Las palabras te rozan la cabeza, pero no te tocan. Son aves de paso que pueblan el cielo desde el principio de los tiempos. Las palabras vuelan parsimoniosamente, sin pausa. Puedes atrapar alguna si estás atento, si aprovechas algún descuido y se posan en un tendido eléctrico. ¡Cuidado con la corriente! El alto voltaje es peligroso. Sobrevuelan el firmamento todos los días, como pájaros migratorios que nunca acaban de llegar al destino. Van de un lado a otro, descansan de vez en cuando, graznan cuando nadie las reclama. Las palabras, esas peregrinas palabras que nos acompañan todo el tiempo, que sirven para desalojar la pena (no del todo), para celebrar el mundo, para cagarse en él, para alabar a Dios y, también, para escupirle a la cara. Algunos las ven pasar sin apenas reparar en ellas, otros se encantan con su cadencia rítmica o con su estético vuelo e intentan enjaularlas para tenerlas siempre a la vista. Mueren, no resisten la celada. Las palabras son animales libres sin reposo, sin hogar, dueñas del aire y de la ingravidez. Solo algunos adiestradores, pocos, guardan la habilidad suficiente para hacerlas volar a su antojo, en rítmica danza que endulza ojos y ensancha corazones. Las palabras, esos pájaros antiguos, dan sentido a la inmensidad del vacío.
jueves, 14 de noviembre de 2024
martes, 5 de noviembre de 2024
El barrio fantasma
El barrio de La Fuente está desierto. Nadie vive en él, nadie. Las casas, desoladas, con restos de barro, sin voces, sin trinos de pájaros, sin música, sin gritos infantiles, sin conversaciones, sin tejido. Un barrio fantasma, aletargado. Por las calles nadie sale a la compra, ni al trabajo, ni a pasear. Nadie habita esas casas, nadie. ¡Qué angustia de vacío y humedades! Allí donde yo gocé mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud, ya nadie goza de su infancia, ni de su adolescencia, ni de su juventud. El barrio huele a fango y a memoria antigua, pero sobre todo a ausencias, a vacíos enormes, a tragedia inesperada. El silencio lo ocupa todo, solo el rumor del agua se escucha (ahora espantoso), viene de allá abajo, de las simas más profundas del Averno. Ahora, sosegado el río, apenas es capaz de cubrir el cemento del lecho. Se escucha, sí, ese rumor antiguo, esa letanía de la Naturaleza amordazada. De lo más hondo de la tierra, brotan lombrices, ratas muertas, huesos familiares. Todo ayuda a dibujar un paisaje apocalíptico, vaciado de humanidad, tétrico. Un paisaje lunar por el que de vez en vez se ve deambular algún alma en pena, intimidada por viviendas sin ruido, acongojada por el leve temblor del barro latente. Solo hay vida abajo, más allá del asfalto, envuelta en cieno y podredumbre. Vida sin ojos, sin voz, viscosa y lóbrega.
Los días van absorbiendo el agua, como esponjas de sol. El río ha vuelto a su ser insignificante y observa la mole en ruinas del instituto de secundaria en el que "estudié". No hay bullicio de adolescentes, solo crujir de vigas y muros destartalados. La luz, impúdica, ilumina los restos de un naufragio estremecedor. Silencio, todo es silencio.