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miércoles, 14 de febrero de 2018

Un día cualquiera en la redacción de "El País"


Redacción de "El País" (podría ser también la de "La Razón" o "ABC").


REDACTOR JEFE.- Ningún escándalo de bulto. Seguimos con las líneas prioritarias: Sánchez, Venezuela y Cataluña.
BECARIO.- ¿Y los 200 muertos en Irak?
(Los veteranos lo miran con melancolía. El jefe de redacción no le hace ni caso)
PELOTA 1.- Tengo unas declaraciones de Felipe González contra Sánchez que nos vienen al pelo.
REDACTOR JEFE.- Ponte con ellas. Cárgalas con un poco de Rivera y alguna pulla de Alfonso Guerra.
PELOTA 2.- Puigdemont y Jonqueras están callados, pero en la Audiencia siempre tienen chicha para continuar con el culebrón.
REDACTOR JEFE.- Ya sabéis, insistimos con el "odio a España", "esperpento", "enemigo español", "mentiras del procés", "ridículo", "división entre los independentistas", etc. No se os olvide agitar un poco a los del CIS. A ver si cocinamos algo que mezcle Cataluña, el ascenso imparable de Ciudadanos, la inoperancia de Sánchez y Venezuela. Que resulte creíble.
BECARIO.- Tenemos un reportaje sobre desahucios y otro sobre el conflicto laboral en Coca-Cola. ¿Se los enseño ahora, por si pudieran servir?
REDACTOR JEFE.- Nene, con la nieve por todos lados y en invierno y, ¿no se os ocurre otra cosa que cubrir desahucios y conflictos laborales? Escribimos para la gente, no somos un panfleto.
PELOTA 3.- En Twitter es trending topic la "portavoza".
REDACTOR JEFE.- Nos lo ponen demasiado fácil. Bien, encargad dos o tres columnas a nuestras lumbreras. Que carguen las tintas. No hace falta más, Iglesias es un cadáver.
BECARIO.- También tenemos un reportaje a medias sobre los engaños de las eléctricas y sus desmesurados beneficios.
(El Redactor Jefe lo mira con desprecio).
REDACTOR JEFE.- A ver, alguien que le explique a los nuevos quiénes nos dan de comer. No me traigáis a las reuniones de redacción a indocumentados.
PELOTA 4.- ¿Y el editorial, sobre qué asunto lo enfocamos?
REDACTOR JEFE.- Sobre la independencia innegable del periodismo actual, naturalmente.Y que no lo escriba el becario.

sábado, 6 de enero de 2018

Farsa y salvas del rey Campechano: "El monarca y la eslava" (retablo valleinclanesco)


CUADRO PRIMERO
“EL MONARCA Y LA ESLAVA”
Ecos de erotismo aéreo
(A la manera de Valle)


En el jet privado de Iberia, una noruega de escarnio [bíceps de mancuerna, blonda y resuelta] se calza los zapatos de tacón junto al soberano de las Españas. Mete la mano el monarca en la trasera del pantalón crujiente de la ninfa eslava.

El monarca hurga y husmea,
con trompa de oso hormiguero
baja su hocico y babea,
el dedo enreda en el cuero,
sube el canal de la nalga
arrastra torpe la uña,
se finge ofendido y habla,
gangoso, mete la cuña:

-MONARCA: Niña, ¿no llevas el tanga?
-LA ESLAVA: Se perrdió en la rrefrriega.
-MONARCA: ¡Quiá!, lo llevo en la manga.

El soberano se estrangula a sí mismo en el intento de sacarse la guerrera, suenan los medallones chocando contra el cristal de la ventana. Enseña por fin la braga y la entrega a la ninfa con mano sudada y cara de escualo.

LA ESLAVA: ¿Sabéis que casi me llega?
MONARCA: Debe de ser la cadera,
es de platino del bueno,
eso dijo la enfermera.
LA ESLAVA: Si es de orro me entrra de lleno,
solo le falta el metal
en lo blando de su verrga
y medio kilo de zotal,
parra rrociarr el esperrma
de Su Excelencia…
MONARCA: ¿Y para qué tanta purga?
LA ESLAVA: Ya sabe su señoría,
cuando está hurrga que te hurrga
su bicho en la porfía…
MONARCA: No te entiendo, rica mía.
LA ESLAVA: ¡Que salen los hijos lelos!
MONARCA: No lo dirás por mi tía,
ni tampoco por mi abuelo.

Llegan las azafatas, bandeja de plata con riego de güisqui escocés y pipermint de garrafa.

MONARCA: Deja que me beba esto
y verás que no hacen falta
metales “pa” echar el resto
y aunque me vengas muy alta
te espoleo…

Tintinea el hielo en la copa real de pipermín de garrafa y tiñe de tabaco el vaso el escocés de la ninfa. 

LA ESLAVA: Brravo es mi rrey de palabrra.

Le palpa el buche con el pipermín en bochinche y una lágrima verde le recorre la barbilla.

MONARCA: De palabra y de cintura.

Se levanta el soberano con chirrido de metales y bamboleo de tentetieso.

MONARCA: Echa a estos que te abra.

Se corre un telón en mitad del avión y desaparecen tras él las dos azafatas y el secretario.

ESLAVA: No sé yo si a esta altura
su excelencia tendrá empuje.
La presión es enemiga
de todo lo que os cruje
como el viento de la espiga.

En el pasillo, el soberano piruetea, los pantalones por las corvas y los calzoncillos lacios. Cae de bruces sobre el suelo y gime como un infante. La ninfa lo recoge y le besa la nariz de berenjena, que le sangra. Le tiñe de azul los labios de mentecato.

LA ESLAVA: No llorre mi buen monarrca,
la niña de las Norruegas
le darrá frriegas de marrca
y un besito en las talegas.

La ninfa cura su herida y besa el calzoncillo blanco del monarca, que trina metálico como maraca de acero. El telón se abre y las azafatas y el secretario asisten conmovidos a la escena de un rey en pañales que gime desnarigado con labios en sus genitales.

viernes, 29 de diciembre de 2017

29 de diciembre, seis años después


Hoy, 29 de diciembre de 2017, tengo mal cuerpo y no solo por la fecha (y todavía me quedan 24 años por vivir, porque en mi familia todos morimos a los 78). Si la descomposición sigue en aumento, no sé si podré cumplir las expectativas. Hoy, 29 de diciembre de 2017, hace seis años que murió mi padre, cumpliendo rigurosamente los plazos establecidos por nuestra genética, 78 años había celebrado en septiembre de 2011. Tengo mal cuerpo y no es por la fecha, no solo por eso. 
El tiempo amortigua el dolor, como un colchón neumático que se hincha con el paso de los años. Todo lo mezcla y lo confunde, el tiempo, digo. Todo lo enreda. Esta mañana mientras dormitaba, me he trasladado a la tienda de ultramarinos de mi padre. Al verano de 2011. Hablaba con él distendidamente, como pocas veces lo hicimos. Me contaba sus peripecias de adolescente en el almacén de coloniales donde pasó su juventud. Yo lo anotaba todo. Me documentaba para escribir mi segunda novela, Bilis. Mi padre solo pudo leer el borrador de las primeras páginas. Lo hizo junto a mí, detrás del mostrador donde sacaba las cuentas. Cuando terminó, se metió en la trastienda sin decir nada. Quizás no le había hecho ninguna gracia que en las primeras páginas recreara la muerte trágica de su propio padre (él tampoco cumplió la premisa de la genética por fuerza mayor). Pero no. Salió restregándose los ojos por debajo de las gafas con un pañuelo. Era la primera vez que lo veía llorar (bueno, recuerdo ahora otra, cuando se sacó él mismo una muela con unos alicates). 
La única bondad que le conozco al tiempo es la de restañar heridas, ninguna más. Y nunca las cierra del todo. Es un cirujano voluntarioso al que le falta delicadeza. Solo hay que verlo cuando colabora con los espejos. Se mezclaban en el recuerdo las imágenes de mi padre joven, maduro y viejo, como si se tratara de una conversación que hubiera durado toda la vida (la memoria es más considerada que el tiempo). En realidad solo fueron unos días, los que precedieron a su muerte. El destino es así de caprichoso. Lo que entonces vi como una crueldad (que mi padre muriera al poco de terminar la novela) hoy lo veo como una suerte, se fue el 29 de diciembre. Si hubiera muerto en enero, no habría podido conversar con él.       

lunes, 11 de diciembre de 2017

"Troyanas" de Eurípides, en versión de Alberto Conejero y Carme Portaceli


Ver representada una obra escrita hace más de 2400 años supone, de entrada, una emoción especial. Es como asistir al desenterramiento en directo de un monumento arqueológico. Así esperábamos en la platea del teatro Español el comienzo de la obra, como si con paleta y pico en ristre nos dispusiéramos a excavar en los alrededores del Partenón o  en el teatro de Epidauro. 
Cuando aparecen sobre el escenario las seis mujeres que protagonizan Troyanas de Eurípides, el público calla y espera, expectante, a que el demiurgo pronuncie su palabra milenaria por boca de las actrices actuales. La sorpresa es mayúscula cuando se advierte que el tema de la obra no puede ser más actual y que los padecimientos que se desarrollan sobre la escena son los mismos que afligen a las mujeres del siglo XXI. Son seis víctimas de los hombres y de las guerras, seis mujeres que gritan, gimen, se desesperan y protestan por la crueldad a las que las somete el poder del hombre y su feroz comportamiento. Aitana es Hécuba, la mujer de Príamo, rey de Troya; Alba es Políxena, hija de Hécuba; Míriam es Casandra, hija de Hécuba; Maggie es Helena, amante de Paris y esposa de Menelao; Pepa es Briseida, esclava de Aquiles y raptada por Agamenón; y Gabriela es Andrómaca, esposa de Héctor. Las seis han sufrido la violencia y la muerte y lamentan su suerte ante su verdugo, el hombre; ante Nacho, Taltibio, el mensajero de los griegos, que viene a arrancar al hijo de Andrómaca para que los troyanos no tengan futuro. El paisaje devastado, sembrado de muertos, podría ser el de Troya o el de Madrid en el 39 o el de París en el 40, o el de Sarajevo en los 90, o el de Alepo o el de una ciudad del Congo en la actualidad. Las mujeres se llevan la peor parte de las tragedias y, además, se las utiliza como excusa para justificar el hambre de riquezas y poder que conduce al desastre bélico. Helena lo padeció y se lamenta de ello ante una Hécuba desatada contra ella, contra la propia mujer. Andrómaca llora el asesinato de su hijo y Hécuba la anima a vivir a pesar de todo, "no dejéis que a la injusticia siga el silencio". El trayecto es demasiado largo para repetir una y otra vez los mismos errores, para volcar sobre la mujer el cuenco ardiente de la injusticia y el terror, pero así es. La obra es tan actual como hace 2400 años, muy a nuestro pesar. El coro ha desaparecido, pero la tragedia se mantiene con una intensidad desgarradora gracias a que la desgracia femenina sigue alimentado las fauces del monstruo ya se llame este guerra, violencia, poder o simplemente hombre.      

sábado, 9 de diciembre de 2017

"La dama boba" representada por la Joven Compañía


Los versos de Lope no necesitan otro añadido, solo decirlos bien. En esto, los que amamos el teatro clásico estamos de acuerdo. Que el texto de Lope se puede representar totalmente desnudo, siempre y cuando haya un trabajo concienzudo previo de dicción, es una evidencia. Ahora bien, si a la representación de las obras de Lope añadimos un vestuario adecuado y una escenografía efectiva, ¿pierden entonces su esencia? Es también evidente que no. Siempre que he visto una obra del Fénix representada por la Compañía Nacional lo accesorio nunca ha absorbido al texto, todo lo contrario, lo ha realzado. Por tanto, ¿qué puede aportar una representación de La dama boba como la que actualmente está haciendo la Joven Compañía? Sin vestuario, sin escenario, en una pequeña sala con muy pocas localidades. Un intento de romper esa "cuarta pared" que separa al público del actor. Me dirán que se establece una intimidad mayor entre espectador y actor, que ese círculo rodeado de sillas hace que se viva el teatro como si se asistiera a un ensayo o, yendo un poco más allá, a la vida misma, puesto que no hay distancia ninguna entre público y representantes. El verso, como siempre, fluye correcto y fácil de la Joven Compañía, la puesta en escena es dinámica y atrapa al espectador, pero a mí me sigue bullendo la idea de que no sé si aporta algo esa desnudez absoluta. Es cierto que solo la palabra es la protagonista, pero en una buena obra bien representada nunca el verso de Lope queda oculto detrás de nada.
Finea, boba al principio de la obra y sabia al final, sufre un milagro procurado por el enamoramiento. El amor la hace sabia hasta el punto de que es capaz de fingirse tonta como era antes. Es capaz de volver a su naturaleza anterior cuando ella lo desea. Muestra su bobería con el lenguaje amoroso, porque no sabe interpretar las metáforas: cree que quien ha puesto sus ojos en ella, debe quitárselos cuanto antes y que debe desabrazarla quien lo ha hecho, porque no le gusta sentirse llena de ojos ni de brazos. Su bobería, en fin, es una parodia del lenguaje amoroso petrarquista plagado de tópicos tan usados como el vino para curar las heridas. La gracia, la espontaneidad, la frescura de esta obra pervive por los siglos de los siglos. Y ya digo, pese a no creerme del todo esa desnudez con la que la ha representado la Joven Compañía. Si es por falta de presupuesto, nada que objetar. 

lunes, 13 de noviembre de 2017

Las barras de los bares


Se deshace el tiempo y los hielos
en los licores
que los bares sirven con palabras refrescantes.
En el aroma distendido de una barra
sin espinas
se llegan a tratar asuntos decisivos:
la vida y sus misterios,
el hombre y sus caprichos,
la hembra y sus deseos.
En las tardes y noches de plácido letargo,
los socios de bar
animan a los negocios
más intrascendentes.
Se abren las puertas de un paraíso sin dioses,
entre vapores de cerveza y nubes de cristal,
espumados por la conversación
que se crea a sí misma,
como un hígado de aventura
que te agarra de la mano
y te conduce a las vísceras más inciertas.
Hierve el cerebro entre pensamientos sabrosos,
escucho las voces de mis socios de barra
y me alegro de estar vivo.
Me sumerjo en la espuma de ideas
disparatadas,
en la elección de canciones 
que erizan las burbujas de los hielos.
Se anima la concurrencia
y nosotros con ella.
Abrimos vientres de evasión y júbilo.
Atrás queda la rancia espina de la vida,
colgada de los despachos 
y en los archivos de ordenador.
La alejamos con un sorbo de ginebra,
la disolvemos en tragos de camaradería.
A veces las juergas son más intensas
y aparece el rubio manjar de la inconsciencia.
Se desvanece hasta la piel que nos destruye
y vemos nuestras arterias palpitar 
como torrentes,
hasta ahogarnos de locura.
Al día siguiente, uno no recuerda nada,
la piel vuelve a tapizar nuestros cráneos 
de crápulas
y nos ofrece el papel para contar... ¿qué?

domingo, 5 de noviembre de 2017

Romance del prisionero (versión belga)

Por noviembre es, por noviembre,
cuando sigue la calor,
cuando se separa España
y está Cataluña en flor,
cuando rebuznan los jueces
y se busca a Puigdemont,
cuando los españolitos
leen con fe La Razón.
Salvo yo, triste y cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé si soy un líder
o un proyecto de clown.
Rezaba yo a una estelada
que ondeaba en un balcón,
quemómela un mal gallego
dele Dios mal galardón.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Atenas, la de brillantes ojos. Cuarto día en Grecia.


Helios nos descubre por cuarto día la costa de Xilocastro. Eos, la de rosáceos dedos, nos recibe otra vez con brisa cordial y huevos cocidos. Desayunamos al borde del mar. Solo el pescador advierte nuestra presencia, solo él, porque la piel del mar sigue dormida, en calma. En el horizonte, las altas montañas amurallan la bahía entre neblinas, como un escenario de ópera abandonado. 
Salimos hacia Atenas en el mismo autobús, cargado de las mismas sirenas estridentes. Solo hay una novedad, una guía rubia que nos ilustra a través del micrófono con leyendas antiguas que enmudecen a la turba. No hay trayecto en la Argólida que no se tiña de mitología. Llegamos al canal de Corinto. Los romanos ya intentaron convertir el Peloponeso en una isla. Nerón ordenó un proyecto que presentaba serias dificultades. Se abandonó por decisión del emperador, pero se introdujo un método para atravesar el istmo con los barcos. Un artefacto rodante servía para pasar las naves de una orilla a la otra. El precio del transporte resultaba muy elevado, lo que provocó que algunos comerciantes prefirieran tener un barco en cada orilla. Todo esto y mucho más nos lo cuenta Yoana, la guía griega. Habla y habla sin parar. Y ha conseguido lo imposible: enmudecer los cantos regionales de los muchachos. 
Bajamos a admirar el canal de Corinto, una herida profunda, un tajo seco del que brota, en el fondo, la vena turquesa del mar que nos sigue fiel en nuestro camino. 
Más historias a través del micrófono entretienen el viaje. Yoana es un manantial constante de etimología clásica: Peloponeso, Corinto, Atenas..., todos los topónimos tienen vida y genealogía propia. 
La primera parada en Atenas es el estadio Panatinaikós, la sede de los primeros juegos olímpicos modernos. Fotos, calor y carreras por la pista, poco más.
La subida a la Acrópolis nos va acercando a esos dioses que surgen sin parar de la boca de la guía. En los adoquines resuenan los cascos de Pegaso, a pesar del trasiego de los turistas de crucero que suben y bajan ajustando el resuello. Los murmullos de las musas anuncian entre los pinos la cercanía del Olimpo. Desde lo alto del monte, los dioses contemplan la sinrazón de los mortales. Se horrorizan con la fealdad de la ciudad nueva que se extiende como una plaga de mal gusto. Arriba, todo es distinto. En el Odeón se escucha la voz de Orfeo, en el templo de Dionisos queda la marca del vino y del sexo, en el Erecteión continúa la procesión de cariátides animando al culto de la belleza. El olivo protege a la ciudad, aunque parece haber perdido su poder. Y por fin, el Partenón, majestuoso a pesar de las grúas, andamios y casetas de obra. Prometeo, otra vez, intenta robar el fuego sagrado. Las gigantescas columnas rompen el cielo y lo manchan con rastros lechosos de nubes sin lluvia, mientras las ruinas siguen asediadas por el sol y los turistas. La ciudad moderna yace allá abajo, cubierta por una nube de veneno. Atenas, gloriosa patria de los dioses y de la civilización occidental es, desde el Olimpo, un cáncer con metástasis que solo respeta a su pasado en las alturas. 
Descendemos de la Acrópolis, deslumbrados por el éxtasis de la piedra antigua. Y culminamos el viaje a la Grecia antigua en el Museo Arqueológico: cerámica, estatuas y los restos de lo que los ingleses no se llevaron al British. Llegamos a la plaza Sintagma, escenario principal de la crisis de la Grecia moderna. Coches, mendigos y un ruido infernal no apto para griegos clásicos. 
Otra vez nos ataca el souvlika, con yogur, sin yogur, con patatas, sin ellas, con torta, con pan de pita... Esto no era, con seguridad, la ambrosía de la que hablaba Homero. La degeneración ha llegado también a la gastronomía en las grandes ciudades y, pese a todo, el barrio de "Placa" encanta lujurioso, con olor a cuero y anís, con sabor a vieja ramera oriental. Se respira vida agitada y pasional. Sus lugares necesitan reposo y mirada atenta, desvarío y unas copas de "tsipuro". Pero no hay tiempo. Los rostros antiguos de los héroes clásicos aparecen detrás de los mostradores de fruta y en los vendedores de cuero. Este mundo necesita un viaje más reposado. Hay que regresar para conversar con Néstor, Menelao y Alcinoo. Y para encontrar a Odiseo entre el tumulto o, por lo menos, a Eumeo. 
Buscando la entrada al templo de Hefesto, encontramos pandillas de jóvenes rebeldes que han defecado junto a la valla que separa la Atenas moderna del Ágora del Hefesteión. A un lado excrementos y cigarritos de la risa. Al otro, estatuas de Hefesto y Dionisos. A un lado, la vida con todas sus aristas; al otro, la nostalgia de un tiempo y unos dioses aburridos de ser contemplados con la mirada muerta. 
Volvemos a Xilocastro cargados de recuerdos griegos, físicos y espirituales. Una máscara de escayola de Dionisos compartirá maleta con los trabajos de Heracles y con la senda tortuosa de Edipo. El ponto negro como el vino ha removido su fondo y nos muestra su rostro violento. Se adivina la ferocidad de Poseidón que llevó a Ulises a la isla Ogigia para encontrarse con Calipso. Esperemos que Atenea, la de ojos brillantes, nos proteja y no asalte nuestro sueño el acechante Polinictas, dueño del garito que hay frente al hotel, donde se liberan todos los males de Pandora a partir de las doce de la noche. 
Los perros sueltos, sin amo, pasean por la marina buscando a Ulises. El pescador sigue en la orilla, protegido por la oscuridad y por la bóveda celeste, seguro de que algún día una nave de veinte remos lo devolverá a Ítaca.           

domingo, 29 de octubre de 2017

El santo prepucio de Puigdemont


Año 2050, 10 de noviembre. La Plaza de Cataluña esperma de emoción. Las masas se congregan en la procesión de la Diada para celebrar el traslado del prepucio de Carles Puigdemont desde la catedral de Barcelona al monasterio de Montserrat. Por fin la iglesia ha dado su beneplácito y ha reconocido la reliquia como un verdadero resto de adoración que se conserva incorrupto desde que el estadista y santo muriera el 25 de agosto de 2030. Una urna de vidrio guarda los restos, que son conducidos por el arzobispo de la ciudad hasta el centro de la plaza. Allí, sobre una peana rojigualda, una virgen de la más rancia estirpe catalana, sin mácula charnega, ni rastros de sucio castellanismo, saca el pellejo de la urna y lo alza ante el griterío enfervorizado de la masa. Las mujeres lloran, los niños se comen los mocos y los hombres se rasgan el pecho con las uñas cuando ven iluminarse a la muchacha virgen al acercarse el prepucio a los labios.

 Se rememora el milagro ocurrido otro 10 de noviembre, el del año 2017, cuando Empar Ramírez, santa mártir catalana, acuciada por las hordas españolas encabezadas por el sabio Rajoy, se tuvo que inmolar delante de los ejércitos castellanos congregados para liberar a la patria. El prepucio de Carles Puigdemont le devolvió la vida, la trajo de una muerte segura. Aún lo recuerdan los más viejos del lugar: Empar era carnicera y hacía pocos ascos a los hombres. Salió de mañana buscando un varón que la satisficiera, pero se encontró con que ese día se celebraba el día grande de Cataluña y no era un jornada propicia para la pasión carnal. Puigdemont había ofrecido su prepucio el día anterior a los santos de la ciudad como promesa de que no pasaría un año más como ciudadano español. El sabio y omnipotente Rajoy, alarmado por la ofensa de Carles, se prestó para encabezar él mismo los ejércitos que garantizaran la unidad y la decencia de España. Al llegar a la Plaza de Cataluña, Rajoy se dio de bruces con Empar. Ella, confiada en la buena impresión que su físico causaba en la muchachada hombruna, calibró que Rajoy se le rendiría en menos de cinco minutos. Le rebañó la baba que le caía del belfo y se la llevó a los labios. El casto y sabio español no advirtió el gesto de lujuria y, creyéndola la cabecilla de la Independencia, le atravesó el pecho con la Tizona del Cid. El arzobispo de Cataluña recogió a Empar del suelo casi sin vida y la colocó en el centro de la plaza, junto a la fuente donde Puigdemont arengaba a la masa independentista. Todos, hasta los soldados españoles, enmudecieron al ver la estampa del obispo llevando en brazos a la carnicera con el pecho abierto por el espadazo de Rajoy y el dedo pringado con la baba de Rajoy. El estadista y santo catalán, ni corto ni perezoso, sabiendo de las propiedades milagrosas de los prepucios de los elegidos, se sacó la chorra, cortó el pellejo sobrante y lo colocó en los labios de Empar. Al notar el sabor espeso de la carne recién aireada, la carnicera mostró un gesto de desagrado, pero, al instante, todos pudieron comprobar cómo la hemorragia del pecho se detenía, cómo el pecho se le cerraba y cómo la santa del independentismo catalán, Empar Ramírez, clamaba: "¡Un hombre!, ¿es que no hay un hombre en toda Barcelona?". Algunas cadenas de televisión interpretaron que el milagro lo produjo el pellejo; otras, estaban seguras de que fue obra de la saliva del español.

Hoy, 10 de noviembre de 2050, algunos catalanes añoran su pasado español como el que pierde un uñero en una excursión de montaña. La mayoría adora el pellejo incorrupto de San Puigdemont y saborea el calor del establo que proporciona la patria. Otra mayoría venera las babas del español.
En Madrid, mientras tanto, perdidas Euskadi, Galicia, Comunidad Valenciana y Andalucía, se discute la independencia de la Comunidad Murciana y piden a lingüistas alemanes que no reconozcan el panocho como lengua franca de los pueblos mediterráneos. El sabio Rajoy es invocado como Pelayo en ayuda de los menguados reinos castellanos. Unas gotas espesas y blanquecinas se veneran en la Almudena y confían en su efecto milagroso. Algunos ya aspiran la "s" y otros dicen "chacho" en vez de "muchacho".

sábado, 28 de octubre de 2017

Siguiendo los pasos de Edipo: Corinto, Epidauro, Nauflio y Kolokotrones. Viaje a Grecia


Hoy, 18 de octubre, buscaremos, ¡oh, musa!, los senderos que recorrió Edipo en su perdición. Dejamos atrás la épica para abrazar la tragedia. Salimos para Corinto en un autobús preñado de escolares y profesores de cuatro nacionalidades distintas. Todo se confunde: cánticos, euforia, risas, celebración de la vida y escándalo asegurado. El bullir del público en las puertas del teatro, a punto de comenzar la función. Griegos, italianos, españoles, portugueses, tan molestos como necesarios. Mantenemos con vida al viejo continente y le insuflamos el ánima que han perdido los países del norte. 
En el foro romano de Corinto alimentamos la nostalgia de una cultura grandiosa reducida a ruinas que mantiene (todavía) el aroma de su esplendor. Apolo, desde su templo, nos concede un tiempo espléndido con el que se realzan las columnas dóricas y los olivos milenarios. A nuestro alrededor, bajo los árboles sagrados, grupos de católicos celebran misas a imagen de un san Pablo que usó este foro para propagar su fe. Los olivos destiñen su aureola clásica para servir de refugio a un dios que no es de los suyos (espantoso y tronante). 
En el museo del foro, los kairois nos contemplan desde lo más remoto del tiempo. Su piel de arena y su rostro egipcio no permite pasiones desmesuradas ni fotografías. La cerámica nos relata la vida cotidiana de los héroes y el busto de Nerón, la depravación del poder. Entro en una sala donde todo son risas y comentarios maliciosos. Tras una vitrina se exponen exvotos (también había desesperación en la Grecia clásica): ofrendas en forma de senos, piernas y hasta penes de los abandonados por Afrodita.
Retomamos el camino abrumados por el pasado. Todo son hitos mitológicos y literarios: Argos, Tebas, Corintia, el ponto Euxino... Edipo mató a su padre en uno de estos caminos, sin saber que era su padre. Nuestro trayecto es más dulce y menos sangriento. Aunque no sé si un héroe clásico habría aguantado estoicamente los cantos desgarrados de cuarenta adolescentes. Las sirenas eran filfa comparadas con ellos.
La tragedia se abre esplendorosa y abrumadora: el teatro de Epidauro. Es el lugar de Edipo y de tantos otros personajes de tragedia clásica. El tiempo ha pasado de puntillas por este lugar. Las gradas siguen ocupando la ladera de una colina interminable. Quince mil almas lloraban y reían con Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes en este escenario imponente. Los chicos griegos, de luto riguroso, interpretan un fragmento del coro de las Troyanas, estremecedor. Nosotros, menos preparados, recitamos el poema Ítaca de Kavafis en inglés y en griego. La protagonista de la comedia es una china con pamela rosa y palo selfie que pasea por la orchestra interpretando su propio soliloquio. El graderío de piedra, interminable, se hunde en un bosque de pinos que siempre ha estado allí, mesándose los cabellos con la anagnórisis de Tiresias, tan cruel. 
En la fortaleza de Palamidis se forjó la independencia de la Grecia moderna. Un personaje destaca por encima de todos en este bastión: Kolokotrones. Con ese nombre es evidente que no podía ser otra cosa que árbitro de fútbol o héroe de la independencia. Una chica griega nos explica que "Kolokotrones" no es un nombre, sino un mote. En castellano significaría algo así como "Culocuadrado". Al héroe nacional se le quedaron así las posaderas de tanto esperar a los turcos sentado en las almenas. El Cid Campeador, Garibaldi, Kolokotrones, Puigdemont..., los grandes hombres de la patria van siempre unidos a nombres rimbombantes. Era una teoría del padre de Tristram Shandy que comparto desde la más absoluta racionalidad, por supuesto.
Desde la altura del bastión contemplamos la península en la que se levanta la primera capital de la Grecia moderna, Nauflio. Nauflio y el mar, un paisaje esplendoroso. No me extraña que Kolokotrones fundiera su culo con la piedra contemplando esta maravilla desde la fortaleza. 
Sitiada por un mar de fotografía turística, la ciudad reposa del veraneo y ofrece sus calles estrechas y frescas orladas con enredaderas y sencillez mediterránea. La dueña de una licorería nos oye hablar en español y se acerca a nosotros. Despliega un castellano casi perfecto que le enseñó una zaragozana. Concuerda con nosotros en que hablamos el mismo idioma, aunque a los griegos se les ha ido la mano con las "kas" y los juegos de palabras: "parakaló", es "por favor"; "patera", "padre"; "llamas", "salud"; "sintagma", "constitución"... y así hasta la "z". Cualquiera que no fuera Kolokotrones querría vivir aquí y arrastrar los pies con parsimonia para sacar brillo al empedrado de una especie de Trastévere alicatado. 
Desandamos los pasos de Edipo y volvemos a Xilocastro. El canto de los adolescentes casi termina en tragedia, pero hemos aprendido de los clásicos y contenemos la "hibris". El mar es cada vez más amable, ya nos conoce y nos acaricia, como un viejo abuelo que sabe cuidar con cariño y sin cursilerías a los nietos. Y, a pesar del sosiego que nos transmite, no podemos desalojar de nuestras cabezas la fusión de culturas del autobús: del reguetón al sirtaki, pasando por el "si te ha pillao la vaca, jódete" y el "ay si te pego"... La llegada al mar nunca fue deseada con tanto ahínco. Ni Ulises ansió tanto Ítaca como nosotros Xilocastro.              

miércoles, 25 de octubre de 2017

Indigestión burguesa


Gibraltar no quiere ser español, quiere continuar como colonia inglesa. Ceuta y Melilla desean seguir perteneciendo a España y no a Marruecos. El rincón de Ademuz nunca ha pedido su anexión a Cuenca, están muy satisfechos de formar parte de una comunidad más rica. A alguien del barrio de Salamanca le costaría mucho vivir en San Cristóbal de los Ángeles. En cambio, a cualquier vecino del sur de Villaverde le gustaría disfrutar de las comodidades del barrio de Salamanca. Al restaurante de lujo de mi pueblo le cuesta admitir a la gente que llega con malas pintas; en cambio, en el antro donde se juntan los desahuciados y quinquis, se desviven por servir a los encorbatados que entran de vez en cuando. Nos apartamos cuando nos cruzamos con un marroquí o con un rumano, mientras montamos en la costa levantina negocios exclusivos para ingleses y alemanes. No queremos que nuestros hijos sean agricultores ni pastores, ni albañiles, ni camareros. Deseamos para ellos la comodidad de un banco, la poltrona de una gran empresa, un equipo de primera división o la bata de un buen hospital. No porque se asegure la felicidad en estos últimos oficios, sino por otra cosa, por algo que llevamos bien agarrado a las tripas.
Nos estorban los vecinos pobres, los jóvenes con rastas, los colegios públicos, el borracho desharrapado, el drogadicto enfermo, el obrero, los gitanos, los barrios de la periferia, los camareros latinoamericanos, las putas de la rotonda… Pero nos privan los señores banqueros, las escuelas de fútbol, el constructor adinerado, los jeques árabes, las cenas de empresa, las comuniones, los desfiles de moda, el tenista famoso, los colegios religiosos, las putas de lujo…

No sé por qué nos extrañamos de que los catalanes no deseen ser españoles. Es algo que (ellos todavía más, porque son más ricos) llevan bien agarrado a las tripas. No es cuestión de exaltación de los sentimientos, como se viene insistiendo; sino de indigestión burguesa.          

martes, 24 de octubre de 2017

"Canta, oh, musa..." Popes y jotas deconstruidas. Viaje a Grecia.


"Canta, oh, musa, el sublime turquesa del mar que observa a Eos y a sus rosáceos dedos con terciopelo y ojos encendidos..." A las siete de la mañana, la marina está solitaria y silenciosa, como un animal moribundo de pupilas brillantes que se estremece en un último estertor, ahogado de belleza y sosiego. Xilocastro, cerca de Corinto, nos acoge con naturalidad de matrona experimentada. En la orilla, un pescador de caña espera la llegada de Odiseo con el ánimo refrescado por la brisa del amanecer. Nosotros lo observamos con un café y lácteos venenosos entre los labios.
Llegamos al instituto, desangelado y monótono, para escuchar el responso de la directora y los rezos sorprendentes en un centro público frente a 250 alumnos (rumor de tiempos pasados). La hospitalidad oriental de nuevo, mezclada con labores de burocracia y protocolo. Ya no cantes, oh musa, dejemos la épica y la lírica para otro momento. Higos, café, agua y naranjada en la sala de profesores. El trajín de la mañana en un centro educativo es igual en todos lados. El inglés, el griego, el portugués, el italiano y el español se confunden en la sala. Los "pigs" necesitamos la lengua del imperio para comunicarnos. Algunos mostramos nuestra invalidez. 
Visitamos la ciudad costera. Lejos de la marina pierde atractivo. En la iglesia ortodoxa, las tupidas y rizadas barbas homéricas del pope ocultan la pechera de una sotana que más bien parece un guardapolvo de tendero. En el interior iconos, exvotos, velas, reliquias y ranuras para donaciones (lo habitual). Nada nuevo bajo el sol, salvo esas barbas y ese guardapolvo que me recuerdan el bacalao y las sardinas de bota. El pope habla en griego y la coordinadora traduce sus palabras en inglés. Inés y yo bostezamos bajo las cúpulas policromadas y el pantócrator también de barba tupida. 
La recepción del alcalde en un local azotado por la crisis nos vuelve a descubrir al griego como lengua que dispara la imaginación del hablante español. Con palabras como "chorizo", "parakaló", "átalo" y "chúpatesa" y un poco de habilidad se puede inventar una interpretación del discurso mucho más divertida que la original. 
Volvemos a la marina. Paseamos por un pinar de ensueño que llega hasta el mar. Un mar cada vez más azul conforme se adentra la mañana. Entre estos árboles, el mismo Heracles reposaba su furia después de acabar uno de sus doce trabajos y el poeta del siglo XX, Angelos Sikelianos bordaba sus composiciones en su villa clásica. No cuesta nada atrapar la belleza en este entorno.
La viveza del azul egeo nos obsequia con pescaditos, pulpo, calamares, gambas y unos chupitos de ouzo. Nosotros se lo agradecemos con posados a pie de playa y la estupefacción de la gente de interior ante el espectáculo del mar.
Por la tarde, la función de turno en estos viajes de intercambio. Balalikas, sirtakis, discursos en griego e inglés, coros, más sirtakis, más balalaikas, tarantelas y, por fin, la actuación estelar de nuestros chicos y de los dos profesores más intrépidos del proyecto Erasmus +. Bailan una jota impagable. Aplausos, aullidos de emoción, cámaras de fotos derrengadas de exhaustiva grabación. La espontaneidad y la desenvoltura han vuelto a triunfar. Como en Rumanía, la deconstrucción de la jota a la manera de Ferrán Adriá triunfa entre la muchachada. Joaquina y Edu, como estrellas de éxito, recogen a la salida los parabienes y la admiración de un capitán de barco que habla de la facilidad hispánica para transmitir emoción. Tronchados de risa, devoramos la exquisita comida griega casera elaborada por las madres de los alumnos: musaka, souvlaki, costrada, tocino de cielo con canela y vino, no en cráteras como el que bebía el divino Odiseo, sino en depósitos de cartón con grifería de plástico.        
El mar vuelve a engullirnos en la oscuridad de la noche, calmo y rumoroso. El Ponto vinoso de Ulises. El pescador de la mañana sigue oteando el horizonte estrellado con la esperanza eterna del que navega en la belleza sin temor al tiempo. Odiseo se acerca, lo ha anunciado Hermes. 

sábado, 21 de octubre de 2017

"Canta, oh, musa...", en Xilocastro (Grecia). La llegada.


Iba a empezar la crónica del primer día en Grecia en estilo épico, más o menos así: "Canta, oh, musa, las peripecias del grupo Erasmus + por las tierras de Odiseo...", pero me ha picado un mosquito en el empeine nada más llegar al mar y, además, me he acordado de que las musas fueron raptadas hace tiempo por la arpía, vieja y materialista Europa y nadie se ha atrevido a liberarlas, con lo que no estarán para muchos cantos. Es necesario bajar el tono. 
El primer obstáculo con el que Poseidón ha interrumpido nuestro viaje lo hemos encontrado en el control policial del aeropuerto. Por primera vez (y espero que no sea la última), me han sometido a un examen de sustancias explosivas (experiencia casi religiosa y trepidante). Una de las vigilantes, Circe experimentada y sagaz, le dice a su compañera, tras revisar el escáner: "Abre esa mochila (la mía). Lleva algo dentro de la caja de los tampones." Una ninfa, vestida con un mono azul para disimular su feminidad, ha procedido al examen. No ha encontrado la caja de tampones y yo tampoco la he visto. Por suerte aún soy mocita. Circe queda frustrada en su taburete de metacrilato viendo cómo escapamos de sus garras de hechicera vigilante. Aún así, me tenía preparada una última trampa en la cinta andadora. Un pequeño despiste por hablar con un compañero ha podido dar con mis dientes en la chapa que engulle a la cinta sinfín. Evito la caída con mucha suerte y poca dignidad. 
Eolo nos lleva por fin. Contemplamos desde el aire el país de los aqueos, las costas mordidas por las ratas y la piel abrasada por un verano interminable (como el nuestro). "Canta, oh, musa (no me resigno) el viaje de los españoles y portugueses que cruzan la Argólida en tren para llegar a Kiato." Un pope griego, con barba de hípster descuidado y sotana estucada con migas de pan, nos habla en dos idiomas y nos avisa (Tiresias adormilado) que atravesamos el canal de Corinto. Nos señala la colina donde se encuentra la acrópolis de la ciudad que crio a Edipo. Se cruza la memoria del rey de Tebas con un poeta del siglo XX mencionado por el pope: Angelous Sikelianus. Joaquina, sin querer, deja caer el peso de la ley (su bolso está cargado con las tablas de Moisés) sobre los pies del pope amodorrado. Sus zapatos son resistentes (de ferroviario) y aguanta el golpe sin inmutarse. 
Xilocastro es una ciudad costera próxima a Corinto. Los profesores, padres y alumnos griegos nos reciben con efusiva hospitalidad oriental. Es extraño, pero todo me resulta familiar: el clima, el paisaje, las fisonomías... Me da la impresión de haber llegado a una ciudad costera de la España de hace treinta años. El tono y la fonética de su habla tampoco me resultan extraños. Un castellano pronunciado al revés. El mar mece, oscuro y tranquilo, una costa sin edificios mastodónticos y un paseo marítimo sencillo que exhibe en el horizonte las impresionantes montañas de la Argólida. Dos o tres parejas de griegos sin prisa respiran un aire limpio de turistas.
La cena es abundante, de tonos orientales: hojas de parra, brochetas, albóndigas, alioli de yogur... Sabores nuevos, pero no demasiado. Julius Eclesiastoús y Davidis Bustamantis suenan de fondo acompañados por balalaikas. Los aedos duermen más allá del negro ponto, sujetados por los cabellos de Cronos y por la inexorable mueca de Hefesto. Los chicos españoles, griegos, italianos y portugueses pasean por la orilla del mar para apaciguar la furia de Poseidón, calmo y acechante. Su entusiasmo es un antídoto contra las Furias y el cansancio del viaje.      

jueves, 12 de octubre de 2017

Viaje de "El País de los Estudiantes": quinto día (25-IX-2017); Praga, ciudad de vacaciones.


Praga se ha convertido en un parque temático. No me lo esperaba. De buena mañana, Itka, nuestra guía checa, nos acompañará a visitar el castillo. La saludamos en el vestíbulo del hotel. Su marido le regala vuelos en paracaídas y parapente. Quiere deshacerse de ella, nos dice, y sonríe abiertamente, con una simpatía atractiva. Su altura y sus rasgos duros, de valquiria eslava, no concuerdan con su carácter mediterráneo, abierto y dicharachero. Tenemos suerte. Es lunes y todavía podemos ver el salón de los Pasos Perdidos y la catedral de san Vito sin abrirnos paso a codazos y empujones. A pesar de que las piaras de orientales y escolares (entre ellos, nosotros) somos muy abundantes, nos advierte Itka que el domingo era imposible dar una zancada sin mantener una disputa por la posición en el área o en el crucero de la catedral. Desde el interior, la altura de las bóvedas impresiona. Estos monumentos góticos están hechos para que uno se sienta el ser más insignificante del mundo. Los vitrales solo son comparables a los de la catedral de León y la negrura de su fachada nos recuerda el paso de los años y el descuido de los gobernantes. Itka se queja una y otra vez de su indecente presidente de gobierno (no sé a qué me recuerda todo esto). 
En el Callejón del Oro es más difícil abrirse paso, pero conseguimos ver las casitas de colores. La de Kafka, un kiosko, también en el interior de algunas de ellas, museos etnológicos que admiten fotos y nostalgia. Los jardines del castillo sollozan de melancolía. Entre estanques lánguidos, laberintos y palacios románticos, Bécquer podría haberse inspirado para componer sus rimas si no fuera porque en vez de golondrinas sobrevuelan el espacio búhos reales. 
El barrio de Malastrana sigue, por suerte y porque es un lunes de finales de septiembre, a salvo de la masificación del barrio viejo. La cerveza sigue siendo, como en Budapest, recia y bien servida, en tabernas antiguas con el sabor centroeuropeo de los refugios cálidos para caminantes. Mientras, los chicos, se esparcen en Starbucks. Las malditas sirenas del capitalismo están por todos lados y encantan a todo tipo de muchachos: rebeldes, menos rebeldes, pasmados, nada pasmados, abiertos al mundo y nada abiertos al mundo. Todos se estrellan en los acantilados de los cafés servidos en vasos de cartón. A ver quién es el guapo que compite con las sirenas del capitalismo. Ni siquiera los mandatarios madrileños de Podemos se resisten a sus encantos. Un pequeño altercado en ese acantilado, nos lleva a la embajada española. Tres mujeres nos atienden en un salón oscuro con ganas de cerrar pronto. Sí, es la embajada española. 
La visita al museo de Kafka es tempestuosa y escandalosa. Los chicos conocen al autor, saben de él, pero no participan de su siniestra visión del mundo. Tienen 18 años, algunos menos. Quizás Franz con esa edad no pensaba como en El Proceso, o quizás sí. Estas nieblas constantes del centro de Europa dan para muchas murrias. Una taberna frente al museo celebra las hazañas del bravo soldado Svejk, el personaje de Jaroslav Hasek, que conocí antes que en el libro en una serie de televisión que me ha sido imposible volver a ver. El personaje pasa por tonto y salva el pellejo a pesar de estar en los más peligrosos escenarios de la Primera Guerra Mundial. Su idiotez es un salvoconducto para la supervivencia y para la risa. 
Por la noche y a pesar del agobio turístico, conseguimos abrevar en lugares con mucho encanto y música de jazz en directo que solaza a cualquiera. Siempre, claro, atravesando el escenario multitudinario del puente Carlos: pintores, grupos de música y puestos de abalorios rodean a los turistas que son muchos y comentan el negro hollín que reviste las famosas esculturas del famoso puente. En las calles más populosas ofrecen teatro negro (la misma obra que hace once años, una Alicia en un país no muy inocente), tortura, sexo y música clásica interpretada y bien cobrada en las numerosas iglesias que jalonan el trayecto hasta la Plaza del Reloj. Nosotros preferimos los callejones con serpentín. Cenamos en "U Parlamentu", un restaurante sencillo con fotos de intelectuales que, no sé si por suerte o por márketing, están detrás de nosotros, vivitos y abrevando. Parecen sacados de una tertulia de la bohemia española de los treinta: chalinas, melenas y melopeas. También fuman con desparpajo, al margen de las normativas legales (esto también me suena a una parte de España, pesar de la lejanía).