): II y III jornadas "De la decadencia y de las costillas de Teatinos"



La mayoría de los edificios tiemblan ante el miedo de caer derrengados por la falta de atención. También la escuela de arte "Romulus Ladea". Desde la entrada todo es ruina y madera carcomida por la humedad. La práctica viva del alumnado salva el moribundo estertor de sus instalaciones: por los corredores y las aulas se exponen retratos poco precisos, grabados de filigrana, torsos esculpidos en barro, cerámica primitiva de arcilla negra y una sensación de que todo nace de un solar a punto de ser arrasado por las excavadoras, de que el arte sobrevive a la hecatombe, a pesar de todo. 
En el auditorio una recepción de bienvenida ciertamente curiosa: comenzamos con la solemnidad de los himnos (el nuestro con la rancia letra de José María Pemán, fue lo que encontró Raúl en Internet, ajeno a las miserias franquistas de nuestro pasado). Un desconcertante pase de modelos abrió y cerró el acto con trajes recién sacados del mercadillo o de las manos de una moda que a nosotros nos resultaba un tanto chusca. En medio, una loable actuación de alumnos de la escuela de cine, representando escenas de célebres películas: Chaplin, Fellini, Billi Wilder..., buen gusto.
La noche siguiente, cena internacional. Un grupo del mejor folklore rumano lució en sus bailes el clásico cortejo de los rituales primitivos, donde los machos exhiben su hombría con saltos y elevaciones de piernas que para sí las hubiera querido Nadia Comaneci. Se golpean los muslos y los talones para atraer a las hembras que, sumisas, emiten gritos agudos tras ellos y aceptan sus brazos con agrado. El blanco impoluto viste sus cuerpos, símbolo de inocencia y rito de iniciación. Las falditas cortas de los chicos y sus leotardos los convierten en bailarinas hombrunas de caja de música. Los cantos graves de ellos son respondidos con agradables voces de flauta dulce, todo se envuelve en un ambiente de erotismo dinámico y rítmico.
Durante la cena, los platos se exhiben en una larga mesa, mezcladas las comidas italianas, rumanas, turcas y españolas. De entre todos los platos destaca uno por su exotismo y por el proceso misterioso de su elaboración: las famosas "Costillas de Teatinos", que si no aparecen en el Quijote deberían haberlo hecho. Su color sonrosado habla de una exquisitez propia de los manjares que Sancho degustó en las bodas de Camacho, aunque esconden su adobo y su secreta receta (según las malas lenguas se orearon en un yakuzi). Las chicas de Teatinos saborean entusiasmadas las delicias traídas de allende los mares. La fiesta culmina con bailes de enredo en donde los turcos llevan la voz cantante hasta que aparece la figura andina de Luismi, nuestro peruano danzón. El licor de ciruela (la "tuica") engrasa las articulaciones de algunos bailarines. Seguimos rindiendo tributo a nuestro santo patrón y el apóstol Javi se deshoja en la pista de baile ofrendando su deshidratación al patrón que nos guía y nos conduce por la senda de los inescrutables caminos del Señor.

martes, 9 de abril de 2013

"En la ciudad de Ursus" (crónicas de un viaje por Rumanía): I jornada, "De santos y telas de araña"


Salimos desde Valencia pertrechados con suficientes bocadillos de jamón como para alimentar a cien Leticias. El avión sabe a tren de inmigrantes de los años 60. El oscuro ronroneo del acento rumano vuelve misterioso el habitáculo. Los hunos han tomado los asientos y apenas caben en ellos, se remueven con incomodidad y respiran el gorgoteo de su lengua con lánguidas conversaciones casi susurradas. Se aplaude el aterrizaje como una actuación sublime del mejor artista de circo, como el final de aquellas películas de vaqueros en las que terminaban siempre por matar a los indios. 
Al llegar de madrugada al hotel nos encontramos con una sorpresa, al lado de recepción unas luces de neón medio fundidas anuncian un Night Club. Preguntamos al recepcionista si los niños de doce años pueden pasar a ese antro (por curiosidad) y sorprendentemente nos dice que sí, aunque luego aclara, "eso sí, es un club de striptease".
En las calles de Cluj-Napoca una araña descuidada ha tejido una tela caótica de cables de teléfono, conducciones eléctricas y troles de tranvía. El cielo se llena de cicatrices artificiales que martirizan la piel de las nubes rumanas. Las iglesias ortodoxas, impúdicas, han colgado altavoces en sus fachadas para que los transeúntes escuchen las misas del Domingo de Resurrección. Unos kioskos como de castañeras antiguas muestran su oferta de velas con que homenajear a Cristo y así llenar las arcas de la tesorería eclesiástica. El adoquinado recio y las fachadas de cuento alemán nos trasladan a una Praga en miniatura, aunque poco cuidada. Sobre los rudos adoquines pasea la mixtura germano-turca de la población rumana: cabezas imponentes de enormes cráneos, cuerpos recios y mujeres estilizadas y largas como los cables que asolan los cielos de la ciudad.
El primer santuario que visitamos se llama "La Biblioteca". En este insigne espacio, alumbrado por la mejor música rock y por gorros de gánster, se propone entre cerveza y cerveza una idea que va a generar proselitismo entre los fervorosos creyentes de los bares de San Clemente: se propone elevar a los altares la figura del más insigne de los pobladores de estos garitos como santo mayor, se le venerará en procesión y se cantarán loas extraídas de su amplio repertorio de coplas populares; se rezará su palabra sagrada ("Eh, eh, eh, rico mío"); la hornacina con su efigie se expondrá en la fachada de los bares. Mientras, el apóstol Pedro dice que le gustan las salchichas de Frankfurt por el ojete. 
Caída la noche, cenamos en un oscuro calabozo de adobe en donde hay que atravesar el espeso humo del tabaco para llegar hasta las mesas. Degustamos manjares de todo tipo, entre ellos unas lenguas de ternera tan misteriosas como el antro carcelario en el que con turcos y rumanos las compartimos. Para no elevar el lirismo del encuentro, nos retamos con los turcos al futbolín y los vencemos sin casi despeinarnos.

Fotomatón VIII, "Posteridad"

Nuevas aportaciones para "Fotomatón", esta vez de Míriam Moya y de Irene Lapeña. Y ya vamos por la octava.


El poema de Irene Lapeña:

Su cabello de oro, de luz radiante, 
labios rojos con sonrisa al instante. 
Ella fue una diva como ninguna, 
un bello recuerdo con luz de luna. 

Te fuiste, ahora ya no estás 
por siempre serás icono inmortal. 
Eternamente juventud tendrás 
y siempre serás diva esencial.  

Por ti elegiré el zapato apropiado 
que me permita conquistar el mundo 
y seguir el camino adecuado. 

Aquí nada acabará jamás 
pues siempre recordada serás 
y como un diamante lucirás. 


Poema de Míriam Moya:

Hasta el mejor recuerdo de una vida pasada acaba desapareciendo...
El camino por el cual vamos pasando a medida que pasa el tiempo es difícil, y 
cada persona se lo va tomando de una forma.
Los más valientes quieren recorrerlo entero, cueste lo que les cueste, 
otros se van quedando sin fuerzas y optan por abandonarlo porque piensan que es la opción más fácil y ligera.
Pero todos ellos solo tienen un objetivo, que aunque su cuerpo carezca de vida, su alma quede para siempre recordada.