Uno es idiota
y lo sabe, lo reconoce,
a pesar de que su propia idiotez,
en muchas ocasiones,
le haga pensar que no lo es.
Y aunque lo sepa, y lo reconozca,
intentará disimularlo en público,
por pudor, por vergüenza.
A veces se consigue
y es sorprendente
como uno puede enmascararlo,
no solo eso,
animado por el éxito del disimulo,
se lanza más allá
e intenta hacerse pasar por una medianía.
Y lo consigue
y uno se anima
y sigue
y repara en la pose de los intelectuales
y se arriesga y va más allá
y la imita y la hace suya
y cuela, ya lo creo que cuela.
Y uno sabe que es idiota
y lo reconoce,
pero el pudor
y la ductilidad
lo convierten en un odre de ventosidades,
y se ufana, y se hincha, maloliente,
porque uno sabe que siempre ha sido idiota.
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