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martes, 7 de junio de 2016

"Guerra y paz"


El deleite de la obra de arte acabada con perfección. El gusto de que te alejen de la morosa cotidianidad. El poder de abandonar los sentidos con un único fin: la contemplación, la enajenación. Con productos televisivos me ha pasado pocas veces. Me dije (antes de verla): otra recreación de una obra literaria a la que le faltará el alma del genio que la escribió, como ocurre casi siempre. Confío en la BBC. He visto series de una calidad excelente, pero esta adaptación es otra cosa. No sé por qué. Puede ser el momento en el que la he visto. Puede ser también por la frustración que sentí al leer la novela (se trataba de una mala traducción y preferí dejarla a mitad de la lectura).
La veo otra vez para comprobar si esa primera sensación no fue fruto de lo circunstancial. Con el miedo de que me defraude (como tantos otros productos televisivos, tan impactantes como faltos de sustancia para aguantar un segundo pase). Estoy en el tercer capítulo, completamente convencido de la calidad auténtica de esta obra de arte. Los actores transmiten una emotividad especial, la fotografía te desnuda, la música te eleva todavía más (cuando creía que no podía estar más arriba) y los diálogos, las pausas, la puesta en escena es tan delicada, se han cuidado tantos detalles que me parece estar leyendo (ahora sí) a la vez que veo las imágenes. No había tenido una experiencia similar con ninguna otra serie de televisión. Con el teatro sí. Estoy deseando ver el capítulo cuatro de nuevo y el cinco y el seis y el siete y el ocho. La maldad, la bondad, la guerra, las relaciones sociales, la hipocresía, el gran mundo, las amistades, el amor..., en definitiva, el cincel de la vida y de la muerte esculpiendo unos personajes que ya forman parte de mis pasiones. Me suena extraño cuando me lo digo: quiero leer esta novela bien traducida, quiero comprobar si me produce algo parecido a lo que estoy viviendo con la serie. En cierta manera, me asalta el temor de que una gran obra de la literatura universal me defraude. Pero no creo que vaya a ser así. Espero que me ocurra lo mismo que al ver por segunda vez la serie. El placer está siendo todavía mayor. Las obras bien construidas no se deshacen en la anécdota, tienen la solidez de las catedrales góticas y su ligereza aérea. Su poder de encantamiento va mucho más allá del interés de la trama. Cada uno de los personajes evoluciona con su propia experiencia. Los vemos madurar. Tengo la impresión de contemplar vidas reales a cámara rápida. Como si tuviéramos el poder de los dioses y se nos otorgara el don de contemplar desde el aire las peripecias de los simples mortales, sabedores de nuestra eternidad y de la efímera existencia de nuestra creación. Un lector, un espectador construye las vidas de los creadores y las hace suyas si éstas son dignas de ser contempladas. No me demoro más. Os revelo el título de esta maravilla. No tengo miedo de dar mi opinión, porque pocas veces he estado tan convencido de los placeres que me está proporcionando esta serie. Es lectura en imágenes y me hace muy feliz. Guerra y paz de León Tolstoi, o no. Guerra y paz de Andrew Davies. La expectación que me ha creado hacia la novela bien traducida es tan alta que he vuelto a la adolescencia. 

domingo, 17 de abril de 2016

"Martutene" de Ramón Saizarbitoria


Un hallazgo literario muy interesante: la novela del autor vasco Ramón Saizarbitoria, "Martutene", tan voluminosa como refrescante. De un sabor proustiano muy natural, que ya no se lleva. Un extracto en el que se define la vejez: "...un hombre que no se siente obligado a nada, que tiene ya la sensación de no deberle nada a nadie en este mundo, asustado de la creciente desafección ante sus amigos, de su creciente indiferencia ante los acontecimientos públicos, de su creciente libertad. Eso es lo que convierte a alguien en viejo y no el hecho de necesitar bastón".

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Goytisolo y la enseñanza de la literatura


Al leer las reflexiones de Juan Goytisolo en su novela Coto vedado sobre lo que le provocaban a él las clases de literatura en el colegio religioso donde estudiaba, uno siente tristeza por la nefasta impresión que deja el sistema educativo en la enseñanza de esta materia. Los alumnos huyen de cualquier cosa que suene a literatura española y la causa es evidente: los métodos y manuales que utilizaron y seguimos utilizando en colegios e institutos. Y no es un mal actual, ni mucho menos. Goytisolo lo sufrió a mediados de los 40 y antes y después muchos otros. Solo el espíritu autodidacta ha impulsado a muchos lectores y escritores a acercarse hasta los autores españoles sin miedo a que les cayera un ladrillo de una tonelada sobre la cabeza. Si creyera en los conjuras, aseguraría que hay un contubernio intemporal para hacer aborrecer nuestras letras y alejar a los muchachos de los libros -sobre todo de los escritos en castellano- y yo soy miembro de él -. Y aquí la cita de Juan Goytisolo:
"La instrucción dispensada en el colegio no solamente me hizo aborrecer nuestra literatura -convertida en un muestrario de glosas pedantes y exégesis hueras- sino que me persuadió también de que no había cosa en ella cuyo conocimiento mereciera la pena. Mientras consumía obras de Proust, Gide, Malraux, Dos Passos o Faulkner, ignoraba olímpicamente nuestro Renacimiento y Siglo de Oro".

domingo, 15 de noviembre de 2015

Recomendaciones lectogastronómicas: hoy, Miguel de Cervantes


Cervantes es un huevo frito en sartén de hierro acompañado por unas patatas a lo pobre con aroma de ajo y aceite de oliva. Todo servido en una cazuela de barro desportillada, para comerlo con las manos, empapando el pan de hogaza en el huevo y atenazando con los dedos las patatas chorreantes. Una delicia sencilla que muy pocos aborrecen y muchos celebran, un manjar de pobres que se amansa en el paladar como el rodar de un carro de bueyes. De segundo, Cervantes es un guisado de caza, de los que se dejan cociendo en las ascuas a fuego lento hasta que el caldo se puede apresar entre los dedos como materia sólida. Carnes recias que por la magia del fuego y del tiempo van dejando su aspereza en el agua que los riega y se enternecen como los infantes cuando embocan el pezón de la madre.
Cervantes es aire, fuego, tierra y sobre todo... vino, vino con cuerpo que atraviesa el paladar y el esófago para caldear las tripas y hacer hervir la cabeza con imaginaciones y ocurrencias que despiertan risa y melancolía, a partes iguales. "Dadme de lo caro, que el agua no alimenta" dice Sancho a una ermitaña para reclamar lo que pide el cuerpo. ¿Y dónde quedan los tan cacareados "duelos y quebrantos"? Esos se los comió todos don Miguel, a carrillos llenos y masticando con las encías, que las muelas ya habían naufragado en el asendereado trajín de los años.  

sábado, 10 de enero de 2015

"Recomendaciones lecto-gastronómicas: hoy, Michel de Montaigne"


Montaigne es una sopa, una sopa de picadillo. Su lectura prepara el estómago para una comida más sólida, lo reconforta, abre el apetito. La jugosa sustancia de su caldo se extrae de los ingredientes más diversos de la cultura griega y latina (Sócrates, Platón, Plutarco, Cicerón, Séneca...), esto hace que el paladar se llene de muy distintos sabores que a menudo chocan por su contradicción; sin embargo, el ánimo sosegado del francés consigue darle un toque de consistencia que conforta el paladar de cualquier comensal. Las pequeñas historias que inserta en sus ensayos son como esos tostones con los que te encuentras en mitad de una cucharada: inesperados, crujientes y con toda la sustancia de una cocción lenta y reposada. Cuando uno se sienta a la mesa, no puede esperar más de un plato de cuchara: son innumerables las sentencias y el buen provecho que se saca de su lectura, a pesar de los juicios contradictorios, a pesar de sus devaneos, de sus digresiones, de sus aventuras desmelenadas por cualquier vericueto. Lo que prevalece es la humildad de un plato tan sencillo y a la vez elaborado a partir de unos ingredientes tan sólidos y tan variados. Si además nos acercamos a él después de haber cenado con algún discurso moderno, con el cuerpo descompuesto por el fanatismo o por escuchar y leer juicios vociferantes y sin argumentos, nos calmará el malestar y nos dispondrá para, con su alimento, atacar un segundo plato más sólido, un entrecó de Shakespeare o unos duelos y quebrantos de Cervantes. Se sirve en cualquier posada humilde, en cualquier figón que tenga un poco de amor por la cocina tradicional. Es posible que no podáis acabar con todo de una sentada, pero acercaos a los Ensayos, aunque sea para sorber algunas cucharadas, os aseguro que el efecto es muy reparador.

sábado, 31 de mayo de 2014

Quiero entrar sin pantalones


Los futuristas acusaron a Dios de crímenes de lesa majestad en juicio sumarísimo y fusilaron los cielos a primera hora de la mañana para que no escapara el autor de tanta muerte y vulgaridad. De la lectura del libro de Juan Bonilla "Prohibido entrar sin pantalones" he sacado más que unas horas de entretenimiento y de solución del ocio. La manera de trasladar al lector la biografía extravagante de Maiakovski provoca una verdadera convulsión intelectual. No se puede pedir más a un libro.
¿Se ha perdido en la actualidad la esencia del verdadero artista?, ¿ha sido estrangulado el entusiasmo del creador por la sociedad del futuro que ansiaba precisamente el fundador del vanguardismo ruso? En la vida de Maiakovski y en la de los escritores que lo rodean se abraza un fervor por el descubrimiento, por la ruptura, por la creación verdadera, por la revolución que convierte a los artistas actuales en taquilleras de espectáculos de variedades. Al margen de extravagancias, de ideas absurdas o de conexiones políticas extremas, el artista es dibujado por Bonilla como un ser vitalista, que intenta desgarrar la realidad con su bisturí de palabras, que se presta al público como el flautista que puede salvar al mundo de la mediocridad. La incesante actividad de Maiakovski, la prosa deslumbrante de Bonilla y el candor de los que aún intentaban cambiar el mundo a través del acto poético impulsan al lector a revolverse contra sí mismo, a desobedecerse, a cocear su vientre para vomitar los restos de autenticidad que aún le queden después de haber sido fagocitado por los convencionalismos. "Solo es poesía aquello que transforma al lector en poeta", así define la voz de Maiakovski confundida con la del narrador y como buen vanguardista se lanza a la proclama de consignas: "Planta un árbol, déjalo crecer; ten un hijo, déjalo crecer. Corta el árbol y construye una cruz, crucifica en ella a tu hijo y, con la experiencia, escribe un libro".  Desmesura, anticonvencionalismo, ruptura salvaje, pasión sin freno, hombre fuera del tiempo, hombre que busca la eternidad en el futuro, el hombre en carne viva. Tenían por héroe moderno a ese condenado a muerte que se prestó a pronunciar como últimas palabras el nombre de una marca de cacao antes de ser electrocutado en la silla eléctrica. Hoy seríamos capaces de creerlos.