miércoles, 12 de julio de 2017

Cuando Calderón quiso ser Lope y Cervantes a la vez: "La dama duende" en el Festival de Almagro


Tuve la felicidad de asistir anoche en Almagro a la representación de La dama duende de Calderón, puesta en escena por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Un Calderón muy lopesco, dinámico, ágil, divertido. De verso fácil y palabra afilada. Tiene una cualidad excepcional esta obra, como muchas otras del teatro clásico: consigue transformar en el paladar un argumento de borrajas en cocochas de merluza aderezadas con un pil pil bien trabado. Sin los juegos de palabras del verso calderoniano, sin la solidez del equívoco lingüístico, sin el dominio de las formas, esta comedia no sería otra cosa que un divertimento de palacio. Pero Calderón convierte una trama aguachirle de capa y espada en un denso aguamiel de sabrosas esencias. 
Viene al pelo acercar la obra a la época romántica. La Compañía Nacional acierta (como casi siempre) y los enredos sentimentales adquieren un mayor tono de parodia en ese ambiente decimonónico. El personaje de Notario, un don Juan tan enamorado que en el intento de adornar su retórica amorosa trabuca el discurso y dice justo lo contrario de lo que desea transmitir a su dama (entregada y confundida), es una de las delicias de esta comedia. Otra, y no menor, es el juego quijotesco del lenguaje que Ángela, la dama enamorada (Marta Poveda), utiliza en sus cartas para conquistar a su deudo don Manuel (Rafa Castejón). Nos remite a los libros de caballerías y a la parodia que terminó con ellos, el Quijote. Todo el enredo sentimental se tiñe de juego lingüístico caballeresco, cervantino y lopesco, que eleva la comedia en un aire metaliterario. Cosme, el criado de don Manuel, culmina este amor juguetón por la palabra escrita: "Será que no sé leer en cartas y sí en libros". 
Los personajes son, y ellos mismos parecen saberlo, caricaturas de novelas sentimentales y caballerescas. Ángela quiere conquistar con la palabra antigua, con "fermosura", como hacían Amadís y don Quijote. Don Juan, con retruécanos que se le van de las manos y se convierten en monstruos que dicen lo que no desean decir. Don Luis se recrea en el desdén y ama porque es despreciado. Beatriz se une a la aventura de la dama duende y espera que se decidan las palabras de don Juan. Cosme se refugia en la bebida, en el chascarrillo y en la locura de la trama. Y nosotros, espectadores convencidos, nos entregamos a la deliciosa puesta en escena de la CNTC y nos embarcamos en el disparate y en la parodia desde el primer momento. 
Un verso líquido y claro, un dinamismo apabullante, unas interpretaciones sin fisuras y una voz cazallesca (la de Marta Poveda) que llena de carácter el escenario. Un placer para los sentidos ese entrar y salir de camas y divanes, de líos sentimentales y juegos de honor, de persecución del placer y huida de la represión social. Un placer ver el choque de espadas y de versos en el escenario con tanta naturalidad que se funden los siglos sobre el escenario. No es el siglo XIX, ni el XVII, ni el XXI; es el juego de la palabra y la representación, el placer de la ficción echa carne sobre el escenario del Hospital de San Juan en Almagro. Y los murciélagos siguen disfrutando del espectáculo.      

sábado, 8 de julio de 2017

Bloomsday o Blufday: 16 de junio en Dublín



Bloomsday es Blufday, está confirmado. Hace dos años, después de un viaje a Dublín, engañado por las noticias del día de Leopold Bloom, alabé el hecho de que una ciudad se volcara en la celebración de la literatura, como si de una Champions o de una Virgen se tratara. Todo humo. Ni Dublín se deshace por celebrar la obra de Joyce; ni nadie, salvo cuatro octogenarios, se visten de época para conmemorar el día del Ulises. Fiesta multitudinaria y literatura no casan bien. El Bloomsday es un Blufday. Dublín no es Benidorm, ni la novela de Joyce tiene el mismo tirón que las happy hours. El placer de la alta literatura no vende bien. Algunos viejos comen sandwiches de gorgonzola en el Davy Byrnes, otros se han levantado de las tumbas y otras se han escapado de Ascot sin quitarse los tocados de fantasía. Ellos, los únicos, se sientan alegres ante una copa de borgoña. 
No hay motivos para que los dublineses se echen a la calle. Una novela casi ininteligible no lo merece. Un santo vestido de verde o una despedida de soltera o las tiendas abiertas, sí. No, Dublín no es una excepción, por muchos premios Nobel que hayan nacido en sus calles. Aquí no se celebra el Bloomsday, sino el Moneysday, como en el resto de Occidente. 
Una jauría de jóvenes irlandesas vestidas con minifaldas militares secan los 450 serpentines de Temple Bar. Detrás de ellas, las chicas del duende, amantes del grog y el chupito. La calle del viernes tarde revienta de alcohol y bullicio. No, no celebran a Mulligan, ni a Dedalus, ni a Haines; sino el fin de semana, el fin del celibato, el fin del mundo. No hay motivo para montar una fiesta por un personaje de ficción creado por un irlandés borracho. Los concursos de aguante en la barra, las danzas celtas y los tours por los pubs con pulseras verdes no homenajean a Joyce. Amantes de la literatura, dos, con las uñas de los pies arañando la tapa del ataúd. Es Blufday. Jolgorio del viernes: pintas, güisqui, farlopa en la acera, borrachos sin cencerro y algunos sombreros de paja proporcionados graciosamente por pubs interesados en el negocio del gorgonzola. 
Es de noche en el Blufday. Una señora de 90 años acompañada por sus hijos tropieza en el escalón. La hija nos aclara, "no, no es por el escalón; es por el vino". Sus mejillas coloradas la delatan, añora el antiguo Bloomsday o al mismo Joyce, podría ser. La noche en Temple Bar es un tumulto de pintas, güisqui y música celta. De camino al hotel, almas en pena esperan a que abra el albergue o la iglesia franciscana con el rostro torcido por la miseria, el alcohol o la heroína. Fin del Blufday. De literatura ni rastro. Joyce no tiene día, Cervantes tampoco. No lo necesitan, de veras.     

viernes, 7 de julio de 2017

"Glosa al puntoycomismo" por Carlos Mayoral



Es el punto y coma un signo de puntuación épico, un héroe dentro del amplio abanico de signos de puntuación en castellano. Lo digo así, directo, para dejar claro el tono del discurso.

El punto y coma no es más que ese ente siempre desconocido, que hace de su desconocimiento un arte; ese ente siempre aislado, que hace de su aislamiento un orgullo; ese ente enigmático, como si se empeñara en mostrar solo la patita de la abuela bajo la puerta del cuento. Eso sí, su uso tiende a difuminarse entre la marea de letras que nos invade. No parece bastar para su supervivencia la elegancia de su grafía (;), que combina los dos rasgos genéticos de sus familiares más ilustres: por un lado, la robustez del punto; por otro, la ligereza de la coma. No importa, aun así va desapareciendo poco a poco con cada texto sin nadie que lo remedie. No obstante, su aura permanece ahí, en el corazón de nuestra gramática, esperando a que la subjetividad del escritor decida por él, ansioso por no ser el último de sus hermanos que salga escena. Siempre fue así, hay muchos tipos de pausas: la corta, a la que nos condena la coma; la media, obligada por el punto y seguido; la definitiva, simbolizada con el punto final… y luego está la pausa del punto y coma, que nadie sabe cuál es, pero que es la más refinada de todas ellas. Porque hay veces que la realidad nos pide una pausa sin saber muy bien para qué. Esas son las verdaderas pausas, las provechosas, las que no tienen principio ni fin. Delante de todas ellas, aunque muchas veces no lo sepamos, hay un punto y coma.

Luego está ese plural invariable (la coma, las comas; el punto, los puntos; el punto y coma, los punto y coma), como si una forma valiera por todas. Es como el plural de dios, que en el mundo moderno y occidental pierde sentido. El símil no es exagerado, los puntoycomistas vemos al signo como una especie de deidad a la que tenemos que rendir pleitesía. El propio texto le rinde pleitesía. De hecho, todas las palabras que siguen al punto y coma han de ser escritas con minúscula (excepto, como ocurre con todo en la lengua, en contados escenarios). Esta suerte de humillación narrativa es lo menos que podríamos esperar de una figura tan importante para el castellano como es esta. Su difícil supervivencia responde a un motivo principal: corren malos tiempos para la subjetividad. Es este un mundo marcado por las reglas y, lo que es peor, por la complicidad del habitante del siglo XXI para adaptarse a ellas. El hecho de que el punto y coma ofrezca una cierta libertad es, en opinión de estos párrafos, una licencia que el castellanohablante no está dispuesto a permitirse.

Eso sí, la dignidad de un punto y coma nunca puede ponerse en duda. Por ejemplo, la Real Academia adapta la mayoría de usos de nuestro signo a la utilización de otros signos. Alrededor de este asunto, el puntoycomista siempre encuentra la mirada alta de este signo cuando se enfrenta al Diccionario panhispánico de dudas. Por ejemplo, de su utilización más extendida, la RAE dice: «Separa los elementos de una enumeración cuando se trata de expresiones complejas que incluyen comas». ¿Acaso no queda claro que ceñirnos siempre a la prevalencia de la coma es insuficiente? Un verdadero puntoycomista sabe que hay complejidades (utilizando el mismo término que la RAE) que no caben en una pausa de una coma, como se sugería al principio del texto. Es decir, las reflexiones que más exigen a las meninges salen siempre de un punto y coma, ya lo deja claro el DPD. 

El segundo uso que del punto y coma recoge la Docta Casa es, sin duda, mi favorito. Lo enuncian así: «Se utiliza para separar oraciones sintácticamente independientes entre las que existe una estrecha relación semántica». La relación semántica. Nunca imaginé que a los puntoycomistas nos pusieran en bandeja la razón de nuestras sinrazones. Solo nosotros somos capaces de encontrar la relación semántica que merece un punto y coma. ¿Y qué relación es?, preguntará el lector. ¿Acaso importa? Lo realmente valioso es el fruto de esa relación. La Academia lo sigue definiendo bien: «La elección de uno u otro signo depende de la vinculación semántica que quien escribe considera que existe entre los enunciados. Si el vínculo se estima débil, se prefiere usar el punto y seguido; si se juzga más sólido, es conveniente optar por el punto y coma». Da en el clavo. Ese vínculo sólido es el que mantiene todavía vivo este texto. 

El tercer uso que recoge el diccionario es, quizás, el minoritario entre todos ellos. Se debe colocar el punto y coma delante de ciertas conjunciones (mas, pero, sin embargo; todo adversidad) siempre que las oraciones a las que da paso la conjunción tenga «cierta» longitud. La Academia utiliza ese adjetivo, «cierta», de nuevo colocando sobre las espaldas del hablante el peso de una decisión tan importante como es imponerle una pausa a nuestra vida. Como si no tuviéramos bastante con decidir la velocidad punta, la aceleración, el rock and roll; ahora también tendremos que hacer hincapié en el freno, en la duda, en el silencio. Dado que se trata de conjunciones en su mayoría adversativas, todo puntoycomista sabe que la mejor manera de contradecir algo o a alguien (en este caso, una idea) es colocando un punto y coma sobre su dignidad textual. Es, al fin y al cabo, el sino de todo «símbolo»: «simbolizar» algo en nuestro imaginario. El último apéndice académico referido al uso del punto y coma es un tanto desconcertante. Reza algo así: «Detrás de cada uno de los elementos de una lista cuando se escriben en líneas independientes y se inician con minúscula». Como no tengo ni idea de a qué se refiere, solo puedo decir que pondré punto y coma como está mandado cuando de saltar líneas se trate; de hecho, la mayoría de lenguajes de programación finiquitan sus sentencias con este signo. Alguien debió de verlo claro.

La vida se decide entre silencios. Es tan simple como eso. Mañana, en el fragor de un texto, la quietud de un punto y coma nos hará grandes. Los días son demasiado largos, los textos demasiado rápidos; pero todo puntoycomista sabe que en el espacio que cabe en un punto y coma (ya saben, menor que un punto, mayor que una coma) se esconde la esencia de cualquier épica.

Que se lo digan, si no, a las trece veces que, a través de estos renglones, se dejó ver.

miércoles, 5 de julio de 2017

Playas del norte


Se han esfumado las brumas. El mundo amanece envuelto en un paño de azules sin mácula. Las olas han claudicado. No hacen falta los puentes, ni las plataformas de verano. Se podría pisar el mar sin miedo, si no soportáramos este peso muerto que nos hunde incluso en el asfalto. Hay poca esperanza para la natación, a pesar de las condiciones inmejorables. Solo tablas de surf y picos de gaviota. El sol asoma tímido, atento a la brisa de una mañana de vasos de cristal. La romperemos en cualquier momento, no hay duda, en añicos, como todas. Huele a algas podridas, a sal y a viento de la montaña. Hemos perdido los dientes y no podremos masticar el mar sin rajarnos las encías. Ya no estamos para sabores ásperos. Nos hemos arruinado el paladar con palabras de vidrio y humo, con imágenes de cenizas y porquería. Por suerte, hay papillas para desdentados y tullidos. Papillas para tragar el mundo sin saborearlo, sin masticarlo, sin apreciar la textura de las algas podridas, de la sal y del calamar varado en el puerto.    

lunes, 3 de julio de 2017

Emilio Lledó: "Hay que hacer mentes libres" por Tereixa Constenla



Ser el sabio oficial de un país es agotador. Todos, todo el rato, quieren una frase redonda, una enseñanza iluminadora, una conferencia memorable. Emilio Lledó (Sevilla, 1927) dice que está aburrido de escucharse a sí mismo. Pero no lo está. Sabe que solo a través de la palabra puede incitar a la reflexión. Y en hacer pensar está desde que se convirtió en profesor de Historia de la Filosofía: “Creo mucho en la cultura, en el sentido técnico de la educación, de hacer una persona crítica, y al mismo tiempo la educación es también unos modales. Por eso la Educación para la Ciudadanía es fundamental. No se trata de enseñar asignaturitas, sino de hacer pensar”.

En Dar razón (KRK), el libro que resume 50 años de entrevistas con el filósofo y académico, se aprecia esa pervivencia de sus afanes: “Se ve que tengo las mismas obsesiones”. Si en 1965 lamentaba “la estrechez de muchos de nuestros planteamientos pedagógicos”, en 2017 censura “la proliferación de colegios privados que rompen el principio de igualdad”. La devoción de ayer hacia los libros de texto se ha trasladado hoy a los ordenadores. Ni unos ni otros, por sí solos, enseñan a pensar.

En este ejercicio de revisión que propone la obra –editada originalmente en 1997 por la Junta de Castilla y León-, Lledó recupera el prefacio original, donde abordaba la dificultad de trasladar el carácter de lo oral a lo escrito, "la gran transformación a la que obliga el paso de la siempre cálida, redonda, articulación de cada sonido, hacia ese espacio plano de una escritura que no ha sido escrita, que fue hablada y oída 'al aire de su vuelo' y que tendría que forzar la conversión de un lector en un nuevo e imprevisto oyente.

Eran tiempos difíciles con algo bueno: la confianza en que el futuro era la tierra prometida. “He vivido la guerra y el franquismo, tengo una experiencia muy larga de esperanzas y desesperanzas. Cuando era profesor en La Laguna, Valladolid o Barcelona había la esperanza de que las cosas iban a mejorar. Y, de alguna forma, algo de franquismo sigue. El nombre de democracia sirve a mucha gente, a aquella a la que se refería aquel cartel que, durante la guerra civil, se veía en algunas calles ‘No pasarán’. Pero pasaron y, con todas las variaciones que sean, siguen pasando”.Tras la relectura, Lledó no ha sentido incomodidad. “Me reconozco en él, aunque en este libro era como si me desnudara un poco. Reconocerse en el pasado y encontrar en él una cierta coherencia siempre da alegría”. Coherencia y coraje para explorar territorio movedizo en 1970. Un periodista de El Día de Tenerife formula como quien no quiere la cosa: “Ya que habla usted de los griegos sería muy conveniente que habláramos de la democracia”. Entrevistado y entrevistador entran al pantano. “La gente ha hecho caso a eso que desde chicos nos enseñan: ver, oír y callar”, añade el primero. “Sí”, responde Emilio Lledó, “y no hay nadie que se levante a decirle al basileus (gobernante) que no está de acuerdo con sus decisiones…”.

Y no es que el profesor piense que todo es lo mismo: “En estos años de democracia se han logrado cosas importantes; pero tal vez se ha tenido miedo al recordar la historia inmediata o al comprobar que, como en el 23F, podían caer amenazas de golpes de estado. Ha habido cosas traídas por la democracia, como la libertad de expresión, aunque no vale para nada si solo sirve para decir imbecilidades. La verdadera libertad de expresión es la que procede de la libertad de pensamiento. Lo que hay que hacer es mentes libres”.

¿Y no le tentó la política para transformar la educación? “No nunca. Habría sido tan radical que no habría durado ni dos días. Por ejemplo, pienso que el dinero no puede, en democracia, marcar las diferencias de la educación. Soy un adicto a la enseñanza pública”.

Pero Lledó es poco dado a la desesperanza profesional. “La vida me da la vida. Yo no me aburro. Estoy feliz en mi trabajo”. Rodeado de 10.000 libros, escribe en un despacho donde conviven los retratos de Aristóteles y Kant con los de sus hijos y nietos. Acaba de recibir tres obras suyas traducidas al francés y un ejemplar de Imágenes y palabras, que acaba de reeditar Taurus, uno más de la larga treintena de libros que ha escrito. Cree que podría haber publicado algunos más con algo de pragmatismo y ayuda. A punto de cumplir 90 años, después de haber recibido el Nacional de las Letras y el Princesa de Asturias de Humanidades, sigue con ganas de aportar. Su nuevo ensayo abordará aspectos de la identidad, la intimidad, la ideología y el afecto. “Me siento querido por muchos exalumnos. Pienso que he sido profesor y me ha gustado lo que hacía. Tal vez he contagiado ese gusto. Sentía que lo que hacía era importante, no porque lo hiciera yo, sino por la educación”.

sábado, 24 de junio de 2017

Persiguiendo a Joyce: Volar (15 de junio de 2017)


Volar. El mundo tan distinto y tan distante. Aislado del sofoco de la tierra cuarteada, de los vientos, del refugio. Zambullidos en un cubículo a temperatura estable. Volar. La ventana: rastros de lombriz sobre el barro, geometría de los campos, cagadas de mosca, encinares. Volar. Sándwich de jamón y queso, plum cake con Nutella, agua, snacks, pueden contactar conmigo, con la azafata de pelo recogido y labios de cereza. El mundo cada vez más lejos. Volar. Trazos de mano nerviosa, lágrimas como piscinas, el hombre ya no existe. Solo un tapiz inmenso de orugas y retales. Volar. Agua de seltz, bebidas isotónicas, carromatos tirados por uniformes de verano. Nubes deshilachadas, nubes acuosas, nubes como suelo y al fondo el azul eléctrico del azafato bizco. Volar. Suspendidos, abandonados en un limbo de motores y emergencias. Perfumes de Chanel, relojes de lujo, vasos de plástico, nubes y nubes de suela de zapato. El silencio del viaje, el bullicio de los motores, la desaparición de los pájaros. El cielo solo para nosotros, para los propietarios de las tarjetas de embarque, el DNI y los frascos de 100 mililitros. Volar. Pasear sentados sobre un perfume de nieve y descansar la cabeza sobre un marco de metacrilato. Prohibido fumar, levantarse, moverse. Solo está permitido abrumarse con el mundo desaparecido, con el fin del gobierno de lo sólido. La Antártida a través de la ventanilla. Espermatozoides como barcos. Francia, Inglaterra, no sé. Productos cosméticos, regalos, rifas, aterrizamos en una hora. La costa inglesa dibujada por mano de viejo bebido. Un mar estrellado. Volar, dormir soñar. Dublín al fondo, como una realidad de hierba, después del espejismo del cielo. Volar, llegar y despertar de la ingravidez, como el que vuelve de la mescalina, del LSD, del fragor alucinógeno del no ser. Volar. El mundo es esférico. Pisar la tierra. El mundo es plano y encima de las encinas sigue amenazando la lluvia.

viernes, 23 de junio de 2017

Gala de entrega de premios "El País de los Estudiantes" 2017

Aquí fue todo, que diría don Quijote. Aquí se gestó el último capítulo de nuestra aventura gambitera con más satisfacción que Sancho en las bodas de Camacho, con más jolgorio que en la posada de Maritornes, con más emoción que Durandarte en la cueva de Montesinos.


miércoles, 21 de junio de 2017

Hemos hecho un gran periódico: "El Gambitero" 2017


HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO. El día 20 de junio a las dos de la mañana volvíamos de Dublín. Dormimos unas horas y buscamos de nuevo el autobús. Allí estaban mis redactores: Adnana, Andrea, Arancha, Celia, David, Elisabet, Esther, Irene, María, Marta, Noelia, Pablo, Sandra C., Sandra N., Verónica, Viviana. Preparados para la gala de entrega de premios de "El País de los Estudiantes" en la redacción de "El País". Ellos no me ven como al comienzo de curso. Yo no los trato como en el comienzo del curso. PORQUE HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO. En el autobús insisto en que lo importante está hecho, que yo el premio ya lo tengo y ellos también lo deberían tener. PORQUE HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO. La gala de entrega de premios no es lo más pedagógico, ni mucho menos. Se debería primar el compartir y no la competición, pero qué le vamos a hacer.Todos nos movemos como un solo cuerpo. Los redactores se relacionan con alumnos de otros centros, viven la experiencia y la emoción de chicos que han trabajado como ellos. 18 redacciones de periódico, 18 equipos ilusionados y entusiasmados, como solo se entusiasman los adolescentes de cualquier edad (también de la mía). PORQUE HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO. Nos otorgan el PREMIO A LA MEJOR SECCIÓN EN INGLÉS. Respiramos, sudamos y contenemos el aliento. Comienzan la entrega de los premios nacionales. Tercero, segundo. Respiramos más fuerte, sudamos todavía más y ya apenas podemos contener el aliento. PRIMER PREMIO NACIONAL DEL CONCURSO "EL PAÍS DE LOS ESTUDIANTES" PARA "EL GAMBITERO". Saltamos, gritamos, nos desorientamos, tropezamos. Javi, director del centro y gran amigo, llora. Yo casi. PORQUE HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO. Hablamos con valencianos, catalanes, gallegos, extremeños, madrileños... Compartimos experiencias, miserias, anécdotas, ventajas de este tipo de proyectos frente a la enseñanza tradicional. PORQUE HAN HECHO GRANDES PERIÓDICOS. Y reímos, lloramos, saltamos y nos miramos como si fuéramos muy distintos a los que éramos al comienzo de curso. PORQUE HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO. Con las voces prestadas de CUERDA, IRENE, CELIA, PALOMA, MERCEDES, E., Y., M.L., IOANNA, MARTA ALESSANDRA, SHARON, KLARI, SANTIAGO, JOSEFINA, JOSÉ Mª, CARLOS, ESTEBAN, ALMUDENA. A los que dedicamos este periódico, a los que les debemos nuestras historias y a los que les debo que los alumnos ya no me miren como al comienzo de curso. PORQUE HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO. Al día siguiente tengo clase a primera hora con algunos de los redactores. Apenas he dormido porque tenía ganas de ver sus caras, sus sonrisas, su ilusión. Se ha derribado la barrera. No he dormido porque quería seguir disfrutando de la enseñanza.PORQUE HEMOS HECHO UN GRAN PERIÓDICO.    

domingo, 11 de junio de 2017

El final de Goytisolo y el juicio fácil


Leo con estupor un artículo de "El País" sobre la situación de Juan Goytisolo durante sus últimos años de vida. Sus problemas de salud, agravados por una economía precaria, lo llevaron a un estado lamentable. Evitaba ser hospitalizado durante mucho tiempo para no frustrar el futuro de sus ahijados. No pudo renunciar en 2015 al premio Cervantes porque necesitaba el dinero. Un premio, como otros muchos, que, desde su independencia, él había criticado por el clientelismo en el que se revuelca desde hace tiempo el corrillo literario español. Y recuerdo cómo muchos articulistas y, lo que es más triste, escritores de renombre, se lanzaron a la yugular del anciano Goytisolo cuando aceptó un premio que tanto había zarandeado. 
Somos gente de juicio fácil y sentencia rápida. Parece mentira que nuestros juzgados acumulen tanto retraso. En cuanto vemos oportunidad de lapidar a cualquiera que tenga un cierto prestigio, nos desvivimos por coger la piedra con más aristas y lanzarla a la cabeza del señalado. Es una perversión, no sé si solo de nuestros días o solo de este país, pero es una perversión en auge. Lo triste, lo más triste, es que, los que deberían preservar la poca sensatez que nos queda, los poetas, los intelectuales... se hayan aficionado también a la práctica del juicio fácil y la sentencia cruel. 

La contradicción en la que incurría Goytisolo al aceptar el premio lo condujo a él a una depresión y, a algunos de sus colegas, al libelo y al placer perverso de colocarlo en el paredón. Al nómada, al exiliado permanente, al heterodoxo lo habían pillado con los pantalones bajados y los calzoncillos sucios. Tenía 82 años, pero no podían dejar pasar la ocasión. Era una oportunidad para arrastrarlo y verlo sangrar. Cuando, ahora, aparece la razón de su aceptación y se cuenta la depresión que casi lo abocó al suicidio, es todavía más sonrojante el comportamiento vengativo de algunos divos de nuestro panorama literario. 

No son tiempos de indagación, de reflexión, de opiniones reposadas, ni por supuesto, de disidencias. Goytisolo no era de los nuestros, no era de nadie. Goytisolo veló hasta el final por preservar su independencia y sus rarezas, a costa de su salud y quién sabe cuántas cosas más. Su legado, sus palabras, poco tienen que ver con las de esos otros colegas de mano nerviosa y dedo irreflexivo que comen de la mano del monopolio emergente y abrevan en las charcas de los banqueros. Ya queda uno menos y no son tantos.

sábado, 10 de junio de 2017

Esencias de la gente gambitera (El Gambitero 2017)


Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia:

Andrea entrevista a José Luis Cuerda, abrumada por el Círculo de Bellas Artes, y se sonríe con sus chascarrillos. En un bar de Lavapiés, Adnana escucha con sobresalto el relato de Irene López sobre los refugiados; Sandra N. y Viviana participan de la jovialidad de la nieta de Cela. Irene se entusiasma con las peripecias amorosas de sus abuelos en La Alberca de Záncara. Irene conversa en inglés con profesoras extranjeras y a Ana Botella se le cae la baba. Verónica y Sandra C. se derriten de ternura al escuchar la inocencia de Luismi en el centro para personas con discapacidad de San Clemente. En Utiel, Marta escucha con emoción los cuentos de posguerra de Celia Ruiz. María tiene hambre en el seminario de Cuenca. Noelia descubre los secretos de la cárcel de Alcalá Meco. Celia mantiene el tipo en el ayuntamiento de Villar de Cañas ante su "vulcánico" alcalde. En un bar de Honrubia, Esther se muestra resuelta y disfruta con las declaraciones de las jugadoras del Albacete femenino. Arancha habla y habla con su tío y con un escritor novel en Albacete y consigo misma y con su cámara de fotos y opina y escribe y habla y se retuerce como un osito en la fiesta del Orgullo Gay. Pablo, María y David domestican a la informática y a segundo de bachillerato para condensar todas las entrevistas en unos píxeles. Elisabet somete a las dos dimensiones del dibujo las iluminaciones de su ingenio artístico tridimensional. Yo conduzco el León mientras escuchamos un fragmento del himno del seminario trufado con electrolatino, antes estropeé un par de filmaciones. Todas gritan en mitad de una era, agitadas por un viento de fuelle antiguo, que las mujeres son libres y muy dispuestas. Al final, David y Pablo se venden en la teletienda.     

lunes, 5 de junio de 2017

"Juan Goytisolo: Réquiem por un nómada" por Rafael Narbona


Nómada incurable, mestizo vocacional, marginal autocomplaciente, Juan Goytisolo tejió su identidad mediante rupturas. Abandonó el derecho por las letras, repudió la educación católica recibida en los jesuitas, se hizo afrancesado para expresar su desprecio por la España franquista que había asesinado a su madre en Barcelona durante un bombardeo en un aciago marzo de 1938; se acercó a los heterodoxos (Blanco White, Francisco Delicado, Fernando de Rojas, Américo Castro) para destacar que la auténtica faz de nuestro país era fruto de la promiscuidad cultural entre moros, judíos y cristianos; huyó a Túnez y, más tarde a Marruecos, para expresar su incapacidad de vivir en una Europa ensimismada y fríamente racionalista; reivindicó las periferias y las sensibilidades que cuestionaban los dogmas y valores de la civilización occidental; hizo de su sexualidad un desafío permanente contra la intransigencia y el puritanismo.

Cuando aceptó el Premio Cervantes no cesó de nadar contra corriente, aprovechando la ocasión para expresar su indignación contra los recortes económicos y la pérdida de derechos laborales. Aunque se marchó de España a finales de los cincuenta por razones políticas, convirtió su condición de exiliado en una posición filosófica y existencial. El exilio puede ser una desgracia, pero también representa la oportunidad de observar el mundo desde una perspectiva excéntrica. Siempre es preferible deambular por los márgenes que vivir hipnotizado por el centro. El escritor no debe reconocer otra patria que la literatura y el compromiso ético.

Ateo beligerante, su escepticismo religioso no le impidió adentrarse en la poesía de Juan de Yepes, que "por amor a Cristo" adoptó el nombre de San Juan de la Cruz, alumbrando una pasión mística, cuya cuerda lírica, erótica y teológica vibra al mismo compás que la tradición sufí. En Las virtudes del pájaro solitario (1988), fluye una voz indeterminada que discurre entre calculadas ambigüedades, demoliendo las nociones de tiempo, espacio e identidad. El pájaro solitario persigue "el espíritu del amor, que es Dios". Solitario, canta suavemente desde lo alto, feliz de no poseer nada, salvo su voz. "Alabemos a Dios, que nos dio el lenguaje de los pájaros", exclama el escritor sufí Najmuddin Kubra (s. XIII). Goytisolo no esconde una fe camuflada o reelaborada. Simplemente, se identifica con la herejía mística, que ama al mundo hasta el extremo de aniquilar el yo y negar la eternidad.

Aunque repudiara su etapa realista, Duelo en el paraíso (1955) ya albergaba la poética que maduraría años más tarde. Al evocar la retirada del ejército republicano y la desbandada de los civiles, escribe: "Matar a un pájaro es tan absurdo como patalear en el vacío…". El niño que nos acompaña desde los primeros brotes de conciencia patalea para no morir, pero finalmente sucumbe a la madurez, que no descansa hasta acallar su canto. "Todo es ilusión: la vida, la muerte, el ansia de durar", añade Goytisolo con un tono sombrío que recuerda el timbre de los escritores barrocos. Sólo el poeta se libra de ese destino, porque nunca deja de ser un niño. La poesía es lo único sagrado en un mundo maltratado por teólogos y centuriones. Sólo en su recinto vuela el pájaro solitario, enamorado de la noche oscura donde litigan los amantes.

En 1966, Goytisolo inicia el ciclo novelístico de Álvaro Mendiola, el fotógrafo que construirá su identidad, extirpando sus raíces. Exiliado antifranquista, le parece insuficiente perseverar en su disidencia. Se impone ir más allá, buscar al otro, al extranjero, al paria, y eso es imposible sin divorciarse del lenguaje y la razón occidentales. En Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975), la verdadera innovación no son los recursos formales, que alteran el orden cronológico, la distinción de las voces narrativas, los signos de puntuación y los registros estilísticos, sino la búsqueda del otro, de la alteridad, de la diferencia. Al lanzarse a esa aventura, Goytisolo se enredó en un diálogo infinito con Góngora, el arcipreste de Hita, Manuel Azaña, que encarnan el reverso de la tradición española, ese otro lado que se ha pretendido enterrar y silenciar. Nunca renunció a su condición de "niño asombrado" que ha conocido tempranamente las pasiones cainitas y que no conocerá la paz hasta confundirse con la muchedumbre de la plaza de Xemaá el-Fná. Cuando publica Makbara (1980), ya no es un europeo que pretendió imitar a Thomas Mann en su juventud, cuando soñaba con emular la saga familiar de Los Buddenbrook, sino un feliz desterrado al que ya no le cohíben los tabúes de la sociedad occidental, sedienta de poder y enemistada con la vida. Ya sólo escucha la voz de Omar Jayam, incitándole a amar el cuerpo, la materia y la finitud: "Entrégate al placer, oh mortal, sin recelos: / nadería es el mundo y nadería la vida / y nadería esa bóveda hecha de nueve cielos. / Amar y beber es cierto, ¡y lo demás mentira!" (Trad. Ramón Vives Pastor).

Juan Goytisolo fue un nómada y un místico. Un nómada que cruzó todas las fronteras, incluidas las morales y culturales, y un místico que no creyó en Dios, pero sí en la rebeldía, el placer carnal y la belleza del mundo.

domingo, 4 de junio de 2017

El Ulises de nuevo; Dublín, otra vez

                                                   En el cementerio de Dublín (2015)

Leo por tercera vez el Ulises de James Joyce. Y por fin le saco el jugo a este libro. Es posible que, como dice el traductor, Francisco García Tortosa, para apreciar en toda su extensión el Ulises, hay que familiarizarse con su realidad, con sus personajes, con sus ambientes, con su lenguaje. Pocos disfrutan del primer contacto con un desconocido. Hay que dedicar tiempo y encuentros para estar cómodo con alguien, para trabar amistad, para gozar con la conversación, con la palabra. El Ulises propone el mismo enfrentamiento que el de la realidad. Hay que acercarse a él una y otra vez para desentrañar los misterios de su composición, para acomodarse, para trabar relación y extraer la sustancia de su genialidad. No me parecen, como a Juan Benet, juegos de palabra sin más, ni mucho menos. La lectura del Ulises te sumerge en un mundo plagado de referencias literarias y lingüísticas, de juegos (es cierto), de guiños, de ironías herméticas, de voces difícilmente distinguibles..., en la realidad misma, en su vulgaridad y en su excelencia, en su obscenidad y en su pureza. Es una lástima no saber inglés para completar la experiencia estética, aunque la traducción de Tortosa es, con diferencia, la mejor de todas las que he leído. 
Me acerqué a él por primera vez con avidez y me ganó la soberbia. No entendí nada, se me perdía el discurso en la complejidad de las voces y en la riqueza de la lengua. No fui capaz de hallar el placer estético que se suele obtener de una obra de arte. Me puse del lado de todos aquellos que piensan que la obra de Joyce es una tomadura de pelo. 
Tardé mucho en volver sobre ella, cuando la soberbia de la juventud se había diluido, convencido ya de que fue mi torpeza y no la de Joyce lo que impidió mi disfrute. No conseguí tampoco en esta segunda lectura disfrutar como lo he hecho con otras obras clave de la literatura, pero sí quedó en el paladar un sabor diferente al primer contacto. Una sensación de que allí había algo escondido. Percibí un aroma agradable, distinto a cualquiera de los libros que había leído hasta ese momento, aunque de nuevo, la dificultad del texto me superó. 
Es la tercera vez que lo abro, la tercera. En una nueva traducción, la de Francisco García Tortosa. El aroma de la segunda lectura lo he recuperado ya en el primer capítulo. Reconocer de nuevo a Buck Mulligan, a Stephen Dedalus y a Haines en la torre Martello, sonreír con sus ironías anticlericales y antiimperialistas, participar de su trato juvenil de colegas y llegar al final, a esa palabra clave: "Usurpador". Es como encontrar a viejos amigos con los que has pasado buenos ratos y comprobar que la relación no se ha resentido, al contrario, el paso del tiempo no ha dañado la confianza y se disfruta del reencuentro. Aún mejor, porque en la tercera lectura he recobrado el tiempo perdido y aprecio algunos detalles que habían pasado desapercibidos en las dos lecturas anteriores. Y el aroma ya no se percibe débilmente, sino que se puede saborear el té espeso y la leche recién ordeñada de vaca dublinesa. Las letanías heréticas de Mulligan provocan la sonrisa sardónica, la torre Martello es el castillo de Elsinore y los calzones de Stephan son las armas de Telémaco para navegar en el río Liffey. Las voces se cruzan, las palabras comienzan a engendrarse de nuevo, bellas y monstruosas. El tono está dispuesto para la aventura del héroe. Hay que chapuzarse.