Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas desde la "indocencia". Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas desde la "indocencia". Mostrar todas las entradas

viernes, 11 de noviembre de 2016

El alumno de 16 años que se convirtió en Sigfrido


Un aula de instituto. Quinta hora de un día señalado por los augures. Brunilda es María y Crimilda, Andrea. Sigfrido es Sergio y Günther, Mario. El dragón, Amanda y Hagen, Iván. Brunilda y Crimilda llevan pamelas de Venecia y Sigfrido, una espada de plástico. Günther se significa como rey con una corona de papel que le ha fabricado Lorena y el cofre de cartón encierra el tesoro de los Nibelungos. Todo está preparado para la representación. Ellos no saben de qué va el Cantar de los Nibelungos, pero adentrarse en una historia desconocida disfrazados y como protagonistas los convierte en alumnos receptivos, alegres y emocionados. Todo lo contrario de lo que uno suele encontrarse en las aulas. Sigfrido (Sergio) mata al dragón (Amanda) de un certero espadazo y vuelve en barco (una silla) al reino de Günther. Se le declara de rodillas a Crimilda (Andrea), como Günther (Mario) a Brunilda (María). Antes, Günther ha hecho unas flexiones a petición de la exigente Brunilda. La primera parte acaba bien. Dos bodas oficiadas por Celia en las que los novios se prometen amor eterno. La segunda parte, el lunes. La clase se entusiasma con la representación improvisada y el atrezo de los chinos. Yo también. Suena el timbre. Me llevo las pamelas, el cofre, la espada y la corona de cartón. La ilusión nos ha sacudido durante 55 minutos. Esto es la enseñanza, esto es la vida. Quien lo probó lo sabe.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Ideario para comenzar el curso escolar


Algunas ideas muy antiguas y muy modernas para empezar el curso escolar. Gentileza de dos hombres del siglo XX, casi del XIX: Giner de los Ríos y Antonio Machado.

De Giner:

«Transformad esas antiguas aulas; suprimid el estrado y la cátedra del maestro, barrera de hielo que aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas de alumnos, por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección o a alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse cuenta. Sustituid en torno del profesor a todos esos elementos clásicos por un círculo poco numeroso de escolares activos que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración en la obra del maestro. Vedlos excitados por su propia espontánea iniciativa, por la conciencia de sí mismos, porque sienten ya que son algo en el mundo y que no es pecado tener individualidad y ser hombres. Hacedlos medir, pesar, descomponer, crear y disipar la materia en el laboratorio; discutir, como en Grecia, los problemas fundamentales del ser y destino de las cosas; sondear el dolor en la clínica, la nebulosa en el espacio, la producción en el suelo de la tierra, la belleza y la Historia en el museo; que descifren el jeroglífico, que reduzcan a sus tipos los organismos naturales, que interpreten los textos, que inventen, que descubran, que adivinen formas doquiera... Y entonces la cátedra es un taller y el maestro un guía en el trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en atractivo, lo que pierde en pompas y en gallardas libreas.»

De Machado:

Muchos profesores piensan haber dicho bastante contra la enseñanza rutinaria y dogmática, recomendando a sus alumnos que no aprendan las palabras sino los conceptos de textos o conferencias. Ignoran que hay muy poca diferencia entre aprender palabras y recitar conceptos. Son dos operaciones igualmente mecánicas. Lo que importa es aprender a pensar, a utilizar nuestros propios sesos para el uso a que están por naturaleza destinados y a calcar fielmente la línea sinuosa y siempre original de nuestro propio sentir, a ser nosotros mismos, para poner mañana el sello de nuestra alma en nuestra obra.

jueves, 25 de agosto de 2016

La educación a través de la tiranía


Fragmento de "La ciudad de Dios" de E. L. Doctorow:

"Os contaré, por contraste, el tipo de cosas que aprendí en la escuela. Tenía un profesor en el Luitpold Gymnasium. Cuando entraba en la clase, nos poníamos de pie, y cuando se sujetaba las solapas de su toga y asentía con la cabeza, nos sentábamos. Eso era bastante normal. Siempre consideré que la disciplina era su manera de imponer rigor intelectual y de que no decayera nuestra atención a la hora de recibir ideas. Y por ese motivo, en esa ridícula escuela no caminábamos sino que marchábamos y nos levantábamos y nos sentábamos al unísono y salmodiábamos las declinaciones en latín como si fueran juramentos tribales. En mi opinión era algo totalmente insultante, quizá incluso mortífero. Después de uno o dos trimestres, esos chicos perdían toda su chispa mental, les arrancaban la curiosidad a golpes, eliminaban su personalidad; en los recreos yo me sentaba con la espalda apoyada en el muro de la escuela y los observaba correr de un lado a otro o luchar o jugar al fútbol, pero fuera cual fuera el juego, lo que intentaban sin lugar a dudas era matarse los unos a los otros. En su temeridad, con las chaquetas de sus uniformes apiladas a un lado para que no sufrieran daño, asomaba la furia de su ser, que ardía lentamente, dispersa sin remedio entre sus camaradas. Yo veía todo eso y me mantenía apartado, hacía mis deberes, que me exigían muy poco, y no ponía a prueba las posibles ambigüedades de una posible amistad con ninguno de ellos, pues en mi opinión todo era destrucción, y todo por culpa de ese principio germánico -claramente erróneo- de la educación por medio de la tiranía. Yo me sentaba en clase y dejaba divagar mi mente. El hermano de mi madre, Casar, me había regalado un libro sobre la geometría euclídea. Me lo leí como si fuera una novela. Para mí fue un libro excitante, de interés periodístico. Y una mañana, sin darme cuenta, estaba sonriendo al recordar el maravilloso teorema de Pitágoras, y al momento el profesor estaba delante de mí y golpeaba mi pupitre con su puntero para reclamar mi atención. Cuando acabó la clase, en el momento en que salía en compañía de los demás, me llamó para que me quedara. Me miró desde lo alto de su tarima. Tenía la cara redonda, roja y lustrosa, y me recordaba una manzana acaramelada. Parecía que, si se le mordiese la cara, aquella superficie dura y glaseada fuera a grietarse hasta la pulpa. Eres una mala influencia en mi clase, Albert, dijo. Voy a hacer que te manden a otra. No lo entendí. Le pregunté qué había hecho de malo. Te estás sentado allí atrás sonriendo y soñando despierto, dijo. Si todos y cada uno de los alumnos no me prestasen atención, ¿cómo podría mantener mi amor propio? Con ese comentario aprendí en un instante el secreto de todo despotismo."

lunes, 8 de agosto de 2016

"Léxico familiar" de Natalia Ginzburg

Fragmento extraído de la novela autobiográfica, Léxico familiar, de la autora italiana Natalia Ginzburg. Lo que narra ocurre en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial:

"Mi madre le contó lo que le había sucedido al hijo de una amiga suya hacía muchos años, antes de la guerra y de la persecución racial. Este niño era judío y su familia lo llevó a la escuela pública, pero pidieron a la maestra que lo eximieran de las clases de religión. Un día su maestra no fue a clase, y en su lugar fue una suplente que no había sido advertida, y cuando llegó la hora de religión se sorprendió de ver que aquel niño cogía la cartera y se disponía a marcharse. "¿Tú por qué te vas?", le preguntó. "Me voy -contestó el niño- porque durante la hora de religión siempre me voy a casa." "¿Y por qué?", preguntó la suplente. "Porque yo -respondió aquel niño- no quiero a la Virgen." "¡No quiere a la Virgen!" "¡No quieres a la Virgen!¡No quieres a la Virgen!", comenzó a gritar toda la clase. Los padres del niño se vieron obligados a sacarlo de aquella escuela.

martes, 26 de julio de 2016

Correrías de un pene (basada en hechos reales)


El profesor de guardia llega a clase flojo, sin ánimo, con la dejación de la última hora. El alumnado de 1º de ESO se cobrará con facilidad su pieza. Nada más verlo entrar, con el paso perdido, la vista difusa y la blandura en la voz, los muchachos se frotan las manos por debajo de la mesa. A esa hora tendrían clase de Biología en inglés. La profesora titular los vigila, les pregunta, les hace participar, los mantiene en una constante atención que no les permite recrearse en menudencias. Carotenuto (vamos a llamarlo así), un muchacho que parece sacado de una película italiana de los 80: pequeño, con gafotas y regordete, maquina nuevas experiencias en el aula. Es un innovador, un emprendedor de la gamberrada clásica. Es el primero en percibir la desidia del profesor de guardia y el abanico de posibilidades que les promete.
En el aula de Biología hay un muñeco que se puede desmontar hasta en sus partes más íntimas y, por supuesto, consta de pulmones, corazón, hígado y también pene. Carotenuto, sumido en la efervescencia de su mente sin barreras, detiene la mirada en el pene del muñeco. Lo tiene al alcance de la mano. Solo hay que desmontar la pelvis y los testículos y el pene será suyo. Se lo comenta a su compañero Vitali (otro nombre ficticio), un muchacho con cara de buena gente, pero con la mente tan abierta como Carotenuto. Están unidos no solo por su telepatía, sino porque han atado las patas de sus mesas en el primer descuido del profesor. Cuando se conjuntan ambas inteligencias, la innovación está asegurada. En la modorra del profesor de guardia, Carotenuto desmonta el aparato reproductor y se hace con el pene de plástico duro. Lo introduce en la mochila de Vitali, que siempre está abierta en previsión de circunstancias como aquella. Termina la clase. La tensión que vivirían a la salida si estuviera la profesora titular sería intensa, de las que gustan cuando uno es un habitual de la gamberrada. Pero el de guardia bosteza. Ni siquiera sirve para generar la emoción de la vigilancia. A pesar de su desinterés, los chicos, al sacar el pene de la mochila, gritan eufóricos imaginando la cantidad de satisfacciones que les proporcionará el artilugio. Es una copia perfecta y además se abre por la mitad. En su interior los vasos cavernosos ofrecen el aspecto de un chupachups de fresa y nata. Se lo enseñan a las chicas de clase y amenazan con pasárselo por sus partes más íntimas. Ellas ríen con nerviosismo ante el asedio del pene de plástico. Lo rebozan con silicona; lo exponen en la clase de Religión, sobre la pizarra, como un icono al que adorar; le fabrican una banda de honor y un birrete y lo someten a una ceremonia de graduación...Toda la clase celebra las hazañas del nuevo compañero, convertido en el nuevo ídolo de las masas de 1º de ESO. En lo más alto de su popularidad, la profesora de Biología se da cuenta de su desaparición. Llama a Vitali al despacho, después de una breve investigación:
-Yo sí lo vi una vez, pero no sé dónde está.
No hace falta presionar demasiado. Vitali, en el fondo, está deseando contar las hazañas del pene articulado. Eso sí, sin culparse de lleno. Llaman a Carotenuto al despacho. Está presente su madre.
-No sé. Yo lo encontré en mi mochila. No sé quién lo puso ahí.
-O sea, ¡que lo cogiste tú!
-No, mama, yo lo encontré ahí. Pero no sé dónde para. La última vez que lo vi tenía la punta llena de silicona.
-¡Nene!
La madre llama al cabo de dos horas. El pene ha aparecido (¡oh, sorpresa!) en el estuche de su hijo.
Y ahora vienen las preguntas sesudas: ¿Es a esto a lo que llaman aprendizaje por proyectos?, y lo más importante, ¿serían capaces los alumnos finlandeses de graduar a un pene de plástico?

domingo, 3 de julio de 2016

De la Toscana a Venecia: V Verona y Milán


La última jornada de este viaje por el norte de Italia nos reservaba una extenuante sesión de autobús y aeropuerto conjugada con visitas de eyaculación precoz. El calor, como no podía ser de otra manera, se ha unido al deterioro. Ocho horas de autobús, cuatro de aeropuerto y avión, y, entre medias, visitas precipitadas  a ciudades que hubieran merecido más reposo en el viajero.
En Verona, una hora japonesa: circo romano, balcón de Julieta, botella de agua, carrera, vistazo, media vuelta y autobús. Si hay algo más agobiante que este tipo de turismo es este tipo de turismo con altas temperaturas. El autobús nos deja tullidos. Bajamos con las articulaciones en la mano, corremos y deglutimos. El Duomo de Milán, galería Victor Manuel, Scala, corre que perdemos el autobús. Hasta luego, hasta nunca.
Por suerte los chicos no son díscolos, ni energúmenos, colaboran con admirable disciplina. Y, a pesar de su buen proceder, estas visitas de "toco y me voy" tienen el mismo sentido que escuchar un concierto de Chet Baker bajo el agua.
Un respiro en el aeropuerto: uno de nuestros muchachos se atreve con Chopin en un piano dispuesto para amenizar las colas del embarque. Delicioso. Recuerdos dulces, amargos, de Venecia y sus alrededores. En el avión los azafatos y azafatas rememoran la película de Almodóvar "Amantes pasajeros", eso sí, mejoran la interpretación y el argumento. Era inevitable. Solo queda el viaje de Madrid a San Clemente. A las tres de la mañana nos prometíamos dos horas y media de reposo, pero no, el conductor se empeña en celebrar la culminación del viaje con una potente sesión de electrolatino. Todo sea por la educación de nuestros adolescentes.

viernes, 1 de julio de 2016

De la Toscana a Venecia: IV Venecia


Por poco perdemos el vaporeto a Jésole y, visto lo visto, no nos lo hubiéramos perdonado nunca. La llegada a Venecia a través del mar es un espectáculo irrepetible. En el relato de Thomas Mann y en la película de Visconti, "Muerte en Venecia", el protagonista (como nosotros) desembarca cerca de la plaza de San Marcos. Un elefante viejo que busca su cementerio, un cementerio rodeado de belleza, huesos de mármol y colmillos lobulados. Pese a que los bárbaros intentamos devorar, armados con nuestros teléfonos móviles, cualquier lugar señalado en las guías turísticas, es difícil usurparle el encanto a esta ciudad del desencanto. Hasta los adolescentes callan al pisar la plaza de San Marcos. Su entusiasmo no suele estallar con los paisajes, ni con los monumentos, ni con las construcciones inmemoriales, pero este lugar es capaz de contaminar hasta los espíritus más alterados por la pubertad.
Venecia se hunde y los bárbaros colaboramos en la empresa, pero de su hundimiento, de su decadencia, se extrae la más peculiar de sus virtudes. La vulgaridad del comercio, del todo se vende, me ha resbalado por los hombros y ha caído víctima del aroma a muerte y belleza que da lustre y enmohece la piedra. Atravesamos los puentes que vadean los canales, flotamos sobre las losas de granito que aguantan el peso de los bárbaros. Ni las máscaras, ni los mercachifles, ni las turbas de japoneses son capaces de acabar con la estética de lo decadente..
Los chicos cantan, se excitan, se retuercen exorcizados por los arcos orientales de San Marcos. Nosotros asistimos, desde nuestra propia decadencia, al fin de algo, no sabemos qué. Por la noche, en una playa frente a Venecia, los adolescentes se bañan en el Adriático. La espontaneidad, el vigor, la jovialidad levantan el mar y lo agitan de vida. Contemplamos nostálgicos el poder y la belleza de la juventud. Esta noche, bajo la luna veneciana, experimentamos el mismo dolor, el mismo placer, que el protagonista de "Muerte en Venecia". Mientras, ellos, los vivos, se sumergen, gritan, chapotean. Nosotros nos recreamos en la nostalgia, en la oscuridad, en el fin de la locura.

miércoles, 29 de junio de 2016

De la Toscana a Venecia: III Bolonia y Padua


A Bolonia todavía no han llegado los bárbaros. En sus calles se respira el aire decadente del ocio dominical. El sosiego, el silencio, el rumor del agua de una manguera cayendo sobre las losas de granito ayudan a disfrutar de los sólidos edificios universitarios. El pasado y el presente se concitan al pie de las dos torres inclinadas (sí, también aquí se tuercen las alturas medievales como lacayos rindiendo pleitesía). En la plaza Mayor está todo dispuesto para celebrar un festival de cine. Las sillas de plástico blanco contrastan con la reciedumbre de la piedra antigua como la gran pantalla rodeada de edificios medievales en los que el mármol no pudo conquistar por completo las fachadas. El adobe rojo muestra los músculos de la catedral, despellejada de la piel de mármol hasta su mitad. La morosidad del domingo permite disfrutar de la belleza y del pasado sin el enervante tráfago de las riadas de bárbaros.
Bajamos por una calzada romana cuyas losas aguantan sin inmutarse los cantos festivos de nuestros muchachos (del himno del Sevilla a la canción de Marco, pasando por el costumbrismo religioso). La gente observa divertida y abochornada la procesión.
Recorremos unos cuantos kilómetros en autobús, pero al bajar parece como si hubiéramos cruzado la frontera de otro continente. Las cúpulas orientales de la basílica de San Antonio de Padua recuerdan a Constantinopla. También la abierta plaza cruzada por canales y puentes. Es la fiesta de San Antonio. Las imágenes religiosas franquean la entrada de la basílica y estremecen por su patetismo: una mezcla de ninots falleros e ídolos mexicanos. Dentro, dos largas colas rinden culto a la superstición: en una se espera para venerar la tumba de san Antonio; en la otra, para besar las reliquias del santo. Un tránsito al Paraíso, la última posta antes de saborear la delicia de Venecia.  

domingo, 26 de junio de 2016

De la Toscana a Venecia: II Florencia


Cuando llegamos a Florencia la estaban arrasando los bárbaros. Los bárbaros (nosotros incluidos) rapiñamos su comida, los calzoncillos del David, las jarras de Bruneleschi, los calendarios de curas, los capuchinos de 5 euros... Robamos con nuestros aparatos diabólicos la armonía de la Academia y el equilibrio de los Uffizi. Todo lo vulgarizamos y lo sometemos al desgaste de la prisa y el hacinamiento. Las hordas se apiñan en la piazza de la Signoria, en la de la Paja, en el ponte Vecchio, frente a las puertas del Paraíso (por supuesto sin esperanza de que nos dejen entrar)... En la Academia, un chino ya maduro sopesa, gracias a los milagros de la perspectiva, los testículos del David de Miguel Ángel. En la plaza de la Paja dos jóvenes cabalgan el jabalí de bronce y besan su hocico, pulido por los bárbaros. Alemanes con la mirada muerta apagan la Primavera de Botticelli. Dos japoneses intentan enderezar las serpientes que atrapan al Laocoonte. Muchachos en galeras arrasan vociferantes los mármoles de la catedral y la cúpula de Bruneleschi. Es un plan muy bien diseñado: a los florentinos se les ha convencido de que los bárbaros somos su alimento, cuando está bien a la vista que somos nosotros quienes estamos devorando a los pobladores de esta ciudad y a su pasado sin piedad y con pocos escrúpulos.
Por otro lado, si a uno se le ha soltado el cuerpo, es difícil apreciar la grandeza del arte. Y a consecuencia de este estado me asalta una revelación: no pienso visitar más ciudades que aparezcan en los circuitos turísticos; de ahora en adelante, solo viajaré a lugares que estén reconocidos por el mal gusto de sus construcciones y por no albergar museos de renombre (como mucho el de tortura). Me niego (con mi indecente gastroenteritis) a volver a formar parte de las hordas de bárbaros que desalman ciudades eternas, las devoran y las convierten en productos comerciales.
PD.: Seguro que en cuanto mi estómago recupere el sosiego me olvido de este propósito de enmienda y vuelvo a fotografiar a mis alumnos desparramados a los pies del David, como si ellos fueran las víctimas y no el gigante.

sábado, 25 de junio de 2016

De la Toscana a Venecia. I Pisa y Lucca


Pisa es el paraíso de los "selfies" y las fotos engañosas. El arquitecto del campanile sí sabía que su construcción se inclinaría con el paso de los siglos y también sabía que las costumbres sociales degenerarían hasta el gregarismo más estúpido. El espectáculo arquitectónico del Campo de los Milagros no es el objeto de las visitas, sino la afición malsana por las cucamonas, las cabriolas y las contorsiones imposibles cuando a uno le toman una instantánea. La turba de turistas se afana, se enfada, se apiña y hasta llega a las manos si es necesario por conseguir una fotografía que refleje cómo él y no otro es el que sujeta la Torre de Pisa para que no caiga. Los secretos de la perspectiva ya no lo son. Los maestros del Renacimiento caerían muertos ante tanto avanzado. Todo el mundo es experto ya en los misterios del delante, detrás, derecha, izquierda, cerca y lejos.
Los españoles y los japos somos mayoría. No hay quien nos venza en el arte del turismo de eyaculación precoz. Aún no hemos pasado por el baptisterio, cuando ya estamos en otra ciudad. Eso sí, pertrechados con un buen arsenal de imanes de escayola y camisetas de la torre.
Lucca, aquella ciudad tranquila, de calles frescas, sin tráfico, enlosada con grandes lápidas de granito, con sus torres medievales jalonando las callejuelas, ha sucumbido (como todas) al fútbol en estos días de Eurocopa. El escándalo de los aficionados aplasta los restos del sosiego y convierte la ciudad serena en un hervidero de gritos fanáticos y locutores desaforados. Italia y Suecia juegan en las calles de Lucca. Los futbolistas patean los adoquines y hacen temblar la estampa lírica de la plaza del Anfiteatro.
Por la noche lo de siempre: salgo de la habitación, echo una bronca a los alumnos y, cuando me doy cuenta de que no son de nuestro grupo, vuelvo a la cama y pienso que, o estoy perdiendo vista o estoy ya mayor para andar de pueblo en pueblo (como los cómicos de la legua) paseando adolescentes por todos los rincones del mundo.
El hotel de Montecatini se llama "Villa Rita". Esperemos que el nombre se haya puesto en honor de la hija de Miliki y no para venerar a la musa de la ruta del "caloret".

domingo, 8 de mayo de 2016

martes, 19 de enero de 2016

Teatro en el aula: "Romeo y Julieta" de William Shakespeare


-¿Qué me dices, le tiras ya los trastos a esta tía o qué?
- Calla, coño, que te va a oír. ¡Joder!, está buena, pero yo creo que es una estrecha.
-Te está toreando, mariconazo. Se está haciendo la dura, pues no la conozco yo a esa...
-¡Qué dices, ni de coña!, esa no ha visto un pito en su puta vida. Se acojona cuando le toca a mi lado en clase y se pone roja cuando le hablo.
-¿Te vas ya? Aún no es de día. Ha sido el ruiseñor y no la alondra el que ha traspasado tu oído medroso. Canta por la noche en aquel granado. Créeme, amor mío; ha sido el ruiseñor.
-Ha sido la alondra, que anuncia la mañana, y no el ruiseñor. Mira, amor, esas rayas hostiles que apartan las nubes allá, hacia el oriente. Se apagaron las luces de la noche y el alegre día despunta en las cimas brumosas. He de irme y vivir, o quedarme y morir.
-Te digo yo que no. Que te toma el pelo, que esa ha estado con la mitad de 1º.
-A mí no me engaña una tía. ¿Tú la has visto con alguno?
-Verla no, pero me lo han contado. ¿No ves la cara de pájara que tiene, no ves que te miente con los ojos?
-No me jodas, a ver si ahora me vas a empezar a hablar como los de la obra.
-Esa luz no es luz del día, lo sé bien; es algún meteoro que el sol ha creado para ser esta noche tu antorcha y alumbrarte el camino de Mantua. Quédate un poco, aún no tienes que irte.
-¿Que te crees, que no vale esa labia con las tías? Tú apréndete dos o tres frases y verás.
-Sí, ya, y ahora me vas a decir que te gustan estas moñeces. Venga tío...
-¡Os queréis callar!, no os vais a enterar de nada.
-Estaba comentando el diálogo, profe.
-Que me apresen, que me den muerte; lo consentiré si así lo deseas. Diré que aquella luz gris no es el alba, sino el pálido reflejo del rostro de Cintia , y que no es el canto de la alondra lo que llega hasta la bóveda del cielo. En lugar de irme, quedarme quisiera. ¡Que venga la muerte! Lo quiere Julieta. ¿Hablamos, mi alma? Aún no amanece.
-¡Si está amaneciendo! ¡Huye, corre, vete! Es la alondra la que tanto desentona con su canto tan chillón y disonante.
-Psss, psss, Julia, desde que estás a mi lado en clase, no respiro, no oigo, no veo, solo tus labios servirían de antídoto a este veneno que me inyectas día a día.
-¡Vete a cagar!

martes, 17 de junio de 2014

La PAEG y el amor (Crónicas desde la "indocencia")


¡Cuánta pasión había puesto en ese examen!, ¡cuánto amor!, seguro que los correctores se lo reconocerían.
Cuando leyó los temas del examen de Lengua se quedó igual que cuando su madre le preguntó por las vueltas del dinero que le había dado para la cena de Graduación. No se acordaba de nada, no es exacto, no sabía nada, porque nunca había leído ese tema, o eso creía. Ni siquiera durante el curso. Era el primer examen y se empeñó en sacarlo adelante, a pesar de su ignorancia. El texto del comentario parecía estar escrito en suajili y a la oración no se le veían los verbos. Se resolvió a solucionar el problema con una iluminación divina, esperó el fogonazo, y llegó. Diez minutos después de recoger el examen, comenzó a escribir sin pausa, como si conociera a Alberti, a Lorca y a Cernuda de toda la vida. Solo se acordaba de estos nombres, aunque también le sonaba Garcilaso, al que citaría en último extremo. Si no había escuchado mal, el amor era un tema que recorría cualquier época poética. Se centró en él y contó la obsesión que lo idiotizaba, su aventura con la muchacha que lo había rechazado cinco veces ese mismo año y que la noche de la Graduación lo había besado como quien descorcha una botella. Su impresión había sido tan traumática que desde entonces solo veía la lengua retorcida de la chica enredándose con la suya. No la había vuelto a ver desde esa noche. Le dijo que tenía que estudiar, no quería distracciones y después de diez largos días la vio aparecer entre los que esperaban la llamada del presidente del tribunal como un espectro salido del fondo de los libros. Quiso decirle algo, pedirle reclamaciones por las noches perdidas, por las noches en vela, por haber arrasado con su memoria y con cualquier otra idea que no fuera la de su boca absorbiéndolo como una bellísima aspiradora.
No podía hablar de otra cosa, cuando llegó la iluminación comenzó a escribir en los tres folios por las dos caras un poema sin rima en el que se desbocaba toda la pasión amordazada desde el día de la Graduación. Derramó tantas imágenes visionarias, tantas metáforas irracionales, tantas sinestesias, tanto verso libre que se sintió inmensamente satisfecho al ver los folios en blanco tintados con una pasión que lo llevaba acongojando más de diez días. Solo quedaba atinar con el autor: la iluminación parecía haber huido, agitó el bolígrafo con el azogue de un enajenado, golpeó el pupitre con él hasta que le llamaron la atención y se decidió por fin. Firmó el poema, el que le daría la nota necesaria para cursar la carrera..., ¿qué carrera?..., cualquiera que lo llevara junto a ella. Lo firmó, sin dudar, intentando imitar la rúbrica de un gran escritor: Alberti, no; Cernuda, tampoco, Lorca, menos; Garcilaso de la Vega, epígono (le sonaba bien esta palabra) del 27. Colocó una tilde de lujuria sobre la esdrújula mientras contemplaba la nuca de hielo de quien le había descorchado la desesperación.

viernes, 28 de marzo de 2014

"Siempre dicen que no a la poesía"


Siempre dicen que no a la poesía
porque la vergüenza y el miedo al ridículo
les paralizan las palabras.
Una risa nerviosa sale de sus temblores
y aprovechan que un compañero
recita con titubeos
para descargar su estupor sobre lo desconocido.
Siempre dicen que no a la poesía
porque saben que la palabra sentida
puede desnudarles el hígado
y robarles la ropa interior
en un rapto de sensibilidad
y de rimas.
Casi todos balbucean
y enrojecen con sangre desleída.
casi todos sufren las miradas de los otros
con la resignación del toro maltratado.
Se intentan quitar las banderillas
y mugen con desconcierto ante las puyas
de crueldad gratuita
y suelen pasar el trago acelerando
los versos
hasta que los ritmos y el sentido se pierden
en la refriega.
Todos dicen que no a la poesía,
salvo los que logran espantar a los malditos
que se ríen de su rubor
y consiguen alcanzar las maravillas escondidas
bajo las zarzas y las espinas del disimulo.

miércoles, 15 de enero de 2014

Crónicas desde la indocencia XXIV: "Un cuento de terror"



Comencé a leer y se hizo el silencio. Nadie pudo sujetar la atracción de la literatura, ni siquiera su adolescencia intempestiva. Ni yo mismo lo creía. Bajamos las persianas y tuve el temor de que se durmieran o de que aprovecharan la oscuridad para las habituales tropelías. No ocurrió nada de eso. En cuanto la historia comenzó a surcar el silencio y la oscuridad, noté que se subían a ella, que los miedos, los prejuicios eran infundados. La literatura todavía tiene poder, solo hay que encontrar el momento y la situación adecuados. Levantaba la vista de vez en cuando y asomaba en sus rostros la necesidad de conocer qué le ocurriría al protagonista después de volverse loco. No podía creer que algunos estuvieran tomando notas en la penumbra y que otros callaran sin interrumpir ni una sola vez el relato. Seguí entusiasmado, con la piel erizada y la sorpresa azuzando mi lectura. El protagonista acababa de arrancarle el ojo al gato y se oyó un rumor de repeluzno. Seguían escuchando, no se habían dormido, no se oían quejas, nadie preguntaba, todos esperaban el siguiente suceso con una avidez que los mayores ya hemos extraviado entre los años. Se había quemado la casa del protagonista y el relieve del gato había quedado impresionado en la única pared que quedaba en pie.
Era mucho tiempo ya el que llevaba leyendo, casi 20 minutos. Levanté la vista, para certificar que ya se habían cansado, pero no, la única respuesta fue el requerimiento de que siguiera. Estaba convencido de que algunos no comprendían muchas de las palabras, pero, al parecer, la fascinación del relato, del clima de expectación, los había atrapado a todos. Se percibía el esfuerzo de algunos por seguir la historia, el suplemento de concentración para saber qué ocurriría con ese hombre que se había vuelto loco y que tenía instintos asesinos. Se habían sumergido de lleno en la historia, sin duda alguna. Más de veinte minutos sin que ninguno de ellos rechistara, sin que se oyera ni una mínima queja ni un ruido molesto, demostraban que algo extraño sucedía. "La magia de la literatura", esa expresión que la mayoría de las veces se emplea con total esnobismo y sin ningún significado real, se había llenado de contenido. Solo quedaba una página para el final de la historia cuando sonó el timbre para escapar del instituto. Esperaba que todos salieran atropelladamente, como siempre, después de 6 horas de encierro antinatural, pero no. "Termino mañana", "¡No, no. Queremos saber cómo descubren el cadáver!" La petición era mayoritaria. Emocionado, leí la última página.

martes, 24 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXIII: "Catorce consejos imprescindibles para 2014".


En el colmo de los tópicos está ese afán por conseguir renovar en el año que comienza lo que no se ha hecho en el anterior. Para no ser menos, y aunque siempre he huido de los lugares comunes, os propongo catorce consejos para comenzar el año escolar 2014 con brío, buen ánimo y aislados de la ciclogénesis burocrática  y amputadora que nos abruma:

1. Sodomiza a un miembro relevante de los Servicios Periféricos. Si eres mujer, siempre puedes pasar por un sex shop y hacerte con uno de esos artilugios que se usan en el sadomaso. Ahora bien, si compruebas que goza, deja de hacerlo y oblígale a leer un libro.

2. En claustros, cecepés, consejos escolares y otras reuniones parecidas cuenta chistes verdes y no dejes de interrumpir al secretario cuando lea el acta. Con un poco de esfuerzo, es posible que consigas que te echen o que todos se lancen a contar historias divertidas. En cualquiera de los dos casos, sales ganando.

3. Ilustra tus PTI con fotografías de modelos brasileñas o de actores húngaros. Si en cada uno de los ejemplares buscas una buena ilustración, verás cómo no resultan tan aburridos.

4. Si algún alumno te monta un buen pollo, piensa antes de actuar. Primero debes ponerte en su lugar, trasladarte en el tiempo y ver si tú hiciste lo mismo en el pasado. Si es así, déjalo pasar, hazte el blando. Si no, métele un buen paquete. Evitarás remordimientos innecesarios y te desahogarás a gusto.

5. Desconecta la wifi de la sala de profesores. Será divertido comprobar cómo se comportan los que se esconden detrás del ordenador para no hablar con los compañeros. Provocarás nuevas relaciones sociales, discusiones y alteraciones del orden público que siempre son muy aprovechables para contarlas en fiestas y homenajes.

6. Dicta los exámenes. Será un tiempo precioso el que los alumnos dedicarán a la copia de los enunciados y no a las respuestas. La reducción en el contenido para corregir te vendrá de perlas para acudir a pilates o para hacerte la manicura japonesa.

7. Si en algún momento te asalta una debilidad y quieres regalar algo a alguien del centro, no dudes en hacerle el obsequio a uno de los miembros del equipo directivo. Son los únicos que te podrán recompensar por tu altruismo.

8. Acude a todo tipo de fiestas, comidas u homenajes. Si faltas, ya sabes de quién van a hablar y por muy bien que hagas las cosas, seguro que te sacan algún defecto del que van a tirar hasta que te quedes sin piel.

9. Cuando te satures de planificar, corregir, aguantar a alumnos molestos o de los propios compañeros, bueno, no tengo otra solución mejor: sodomiza a un miembro relevante de los Servicios Periféricos. Es muy terapéutico, 9 de cada 10 mamporreros lo aconsejan.

10. Si te crispan las evaluaciones interminables, donde no se decide nada importante y solo se habla de la plancha que se acaba de comprar la madre de fulanito y de los pelos que me lleva la Jénnifer, llévate los PTI y revisa las fotografías de las modelos brasileñas o de los actores húngaros.

11. Lleva ropa llamativa al instituto, no dejes que unos muchachos o muchachas de 16 años te quiten el protagonismo con sus tangas de cuello alto o con sus calzoncillos de corva baja.

12. Sé discreto, no intentes contar todo lo que has hecho durante las Navidades en el primer encuentro en la sala de profesores. Ya no te quedará nada de qué hablar y tendréis que tratar de los suspensos de fulanito y de los problemas ortográficos de menganito durante todo un trimestre. Si no has hecho nada durante las Navidades, ya lo estás haciendo o te lo inventas.

13. No muestres tus debilidades en clase ni delante de compañeros sospechosos. Como en las películas de policías, todo podrá ser utilizado en tu contra, incluso muy en tu contra.

14. Y por último, lo de sodomizar a un Periférico se entiende en sentido metafórico. Es decir, mandándole cartas o emails absurdos todos los meses para contradecirlos al mes siguiente (pagarles con la misma moneda), llamándole por teléfono para consultar asuntos sin importancia... Y bueno, si no os sentís satisfechos con lo metafórico y tenéis oportunidad de ver a alguno de estos ejemplares (también valen los de la Consejería y el ministro de Educación) pues no os cortéis y hacedlo de forma literal. Ya os he dicho que 9 de cada 10 mamporreros lo aconsejan. Os aseguro que seréis más felices.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXII: "Taxonomía avanzada del profesor de secundaria II"


Fotografía de Juan Luis López Palacios

Como os prometí en la última entrega, aquí sigue la transcripción del análisis taxonómico de la Universidad de Osuna sobre la condición del profesorado.
2. DOCENS MANTIS MANTIS: Se trata de una malformación congénita de la especie "docens mantis". Mucho más peligrosa y dañina que la anterior. El ansia por el suspenso que persigue su pariente próximo ha mutado hacia una propensión al estrujamiento del alumnado. El "docens mantis mantis" experimenta un placer morboso cuando humilla a la termita y la empuja a salir del sistema educativo. Su mal digerida ciencia la regurgita sobre el alumno con el único fin de mostrar su superioridad sobre él. Se ceba con los mediocres y los aplasta hasta hacer de ellos su carnaza. Así como el "docens mantis" teme a todo lo nuevo, este espécimen ha heredado, junto a esta condición, la de la pedantería inaguantable. Es una perversión de la primera especie y como tal se comporta: siente odio por la profesión y, en cambio, no podría vivir sin la sangre del débil con la que alimenta su indigencia social. Por suerte es cada vez más rara esta especie y solo se ha detectado un 1% en la actualidad.
3. DOCENS APICULA: Es la especie más abundante, del orden de un 60%, aunque también es de la que menos se habla por su discreción. Se define por su interés por enseñar, por su dedicación y por la indiferencia que muestran los alumnos hacia ellos. No suele mostrar grandes artificios ni excepcionales aptitudes, solo se dedica a laborar en su celda (de ahí su nombre científico) con la mejor de las intenciones. Tampoco se suele enrolar en proyectos demasiado novedosos, ni en empresas revolucionarias. Simplemente trabaja y desarrolla su función de obrera para fabricar la miel necesaria con que alimentar a los alumnos. Algunos de estos especímenes se ven absorbidos por la voracidad de la "docens mantis", pero suelen abandonar sus propuestas por no participar del placer por suspender. Solo el exceso de horas y una mala planificación administrativa de sus labores, provocan que esta especie se vea desbordada y entre en la espiral de otras minoritarias con escasa dedicación educativa. A veces, su exceso de sumisión es aprovechada por la rapiña cruel de los gestores educativos. Los exprimen hasta dejarlos sin sus señas de identidad genética y son los alumnos los que sufren las consecuencias de su desbordamiento (aunque este problema a los gestores de la colmena les trae sin cuidado).
En la siguiente entrega hablaremos de los "docens cigarra" y de los "docens aranea".

domingo, 22 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXI: "Taxonomía avanzada del profesorado (Universidad de Osuna), I"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Desde la Universidad de Osuna se nos envía una taxonomía avanzada sobre la condición del profesorado de secundaria en España. No es un tratado definitivo (según rezan los propios autores), pero sí el único en el que se clasifica a las diferentes especies de docentes en categorías entomológicas con el fin de estudiar con mayor espíritu científico a los especímenes que se dedican a la ardua tarea de educar y evaluar a nuestra ínclita raza de termitas adolescentes.
Se aportan, como en toda clasificación biológica y antropológica, especies nombradas genéricamente con un término latino que nos sirve para identificar a los diferentes individuos que se incluirían dentro de dicha nomenclatura. Transcribo en esta entrada las características con que se define a la primera de esas especies:

I. DOCENS MANTIS: Ejemplar en evidente retroceso. Según las estadísticas de los últimos diez años, tan solo un 10% de los profesores pertenecerían a esta categoría. Se definen en esencia por su capacidad devoradora. Son infatigables a la hora de acabar con las esperanzas de las termitas de salir con un aprobado de una evaluación. Su diferenciación como especie reside en el hecho de suspender a más alumnos que ninguna de las demás. Es su norte. Para ello abandonan métodos novedosos de enseñanza y se muestran estrictos y poco flexibles en sus clases. Dan pocas pistas sobre los medios para aprobar y se nutren del silencio absoluto de su alumnado. Cuando se encuentran con un número exagerado de suspensos tienen la satisfacción de haber triunfado como miembros de su especie. Esta condición les da prestigio entre termitas y padres. Su máxima gloria es verse contemplados como los duros del instituto y suelen gozar una vez conseguida esta impresión de rigidez y de extrema dificultad. Cuando se encuentran con un curso brillante, desarrollan toda su genética y se ufanan al cotejar sus bajas notas con el resto de materias. Es curioso observar cómo algunas de las termitas educadas por los "docens mantis" desarrollan una sensación de síndrome de Estocolmo y se regodean en el sufrimiento y en las interminables horas de estudio que necesitan para sacar un 5.  Sus métodos suelen ser tradicionales y abruman con la misma ponzoña que en la Edad Media se utilizaba para desasnar en los sermones religiosos. El misoneísmo es una de sus señas de identidad.
Una de sus degeneraciones es la especie "docens mantis mantis" (de la que hablaremos en la próxima entrada), por suerte casi extinguida en los institutos de la actualidad.
P.D.: Mis agradecimientos a los investigadores de la Universidad de Osuna por permitirme hacer pública esta investigación que todavía está en proceso.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XX: "Literatura visceral"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Era el momento de los relatos íntimos, de la literatura visceral. Los ejercicios debían reflejar los hábitos y costumbres de sus experiencias más impactantes. Se les ofreció un variado surtido de títulos entre los que debían escoger: "Mi primer día en el instituto", "¿Qué hago los fines de semana?", "Un viaje al extranjero", "Mi primer beso", "Un día de Carnaval"...
El profesor, después de haber intentado el ejercicio de la doma sin éxito, había detectado que eran proclives a la narración, que gozaban contando sus experiencias y relatando los sucesos sin trascendencia de sus cortas vidas. Todos, cuando uno de ellos leía o simplemente recordaba lo ocurrido la tarde anterior en la plaza de su pueblo, escuchaban en silencio, con una atención que no se conseguía con otros medios. Les gusta oírse y ver cómo una aventura en la que son protagonistas es relatada por uno de sus compañeros. Ríen, esperan el final, se enfadan cuando falta un detalle, son unos críticos despiadados.
Pero aquel día tocaba relato escrito. Y nada menos que al estilo de Mesonero Romanos: contar los usos y costumbres de su vida cotidiana. Aunque se podía esperar de ellos, de sus doce años sin herradura, cualquier cosa, había algo seguro: la ortografía y la puntuación de los ejercicios iba a dejar mucho que desear. Pero una vez leídos los relatos, fue lo de menos. Tras corregir su forma y adecuar (poco) la gramática, os dejo dos muestras de la mejor literatura escatológica, que nada tienen que envidiar al mejor Bukowski:
"Cuando llegué al instituto, estaba muy nervioso. Yo soy muy pequeño y aquello era muy grande y no conocía a nadie. De tantos nervios, me entraron ganas de orinar. Pregunté por los baños y fui para allá a saltos. Dentro había un chico mayor. Yo me puse a mear y con los nervios y la presión se me escapó una ventosidad. El chico mayor se rio mucho y me dijo que era un marrano. Y yo, echando mano de un dicho que le oigo mucho a mi padre, le dije: "El que mee y no se pee es como el que tiene un libro y no lee". Y aquí acaba mi historia".
"Mis fines de semana son muy divertidos. Estoy esperando que llegue el viernes para dejar el instituto y comenzar mis actividades. Los sábados por la tarde me lo paso muy bien jugando a la consola sin parar, pero lo mejor es el domingo. Toda la semana estoy esperando ese día. Después de comer, me encierro en mi habitación y me hago unas "pajillas". Fin".
Como veis, por mucho que hayan avanzado las civilizaciones y aunque los intelectuales vaticinen una y otra vez el fin de la novela y de la literatura, aquí hay una muestra de que lo que más interesa a los chicos, por mucho que hayamos avanzado, es la vida, para después contarla.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XIX: "El viaje a ninguna parte del interino viejo"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

El viaje del interino a través de las profundidades océanas de los institutos de España es una experiencia que no tiene nada que envidiar a la de Miguel Strogoff o la de los cómicos de la legua. En un mismo año se pueden conocer tantos destinos, tantos compañeros distintos, tantos adolescentes desorientados que en junio, al final del periplo aparece una luz blanca que les indica la salida del túnel, como los moribundos que han podido contar sus experiencias sobre la proximidad de la muerte.
Les suele recibir en el centro un Jefe de Estudios estirado y con pocos escrúpulos que los arroja dentro de un aula donde los acechan 30 fieras voraces. Los muchachos esperan con avidez al nuevo, al que va a estar con ellos un breve tiempo y que no va a poder controlarlos como lo hacía el que los conoce de antiguo. Se frotan las manos, se afilan los colmillos y la baba les rebosa y cae barbilla abajo. Ni siquiera se tiene tiempo de preparar la materia ni de planificar la clase, todo es precipitado y caótico. En un mismo curso un interino puede pasar por todos los niveles educativos posibles, puede haber intentado sanar la locura de muchachos de 12 años y haber sosegado la angustia del preuniversitario de 18. Nadie tiene compasión de ellos, es más, el Jefe de Estudios que los lleva hasta el aula y los introduce en ella goza con sadismo de su indefensión.
Al cabo de 30 días o con suerte después de 4 meses se va del centro sin apenas haber conocido a sus compañeros, sin apenas haber tenido contacto humano, si no es el de las dentelladas de los alumnos que muerden sin compasión la pieza tierna. Magullados y sin ninguna caricia abandonan el instituto, la ciudad donde han vivido uno o varios meses a lo sumo y salen hacia un nuevo destino donde los tundirán como a cuero sin curtir.
El problema es que ahora, en estos tiempos de miserias, los interinos ya no son muchachos y muchachas imberbes, recién salidos de la universidad y con toda la energía paciente para aguantar estos vaivenes, no. En estos años, los interinos son gente ya granada, con años de experiencia a sus espaldas, que se ven de nuevo, como el cómico viejo, arrastrados por los caminos, de feria en feria, para que los paisanos descarguen sus frustraciones o sus pocos años sobre ellos. Y a veces, aunque el Jefe de Estudios sea un personaje estirado y con pocos escrúpulos, se le despierta una cierta misericordia al verlos partir con la cabeza gacha y la maleta reventada por el traqueteo del viaje.