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domingo, 18 de mayo de 2014

Farsa y salvas del Rey Campechano: Segundo cuadro ("Un obispo, negros y elefantes")



CUADRO SEGUNDO
“UN OBISPO, NEGROS Y ELEFANTES”
A lo lejos barritan los prelados

(Con aires de Valle)

(Bajan la escalera metálica del avión el Rey Campechano y su corte de mascotas y duendes. Estira la pierna con gañidos de rodamientos poco engrasados. Un golpe de cálido viento le seca la gota que dejara la eslava en el pantalón de bonito. En el suelo del aeropuerto unos niños negros con chaqueta de marinero y taparrabos bailan una danza mandinga; las niñas muestran sus senos florecientes y cubren sus bajos con moaré pomposo de blanco impoluto hasta los tobillos. El rey sonríe con diente de plástico y caen tres fundas a los pies del secretario, quien las recoge con asco. A los negritos los acompañan negros granados y encorbatados, también un obispo que se ha recogido el bonete con un barbuquejo en sobrasada de carrillos).

EL REY MANDINGA: (Besa la mano del monarca hispano) Bienhallado sea su señoría.
EL REY CAMPECHANO: Que el dios oscuro os guarde muchos años.
EL OBISPO: (Al oído del monarca) Por suerte al dios negro le dimos baños,
                                                           levantamos iglesias con lejía.
 EL REY CAMPECHANO: ¿Y estas negritas bailongas y sueltas?
                                               ¿Y estos negritos de badajo tierno?
EL OBISPO: Toman la comunión en pleno invierno
                       y lo agasajan con bailes y vueltas.
                       No están aún domados estos muchachos.
                       Les aprieta el traje en los genitales,
                       se lo quitan, son pecados veniales.
                       Es difícil sujetarles los machos.
                       Las hembras están vivas y trotonas,
                       ellos siempre empalmados, bien enhiestos.
(Observa el Rey el bamboleo de los senos, con la baba en el vértice del labio. Se sofoca y sonroja con el dolor del sol en lo alto de la gorra de plato. Su Secretario y la eslava ven volar el bonete del obispo al estallarle el barbuquejo. Se suelta la sobrasada de los mofletes y corre con los muslos pegados dos o tres metros. Una negrita le acerca el bonete a Su Eminencia).
TODOS LOS PRESENTES: (Fuerzan su castellano) ¡Viva el Rey Mandinga y el Campechano!
(Dos negritos y dos negritas le ofrecen una pamela, bizcocho merengue y leche de búfala para que moje sopas. Así la amistad de los dos pueblos quedará sellada. Traga el Rey el mejunje y escupe con toses la argamasa. El obispo se limpia los calostros de la cara con la manga de la casulla).
EL OBISPO: (Con el bofe aún de resoplo) ¿No gusta a Su Majestad este yeso?
EL REY CAMPECHANO: (Gime con lágrimas de vomitera) ¿De cuándo los reyes beben papillas?
                                               ¿Dónde, de este infierno, está la salida?
EL OBISPO: (Nervioso) La pamela, nos jugamos la vida.
EL REY CAMPECHANO: Me la pongo, pero tráeme una silla.
(Se sienta el Rey, se quita la gorra de plato y se calza la pamela sobre las guedejas resudadas).
LA ESLAVA: ¡Qué herrmoso mi Juancarr! ¡Qué rrubicundo!
(Los negritos abanican con palmas la cara abotagada del monarca y bufa este con soplos de buey labrador. La ninfa le pellizca un moflete y deja una marca de leche en el cárdeno de la piel).
EL OBISPO: ¡Alegre esa cara! Mañana una misa,
                       elefantes y niñas en camisa.
                       Lo pasamos bien en el Tercer Mundo,
                       cristianar negros lo nuestro nos cuesta,
                       vestir salvajes es muy oneroso,
                        levar iglesias, trabajo costoso.
                       Son, a menudo, cargas indigestas,
                       si no se endulzan con algún pecado.
EL REY CAMPECHANO: ¿Podré llevar la escopeta más larga?
EL OBISPO: Y hasta vuestro revólver de doble carga.
EL REY CAMPECHANO: ¡A la selva!, ¡levántame, prelado!
(Se yergue la pamela, con el Rey debajo. En su cabeza bailan los trofeos de búfalos, rinocerontes y elefantes derrengados, también las negras zumbonas bailando en cueros alrededor de una mesa llena de faisanes y besugos dormidos. Los negritos sacan del taparrabos sus teléfonos portátiles y enseñan su risa de leche al enmarcar en la pantalla al Rey Campechano con la leche de búfala todavía en la barbilla, al obispo con el barbuquejo de nuevo enmarcando la sobrasada de su cara y a la ninfa de piernas interminables riendo satisfecha detrás del Rey Mandinga mientras le palpa la entrepierna). 
                     
                     

viernes, 9 de mayo de 2014

Farsa y salvas del Rey Campechano (Primer cuadro, "El monarca y la eslava")



CUADRO PRIMERO
“EL MONARCA Y LA ESLAVA”
Ecos de erotismo aéreo
(A la manera de Valle)

(En el jet privado de Iberia, una noruega de escarnio [bíceps de mancuerna, blonda y resuelta] se calza los zapatos de tacón junto al soberano de las Españas. Mete la mano el monarca en la trasera del pantalón crujiente de la ninfa eslava).
El monarca hurga y husmea,
con trompa de oso hormiguero
baja  su hocico y babea,
el dedo enreda en el cuero,
sube el canal de la nalga
arrastra torpe la uña,
se finge ofendido y habla,
gangoso, mete la cuña:
-MONARCA: Niña, ¿no llevas el tanga?
-LA ESLAVA: Se perrdió en la rrefrriega.
-MONARCA: ¡Quiá!, lo llevo en la manga.
(El soberano se estrangula a sí mismo en el intento de sacarse la guerrera, suenan los medallones chocando contra el cristal de la ventana. Enseña por fin la braga y la entrega a la ninfa con mano sudada y cara de escualo).
LA ESLAVA: ¿Sabéis que casi me llega?
MONARCA: Debe de ser la cadera,
                     es de platino del bueno,
         eso dijo la enfermera.
LA ESLAVA: Si es de orro me entrra de lleno,
                      solo le falta el metal
                      en lo blando de su verrga
                      y medio kilo de zotal,
                     parra rrociarr el esperrma
                     de Su Excelencia…
MONARCA: ¿Y para qué tanta purga?
LA ESLAVA: Ya sabe su señoría,
                      cuando está hurrga que te hurrga
                      su bicho en la porfía…
MONARCA: No te entiendo, rica mía.
LA ESLAVA: ¡Que salen los hijos lelos!
MONARCA: No lo dirás por mi tía,
                    ni tampoco por mi abuelo.
(Llegan las azafatas, bandeja de plata con riego de güisqui escocés y pipermint de garrafa).
MONARCA: Deja que me beba esto
                     y verás que no hacen falta
                     metales “pa” echar el resto
                     y aunque me vengas muy alta
                     te espoleo…
(Tintinea el hielo en la copa real de pipermín de garrafa y tiñe de tabaco el vaso el escocés de la ninfa). 
LA ESLAVA: Brravo es mi rrey de palabrra.
(Le palpa el buche con el pipermín en bochinche y una lágrima verde le recorre la barbilla).
MONARCA: De palabra y de cintura.
(Se levanta el soberano con chirrido de metales y bamboleo de tronco).
MONARCA: Echa a estos que te abra.
(Se corre un telón en mitad del avión y se esconden tras él las dos azafatas y el secretario).
ESLAVA: No sé yo si a esta altura
                 su excelencia tendrá empuje.
                 La presión es enemiga
                 de todo lo que os cruje
                 como el viento de la espiga.
(El soberano piruetea en el pasillo con los pantalones por las corvas y los calzoncillos lacios. Cae de bruces sobre el suelo y gime como un infante. La ninfa lo recoge y le besa la nariz de berenjena, que le sangra y le tiñe de azul los labios de mentecato).
LA ESLAVA: No llorre mi buen monarrca,
                      la niña de las Norruegas
                      le darrá frriegas de marrca
                      y un besito en las talegas.

(La ninfa cura su herida y besa el calzoncillo blanco del monarca que trina metálico como una maraca de acero. El telón se abre y las azafatas y el secretario asisten conmovidos a la escena de un rey en pañales que gime desnarigado con labios en sus genitales).