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martes, 17 de junio de 2014

La PAEG y el amor (Crónicas desde la "indocencia")


¡Cuánta pasión había puesto en ese examen!, ¡cuánto amor!, seguro que los correctores se lo reconocerían.
Cuando leyó los temas del examen de Lengua se quedó igual que cuando su madre le preguntó por las vueltas del dinero que le había dado para la cena de Graduación. No se acordaba de nada, no es exacto, no sabía nada, porque nunca había leído ese tema, o eso creía. Ni siquiera durante el curso. Era el primer examen y se empeñó en sacarlo adelante, a pesar de su ignorancia. El texto del comentario parecía estar escrito en suajili y a la oración no se le veían los verbos. Se resolvió a solucionar el problema con una iluminación divina, esperó el fogonazo, y llegó. Diez minutos después de recoger el examen, comenzó a escribir sin pausa, como si conociera a Alberti, a Lorca y a Cernuda de toda la vida. Solo se acordaba de estos nombres, aunque también le sonaba Garcilaso, al que citaría en último extremo. Si no había escuchado mal, el amor era un tema que recorría cualquier época poética. Se centró en él y contó la obsesión que lo idiotizaba, su aventura con la muchacha que lo había rechazado cinco veces ese mismo año y que la noche de la Graduación lo había besado como quien descorcha una botella. Su impresión había sido tan traumática que desde entonces solo veía la lengua retorcida de la chica enredándose con la suya. No la había vuelto a ver desde esa noche. Le dijo que tenía que estudiar, no quería distracciones y después de diez largos días la vio aparecer entre los que esperaban la llamada del presidente del tribunal como un espectro salido del fondo de los libros. Quiso decirle algo, pedirle reclamaciones por las noches perdidas, por las noches en vela, por haber arrasado con su memoria y con cualquier otra idea que no fuera la de su boca absorbiéndolo como una bellísima aspiradora.
No podía hablar de otra cosa, cuando llegó la iluminación comenzó a escribir en los tres folios por las dos caras un poema sin rima en el que se desbocaba toda la pasión amordazada desde el día de la Graduación. Derramó tantas imágenes visionarias, tantas metáforas irracionales, tantas sinestesias, tanto verso libre que se sintió inmensamente satisfecho al ver los folios en blanco tintados con una pasión que lo llevaba acongojando más de diez días. Solo quedaba atinar con el autor: la iluminación parecía haber huido, agitó el bolígrafo con el azogue de un enajenado, golpeó el pupitre con él hasta que le llamaron la atención y se decidió por fin. Firmó el poema, el que le daría la nota necesaria para cursar la carrera..., ¿qué carrera?..., cualquiera que lo llevara junto a ella. Lo firmó, sin dudar, intentando imitar la rúbrica de un gran escritor: Alberti, no; Cernuda, tampoco, Lorca, menos; Garcilaso de la Vega, epígono (le sonaba bien esta palabra) del 27. Colocó una tilde de lujuria sobre la esdrújula mientras contemplaba la nuca de hielo de quien le había descorchado la desesperación.

viernes, 28 de marzo de 2014

"Siempre dicen que no a la poesía"


Siempre dicen que no a la poesía
porque la vergüenza y el miedo al ridículo
les paralizan las palabras.
Una risa nerviosa sale de sus temblores
y aprovechan que un compañero
recita con titubeos
para descargar su estupor sobre lo desconocido.
Siempre dicen que no a la poesía
porque saben que la palabra sentida
puede desnudarles el hígado
y robarles la ropa interior
en un rapto de sensibilidad
y de rimas.
Casi todos balbucean
y enrojecen con sangre desleída.
casi todos sufren las miradas de los otros
con la resignación del toro maltratado.
Se intentan quitar las banderillas
y mugen con desconcierto ante las puyas
de crueldad gratuita
y suelen pasar el trago acelerando
los versos
hasta que los ritmos y el sentido se pierden
en la refriega.
Todos dicen que no a la poesía,
salvo los que logran espantar a los malditos
que se ríen de su rubor
y consiguen alcanzar las maravillas escondidas
bajo las zarzas y las espinas del disimulo.

miércoles, 15 de enero de 2014

Crónicas desde la indocencia XXIV: "Un cuento de terror"



Comencé a leer y se hizo el silencio. Nadie pudo sujetar la atracción de la literatura, ni siquiera su adolescencia intempestiva. Ni yo mismo lo creía. Bajamos las persianas y tuve el temor de que se durmieran o de que aprovecharan la oscuridad para las habituales tropelías. No ocurrió nada de eso. En cuanto la historia comenzó a surcar el silencio y la oscuridad, noté que se subían a ella, que los miedos, los prejuicios eran infundados. La literatura todavía tiene poder, solo hay que encontrar el momento y la situación adecuados. Levantaba la vista de vez en cuando y asomaba en sus rostros la necesidad de conocer qué le ocurriría al protagonista después de volverse loco. No podía creer que algunos estuvieran tomando notas en la penumbra y que otros callaran sin interrumpir ni una sola vez el relato. Seguí entusiasmado, con la piel erizada y la sorpresa azuzando mi lectura. El protagonista acababa de arrancarle el ojo al gato y se oyó un rumor de repeluzno. Seguían escuchando, no se habían dormido, no se oían quejas, nadie preguntaba, todos esperaban el siguiente suceso con una avidez que los mayores ya hemos extraviado entre los años. Se había quemado la casa del protagonista y el relieve del gato había quedado impresionado en la única pared que quedaba en pie.
Era mucho tiempo ya el que llevaba leyendo, casi 20 minutos. Levanté la vista, para certificar que ya se habían cansado, pero no, la única respuesta fue el requerimiento de que siguiera. Estaba convencido de que algunos no comprendían muchas de las palabras, pero, al parecer, la fascinación del relato, del clima de expectación, los había atrapado a todos. Se percibía el esfuerzo de algunos por seguir la historia, el suplemento de concentración para saber qué ocurriría con ese hombre que se había vuelto loco y que tenía instintos asesinos. Se habían sumergido de lleno en la historia, sin duda alguna. Más de veinte minutos sin que ninguno de ellos rechistara, sin que se oyera ni una mínima queja ni un ruido molesto, demostraban que algo extraño sucedía. "La magia de la literatura", esa expresión que la mayoría de las veces se emplea con total esnobismo y sin ningún significado real, se había llenado de contenido. Solo quedaba una página para el final de la historia cuando sonó el timbre para escapar del instituto. Esperaba que todos salieran atropelladamente, como siempre, después de 6 horas de encierro antinatural, pero no. "Termino mañana", "¡No, no. Queremos saber cómo descubren el cadáver!" La petición era mayoritaria. Emocionado, leí la última página.

martes, 24 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXIII: "Catorce consejos imprescindibles para 2014".


En el colmo de los tópicos está ese afán por conseguir renovar en el año que comienza lo que no se ha hecho en el anterior. Para no ser menos, y aunque siempre he huido de los lugares comunes, os propongo catorce consejos para comenzar el año escolar 2014 con brío, buen ánimo y aislados de la ciclogénesis burocrática  y amputadora que nos abruma:

1. Sodomiza a un miembro relevante de los Servicios Periféricos. Si eres mujer, siempre puedes pasar por un sex shop y hacerte con uno de esos artilugios que se usan en el sadomaso. Ahora bien, si compruebas que goza, deja de hacerlo y oblígale a leer un libro.

2. En claustros, cecepés, consejos escolares y otras reuniones parecidas cuenta chistes verdes y no dejes de interrumpir al secretario cuando lea el acta. Con un poco de esfuerzo, es posible que consigas que te echen o que todos se lancen a contar historias divertidas. En cualquiera de los dos casos, sales ganando.

3. Ilustra tus PTI con fotografías de modelos brasileñas o de actores húngaros. Si en cada uno de los ejemplares buscas una buena ilustración, verás cómo no resultan tan aburridos.

4. Si algún alumno te monta un buen pollo, piensa antes de actuar. Primero debes ponerte en su lugar, trasladarte en el tiempo y ver si tú hiciste lo mismo en el pasado. Si es así, déjalo pasar, hazte el blando. Si no, métele un buen paquete. Evitarás remordimientos innecesarios y te desahogarás a gusto.

5. Desconecta la wifi de la sala de profesores. Será divertido comprobar cómo se comportan los que se esconden detrás del ordenador para no hablar con los compañeros. Provocarás nuevas relaciones sociales, discusiones y alteraciones del orden público que siempre son muy aprovechables para contarlas en fiestas y homenajes.

6. Dicta los exámenes. Será un tiempo precioso el que los alumnos dedicarán a la copia de los enunciados y no a las respuestas. La reducción en el contenido para corregir te vendrá de perlas para acudir a pilates o para hacerte la manicura japonesa.

7. Si en algún momento te asalta una debilidad y quieres regalar algo a alguien del centro, no dudes en hacerle el obsequio a uno de los miembros del equipo directivo. Son los únicos que te podrán recompensar por tu altruismo.

8. Acude a todo tipo de fiestas, comidas u homenajes. Si faltas, ya sabes de quién van a hablar y por muy bien que hagas las cosas, seguro que te sacan algún defecto del que van a tirar hasta que te quedes sin piel.

9. Cuando te satures de planificar, corregir, aguantar a alumnos molestos o de los propios compañeros, bueno, no tengo otra solución mejor: sodomiza a un miembro relevante de los Servicios Periféricos. Es muy terapéutico, 9 de cada 10 mamporreros lo aconsejan.

10. Si te crispan las evaluaciones interminables, donde no se decide nada importante y solo se habla de la plancha que se acaba de comprar la madre de fulanito y de los pelos que me lleva la Jénnifer, llévate los PTI y revisa las fotografías de las modelos brasileñas o de los actores húngaros.

11. Lleva ropa llamativa al instituto, no dejes que unos muchachos o muchachas de 16 años te quiten el protagonismo con sus tangas de cuello alto o con sus calzoncillos de corva baja.

12. Sé discreto, no intentes contar todo lo que has hecho durante las Navidades en el primer encuentro en la sala de profesores. Ya no te quedará nada de qué hablar y tendréis que tratar de los suspensos de fulanito y de los problemas ortográficos de menganito durante todo un trimestre. Si no has hecho nada durante las Navidades, ya lo estás haciendo o te lo inventas.

13. No muestres tus debilidades en clase ni delante de compañeros sospechosos. Como en las películas de policías, todo podrá ser utilizado en tu contra, incluso muy en tu contra.

14. Y por último, lo de sodomizar a un Periférico se entiende en sentido metafórico. Es decir, mandándole cartas o emails absurdos todos los meses para contradecirlos al mes siguiente (pagarles con la misma moneda), llamándole por teléfono para consultar asuntos sin importancia... Y bueno, si no os sentís satisfechos con lo metafórico y tenéis oportunidad de ver a alguno de estos ejemplares (también valen los de la Consejería y el ministro de Educación) pues no os cortéis y hacedlo de forma literal. Ya os he dicho que 9 de cada 10 mamporreros lo aconsejan. Os aseguro que seréis más felices.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXII: "Taxonomía avanzada del profesor de secundaria II"


Fotografía de Juan Luis López Palacios

Como os prometí en la última entrega, aquí sigue la transcripción del análisis taxonómico de la Universidad de Osuna sobre la condición del profesorado.
2. DOCENS MANTIS MANTIS: Se trata de una malformación congénita de la especie "docens mantis". Mucho más peligrosa y dañina que la anterior. El ansia por el suspenso que persigue su pariente próximo ha mutado hacia una propensión al estrujamiento del alumnado. El "docens mantis mantis" experimenta un placer morboso cuando humilla a la termita y la empuja a salir del sistema educativo. Su mal digerida ciencia la regurgita sobre el alumno con el único fin de mostrar su superioridad sobre él. Se ceba con los mediocres y los aplasta hasta hacer de ellos su carnaza. Así como el "docens mantis" teme a todo lo nuevo, este espécimen ha heredado, junto a esta condición, la de la pedantería inaguantable. Es una perversión de la primera especie y como tal se comporta: siente odio por la profesión y, en cambio, no podría vivir sin la sangre del débil con la que alimenta su indigencia social. Por suerte es cada vez más rara esta especie y solo se ha detectado un 1% en la actualidad.
3. DOCENS APICULA: Es la especie más abundante, del orden de un 60%, aunque también es de la que menos se habla por su discreción. Se define por su interés por enseñar, por su dedicación y por la indiferencia que muestran los alumnos hacia ellos. No suele mostrar grandes artificios ni excepcionales aptitudes, solo se dedica a laborar en su celda (de ahí su nombre científico) con la mejor de las intenciones. Tampoco se suele enrolar en proyectos demasiado novedosos, ni en empresas revolucionarias. Simplemente trabaja y desarrolla su función de obrera para fabricar la miel necesaria con que alimentar a los alumnos. Algunos de estos especímenes se ven absorbidos por la voracidad de la "docens mantis", pero suelen abandonar sus propuestas por no participar del placer por suspender. Solo el exceso de horas y una mala planificación administrativa de sus labores, provocan que esta especie se vea desbordada y entre en la espiral de otras minoritarias con escasa dedicación educativa. A veces, su exceso de sumisión es aprovechada por la rapiña cruel de los gestores educativos. Los exprimen hasta dejarlos sin sus señas de identidad genética y son los alumnos los que sufren las consecuencias de su desbordamiento (aunque este problema a los gestores de la colmena les trae sin cuidado).
En la siguiente entrega hablaremos de los "docens cigarra" y de los "docens aranea".

domingo, 22 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XXI: "Taxonomía avanzada del profesorado (Universidad de Osuna), I"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Desde la Universidad de Osuna se nos envía una taxonomía avanzada sobre la condición del profesorado de secundaria en España. No es un tratado definitivo (según rezan los propios autores), pero sí el único en el que se clasifica a las diferentes especies de docentes en categorías entomológicas con el fin de estudiar con mayor espíritu científico a los especímenes que se dedican a la ardua tarea de educar y evaluar a nuestra ínclita raza de termitas adolescentes.
Se aportan, como en toda clasificación biológica y antropológica, especies nombradas genéricamente con un término latino que nos sirve para identificar a los diferentes individuos que se incluirían dentro de dicha nomenclatura. Transcribo en esta entrada las características con que se define a la primera de esas especies:

I. DOCENS MANTIS: Ejemplar en evidente retroceso. Según las estadísticas de los últimos diez años, tan solo un 10% de los profesores pertenecerían a esta categoría. Se definen en esencia por su capacidad devoradora. Son infatigables a la hora de acabar con las esperanzas de las termitas de salir con un aprobado de una evaluación. Su diferenciación como especie reside en el hecho de suspender a más alumnos que ninguna de las demás. Es su norte. Para ello abandonan métodos novedosos de enseñanza y se muestran estrictos y poco flexibles en sus clases. Dan pocas pistas sobre los medios para aprobar y se nutren del silencio absoluto de su alumnado. Cuando se encuentran con un número exagerado de suspensos tienen la satisfacción de haber triunfado como miembros de su especie. Esta condición les da prestigio entre termitas y padres. Su máxima gloria es verse contemplados como los duros del instituto y suelen gozar una vez conseguida esta impresión de rigidez y de extrema dificultad. Cuando se encuentran con un curso brillante, desarrollan toda su genética y se ufanan al cotejar sus bajas notas con el resto de materias. Es curioso observar cómo algunas de las termitas educadas por los "docens mantis" desarrollan una sensación de síndrome de Estocolmo y se regodean en el sufrimiento y en las interminables horas de estudio que necesitan para sacar un 5.  Sus métodos suelen ser tradicionales y abruman con la misma ponzoña que en la Edad Media se utilizaba para desasnar en los sermones religiosos. El misoneísmo es una de sus señas de identidad.
Una de sus degeneraciones es la especie "docens mantis mantis" (de la que hablaremos en la próxima entrada), por suerte casi extinguida en los institutos de la actualidad.
P.D.: Mis agradecimientos a los investigadores de la Universidad de Osuna por permitirme hacer pública esta investigación que todavía está en proceso.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XX: "Literatura visceral"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Era el momento de los relatos íntimos, de la literatura visceral. Los ejercicios debían reflejar los hábitos y costumbres de sus experiencias más impactantes. Se les ofreció un variado surtido de títulos entre los que debían escoger: "Mi primer día en el instituto", "¿Qué hago los fines de semana?", "Un viaje al extranjero", "Mi primer beso", "Un día de Carnaval"...
El profesor, después de haber intentado el ejercicio de la doma sin éxito, había detectado que eran proclives a la narración, que gozaban contando sus experiencias y relatando los sucesos sin trascendencia de sus cortas vidas. Todos, cuando uno de ellos leía o simplemente recordaba lo ocurrido la tarde anterior en la plaza de su pueblo, escuchaban en silencio, con una atención que no se conseguía con otros medios. Les gusta oírse y ver cómo una aventura en la que son protagonistas es relatada por uno de sus compañeros. Ríen, esperan el final, se enfadan cuando falta un detalle, son unos críticos despiadados.
Pero aquel día tocaba relato escrito. Y nada menos que al estilo de Mesonero Romanos: contar los usos y costumbres de su vida cotidiana. Aunque se podía esperar de ellos, de sus doce años sin herradura, cualquier cosa, había algo seguro: la ortografía y la puntuación de los ejercicios iba a dejar mucho que desear. Pero una vez leídos los relatos, fue lo de menos. Tras corregir su forma y adecuar (poco) la gramática, os dejo dos muestras de la mejor literatura escatológica, que nada tienen que envidiar al mejor Bukowski:
"Cuando llegué al instituto, estaba muy nervioso. Yo soy muy pequeño y aquello era muy grande y no conocía a nadie. De tantos nervios, me entraron ganas de orinar. Pregunté por los baños y fui para allá a saltos. Dentro había un chico mayor. Yo me puse a mear y con los nervios y la presión se me escapó una ventosidad. El chico mayor se rio mucho y me dijo que era un marrano. Y yo, echando mano de un dicho que le oigo mucho a mi padre, le dije: "El que mee y no se pee es como el que tiene un libro y no lee". Y aquí acaba mi historia".
"Mis fines de semana son muy divertidos. Estoy esperando que llegue el viernes para dejar el instituto y comenzar mis actividades. Los sábados por la tarde me lo paso muy bien jugando a la consola sin parar, pero lo mejor es el domingo. Toda la semana estoy esperando ese día. Después de comer, me encierro en mi habitación y me hago unas "pajillas". Fin".
Como veis, por mucho que hayan avanzado las civilizaciones y aunque los intelectuales vaticinen una y otra vez el fin de la novela y de la literatura, aquí hay una muestra de que lo que más interesa a los chicos, por mucho que hayamos avanzado, es la vida, para después contarla.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XIX: "El viaje a ninguna parte del interino viejo"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

El viaje del interino a través de las profundidades océanas de los institutos de España es una experiencia que no tiene nada que envidiar a la de Miguel Strogoff o la de los cómicos de la legua. En un mismo año se pueden conocer tantos destinos, tantos compañeros distintos, tantos adolescentes desorientados que en junio, al final del periplo aparece una luz blanca que les indica la salida del túnel, como los moribundos que han podido contar sus experiencias sobre la proximidad de la muerte.
Les suele recibir en el centro un Jefe de Estudios estirado y con pocos escrúpulos que los arroja dentro de un aula donde los acechan 30 fieras voraces. Los muchachos esperan con avidez al nuevo, al que va a estar con ellos un breve tiempo y que no va a poder controlarlos como lo hacía el que los conoce de antiguo. Se frotan las manos, se afilan los colmillos y la baba les rebosa y cae barbilla abajo. Ni siquiera se tiene tiempo de preparar la materia ni de planificar la clase, todo es precipitado y caótico. En un mismo curso un interino puede pasar por todos los niveles educativos posibles, puede haber intentado sanar la locura de muchachos de 12 años y haber sosegado la angustia del preuniversitario de 18. Nadie tiene compasión de ellos, es más, el Jefe de Estudios que los lleva hasta el aula y los introduce en ella goza con sadismo de su indefensión.
Al cabo de 30 días o con suerte después de 4 meses se va del centro sin apenas haber conocido a sus compañeros, sin apenas haber tenido contacto humano, si no es el de las dentelladas de los alumnos que muerden sin compasión la pieza tierna. Magullados y sin ninguna caricia abandonan el instituto, la ciudad donde han vivido uno o varios meses a lo sumo y salen hacia un nuevo destino donde los tundirán como a cuero sin curtir.
El problema es que ahora, en estos tiempos de miserias, los interinos ya no son muchachos y muchachas imberbes, recién salidos de la universidad y con toda la energía paciente para aguantar estos vaivenes, no. En estos años, los interinos son gente ya granada, con años de experiencia a sus espaldas, que se ven de nuevo, como el cómico viejo, arrastrados por los caminos, de feria en feria, para que los paisanos descarguen sus frustraciones o sus pocos años sobre ellos. Y a veces, aunque el Jefe de Estudios sea un personaje estirado y con pocos escrúpulos, se le despierta una cierta misericordia al verlos partir con la cabeza gacha y la maleta reventada por el traqueteo del viaje.  

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XVIII: "El ingeniero hidráulico Don Quijote de la Mancha"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

"El ingeniero hidráulico Don Quijote de la Mancha" es un buen libro. Cuenta la historia de un hombre que no está muy bien de la cabeza, aunque dinero tenía bastante. Inventó los molinos de viento y eso hizo que se montara en el maravedí. ¿De qué si no iba a tener un caballo, un criado y una mujer que le hacía la comida? Bueno, a este tío, que ya estaba a punto de cascar cuando comienza la historia, no se le ocurrió otra cosa que andar de aquí para allá por las tierras de La Mancha.
Yo soy de aquí y a nadie con dos dedos de frente se le ocurre pasearse en caballo por vicio por mitad de los trigos. Yo, si tuviera posibles como tenía este hombre, me voy a Cancún o a Benidorm o a la Costa del Sol. A nadie se le ocurre, teniendo dinero, salir en caballo por estos andurriales. ¿Para qué?, si entonces tampoco había playa, ni festivales de música, ni macrofiestas, ni "na" de "na". Mi padre conocía al autor de este libro, ¡menudo pájaro! Su amante vivía cerca de la casa de mi abuelo y más de una vez lo vieron saltar por la ventana con la ropa en la mano. El marido de su amante era camionero y una noche los pilló en la cama y les dio una tunda que le dejó huella. ¿Por qué os creéis que no nombra el lugar del que salió ni algunos de los sitios que visita su personaje?, pues, coño, porque no tenía buen recuerdo del pueblo donde lo trasquilaron por goloso.
Bueno, a lo que vamos, este hombre se echa un criado, un tío campechano, borracho como él solo y al que le gustaban los chascarrillos. Vamos, como mi tío Manolo, al que en cuanto sale de casa y se va al bar se le caen los chistes de los bolsillos, ¡qué cachondo es mi tío Manolo! y ¡qué borracho también!
Al Quijote le hacen de todo, por tonto, nada más que por eso. ¿A quién se le ocurre escaparse de su casa cuando tenía hacienda sin trabajar, tenía criados y vivía como Dios, cazando y durmiendo (no hacía otra cosa el tío)? Bueno, ¿a quién se le va a ocurrir, pues a alguien que no funciona muy bien de la cholla? ¿Y por qué se volvió tarumba? Pues por leer libros. ¡Toma ya!, esto es lo mejor de la historia. A mí desde luego no me ha de pasar lo mismo. No tenía intención, pero después de leer algún resumen de Internet y ver lo que le pasó a este ingeniero hidráulico que lo tenía todo para vivir del cuento, no pienso coger un libro en mi puta vida. A mí no me engañan, yo no pienso pasar las de Caín por dármelas de listo. Mira Sancho cómo disfrutaba la vida. Y porque tenía a un cenizo
a su lado, si no, aún lo hubiera pasado mejor. Bueno, que me ha gustado mucho este libro y espero que se me ponga buena nota por el comentario.

martes, 10 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XVII: "Mundos paralelos"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Nadie se atrevía a chistar en la clase. Las moscas se estampaban contra los cristales de las ventanas, angustiadas por escuchar solo su propio zumbido. En la pizarra bailaban unas letras de caligrafía con el oropel de las antiguas cornucopias. El profesor se repantigaba en el sillón de cuero amedrentando a las moscas con el disparo de sus miradas de hielo. La cabeza disecada de un lucio pescado por don Julián nos amenazaba con sus dientes de sierra. Todo era silencio y leve susurro de plumas rasgando el papel. Los tinteros habían desaparecido de los pupitres, pero aún quedaba el sabor antiguo y amargo de la escuela de posguerra. Carlitos se atrevió a pedir el plumier a su compañero y un rugido seco le quebró los oídos y lo inmovilizó en el pupitre.
Vio acercarse al inmenso don Julián, descomunal desde el pozo de la silla, y le salió un sollozo ahogado que atrapó las miradas de sus compañeros. Un murmullo de satisfacción viperina se deslizaba reptando por el suelo de la clase. Todos esperaban que la bofetada le hiciera saltar las gafas como la última vez.
Años más tarde, a Carlitos lo llamaban don Carlos y se pudo repantigar en el sillón de cuero cuyo crujido tanto tiempo había temido. Esperaba repetir las hazañas de don Julián, pero los tiempos habían cambiado. Las gafas le caían desmayadas en el puente de la nariz y observaba, como don Julián, el comportamiento de sus alumnos: Javier se acababa de levantar sin permiso, Gabriel le lanzaba una bola de papel a Manuela y Rebeca se desnucaba por hablar con Miguelín. Sus esfuerzos por poner orden no tuvieron efecto y ya hacía años que ni siquiera lo intentaba. Berta se acercó hasta su sillón, le pareció descomunal, como don Julián, y le pidió ir al baño. Don Carlos no se pudo negar. Al ver cómo se aproximaba hasta él, ahogó un sollozo de espanto (que nadie oyó en la clase) y le dio su permiso como si solicitara su perdón. Le pareció tan monstruosa como don Julián y esperó hundido en el sillón a que las gafas salieran volando hasta estamparse contra el cristal de las ventanas, como hacían las moscas, desesperadas por abandonar el aula y respirar el aire limpio de la calle. Los alumnos esperaban con deseo viperino el estrépito de los vidrios rotos.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XVI: "El placer de corregir exámenes"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Recibir los exámenes de los adolescentes cuando suena el timbre al final de clase es un placer de dioses. Pocos gustos hay comparables a sentir las palabras latentes de la angustia transpirando a través de los folios aún calientes. Cuando en casa salen del sobre, vuelven a cobrar vida y relucen en la mesa como un premio sin parangón a la labor educativa. Se deshojan uno a uno con delicia, con el sentimiento del que está devorando un manjar y no quiere llegar a la última cucharada.
Todo el que se dedique a la enseñanza lo sabe, nada hay más grato, nada hay más placentero que la corrección de los ejercicios completados con denuedo por los alumnos. Sentir cómo el mamotreto de folios nunca se termina, leer con los ojos del revés, alelado ante tanta literatura de primera calidad, ver cómo han desarrollado las preguntas que con tanta precisión cuestionan los entresijos de la obra de Góngora o deleitarse con las líneas bien trazadas de un análisis sintáctico.
¿Quién no querría participar de este privilegio?, ¿quién, en las tardes de domingo, no pagaría por sumar las cifras decimales de cada una de las respuestas y colocar en rojo chillón el maravilloso 4,5 en la esquina derecha del ejercicio?, ¿quién no mataría por sentir la responsabilidad de que un simple número vaya a hacer reír o a hacer llorar a un muchacho de 12 o de 18 años?, ¿quién no dejaría cualquier trabajo por leer las diferentes reflexiones en torno a la retórica hueca del modernismo? Sí, sin duda es uno de los mayores privilegios de nuestro oficio, una de las prebendas de las que nadie habla y solo los que la gozamos conocemos su beneficio.

 ¿En qué cabeza cabe que algunos iluminados propusieran acabar con estos ejercicios que sacan la hiel de los estudiantes y nos elevan a los educadores al más elevado de los edenes?, ¿a qué cabeza loca se le pudo ocurrir que había que acabar con los exámenes para comenzar la revolución del sistema educativo?, ¿quién dijo que estos controles no hacían sino acumular ovejas al rebaño y promover la competencia insana del sistema capitalista, que solo conseguían abofetear la creatividad del individuo y someterlo al engranaje mecánico que interesa al poderoso? No sé, alguien que odiaba nuestro oficio de sencillos funcionarios y el placer consecuente de estampar sellos numerados en la frente de los adolescentes. Por suerte, la nueva ley nos promete una orgía de exámenes y reválidas con los que podremos revolcarnos a conciencia en el establo de las cifras. ¡Vivan nuestros insignes administradores y su sed por complacernos!  

domingo, 8 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XV: "Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua".

Fotografía de Juan Luis López Palacios

"Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!; diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Se buscaba un bufón para la función de Shakespeare, pero no había ninguno disponible."Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Se buscaban también sus palabras, pero habían desaparecido, nadie sabía ya armar los ritmos ni los conceptos que arrancan el hígado con taladros de fuego. Se buscaba con desesperación la forma de recuperarlas.
Se levantaron las alfombras de las academias, los colchones de los eruditos, la hojarasca de los novelistas, pero no se encontró otra cosa que polvo y ácaros sin residencia fija. "Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Se pagó un anuncio en los medios de comunicación de mayor reputación con el fin de que quien hallara la osamenta de Falstaff mandara un mensaje completamente gratuito. Solo se recibieron las bromas de los habituales irresponsables. Se pidió a los profesores de Literatura que prendieran fuego a los libros de texto para liberar el espíritu de Lear y a los herbolarios se les solicitaron emplastos para hacer olvidar a los adolescentes las murgas diarias con las que se había embalsamado a Hamlet. Se situó a los escritores al lado de los poderosos con la intención de que devoraran el cuero podrido de sus sillones y así vomitaran la hiel de Lady Macbeth."Que la lluvia es diaria. Con el viento diga ¡hey!, diga ¡oh! con el agua. Que la lluvia es diaria". Nada fue suficiente, los libros salían sin dientes de la imprenta, los escenarios seguían ocupados por burgueses sin tripas y las escuelas continuaban recitando palabras de ceniza. No había esperanza para la resurrección, nadie podría encarnar al bufón ni decirle verdades sin esquinas al rey. Mejor cerrar las escuelas y los teatros y quemar las imprentas y abrasar con tormentas las radios y televisiones. "Que la lluvia es diaria. Diga ¡hey!, con el viento; diga ¡oh!, con el agua. Que la lluvia es diaria".

sábado, 7 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XIV: "Un curso rodeado de murallas"

Fotografía de Juan Luis López Palacios
Recuerdo ese año rodeado de murallas. Había tantas estrellas que las noches sin luna no eran noches sin luna, aunque el hielo te podara los pies y te anudara las palabras con un vaho de niebla congelada. Al levantar la vista, caía sobre ti el universo, iluminado por un caprichoso funcionario del ayuntamiento que no  atendía al ahorro de las instituciones. Todas las mañanas sobrevolaban el castillo varios buitres en busca de la perdida brillantez de la noche. Y se podían contemplar sus círculos embalsamados a través de la ventana de la sala de profesores, mientras tomábamos un café familiar que unía a los nueve mochuelos que habíamos sido allí destinados. No había bullicio por los pasillos ni escándalos ensordecedores en los cambios de clase ni compañeros a punto de entrar en ebullición por la alta temperatura de las aulas. No más de 70 alumnos, instalaciones de prestado y mobiliario recién llegado de unos misteriosos almacenes donde los administradores guardan sus guadañas.
Contemplábamos el paisaje lento, recluido entre las murallas medievales, comiendo un bizcocho que había elaborado esa misma mañana la madre del Jefe de Estudios en su pueblito de 90 habitantes. Las horas pasaban tan bucólicas como placenteras: de un cobertizo al pie del castillo, salían a pastar unas cabras diminutas durante el recreo, mientras los adolescentes ataban al conserje (con su permiso) al tronco de una encina.
Por la tarde los chicos nos llevaban al río, atravesando praderas, higueras y castaños, para que viéramos su pericia en el arte de la pesca o salíamos al espeso bosque de pino negro para buscar entre sus pies los níscalos y boletus que nos ofrecía la tierra agradecida. Todo se desarrollaba con tanta placidez que nunca hubiéramos dicho que la labor educativa pone de los nervios a cualquiera.
Sin duda se trataba de un experimento. Se pretendían simular las condiciones de Finlandia, estoy seguro: el frío, los pocos alumnos por aula, la calidad humana de los compañeros, la naturaleza agradecida... Hasta el nombre de los chicos incitaba al sosiego y a la poesía: "Libertad", "Sabina", "Rubén Darío". No invento, esos eran sus nombres, y el techo de luciérnagas también sale del recuerdo, no de la imaginación. En invierno se oía al silencio pasear por la plaza empedrada y en verano celebran todavía una fiesta medieval que empezó en aquellos años.
Por allí anduvimos, escondidos en un rincón de la Edad Media, para aprender y enseñar con recursos del siglo XXI de los que ya no disponemos en estos años de "indocencia".  El experimento por lo visto no sirvió o pareció demasiado peligroso a los pedagogos por la sencillez de los medios y de la terminología.  

viernes, 6 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XIII: "La primera vez".

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Sabía cuándo iba a hacerlo, el día estaba marcado. Me preparé concienzudamente, con la meticulosidad de los guerreros orientales. Solo pensar en el momento de mi estreno me producía temblores, inseguridad, tenía arena en la garganta y a punto estuve de retirarme antes de empezar.
No iba a dejar nada a la improvisación, todo lo tenía secuenciado y pensado para que no hubiera sobresaltos, para que quedáramos satisfechos y la frustración no impidiera una segunda oportunidad. Los preámbulos habían sido estudiados al milímetro; los ejercicios, planteados a partir de una buena bibliografía. Eché mano también de la videoteca y de las experiencias que otros me habían descrito y de las que yo tomé buena nota.
Y a pesar de todo, la angustia me atrapaba con su garfio implacable y me impedía respirar con normalidad. Si tanta gente lo hacía, no podía ser tan difícil. Si tantos le dedicaban tantas horas, no podía ser tan traumático como a mí me lo estaba pareciendo.
Llegó el día y la hora. No había dormido la noche anterior, atrapado por las sábanas que no me dejaban en paz, envuelto en un haz de inseguridades que me exprimían hasta dejar empapada la almohada. Llegó la hora. Un momento antes di un paso atrás y rehuí la cita, pero allí estaba frente a mi angustia y mi deseo.
De todo lo que planeé, poco pude aprovechar, las palabras se atropellaban en la frontera de los dientes, los movimientos eran torpes y no respondían a ninguna de las enseñanzas recibidas, el corazón se disparó en su cabalgada y el ritmo pautado se precipitó en una acción sin ramales. A tal grado de excitación llegué que caí de espaldas sobre el suelo y llegué a oír un murmullo de risas que me atolondró aún más.
Se resolvió el apuro con demasiada rapidez, no quise conversar sobre la experiencia. Salí de allí acongojado, reclamado por el ansia de la vergüenza. Y a pesar de todo, a pesar del amargor de la precipitación y de no haber cumplido con lo planeado, salí con la sensación de que la próxima vez sería mucho mejor.
Un regusto dulce quedó impregnado entre la sal de la insatisfacción que me anunciaba un placer tan solo intuido. Al día siguiente, pude, sin espasmos y sin caídas cómicas, gozar de impartir una clase sobre Bécquer.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XII: "Loa a la Dolores"

Cayó ella, la divina Dolores, del cielo, como una Virgen en asunción inversa. Ya lo decía Alberti, "se equivocó la paloma". También se equivocan los buitres.
Llegó recién ungida por los votos de sus adoradores, prendados de esa melena lacia y de esa naricilla de perdigón que encantaba a los pervertidos. Bajó de los cielos para salvarnos de la consciencia. Todos sus votantes esperaban el milagro de su Dolores, recién llegada a la Tierra para distribuir la riqueza de nuevo y dejar las cosas como estaban. ¿Para qué queríamos los pobres perdurar en este valle de lágrimas? ¿Para qué gozar de médicos que curaran nuestros males y de hospitales donde aliviar nuestro padecer? ¿Para que extender nuestro sufrimiento? Ella, la divina Dolores, puso un fin drástico a tanta enfermedad alargada: "Fuera hospitales, morid dignamente en casa y contemplaréis el Paraíso del que yo vengo cuanto antes, pues de los pobres es el reino de los cielos, el de la Tierra dejádnoslo a nosotros". ¡Palabra de diosa!, te alabamos Dolores y te besamos humillados los pies.
Y bajó de los cielos y comprobó que la enseñanza era una losa para nosotros y nos alivió de nuestro pesar. ¿Para qué conocer, para qué saber, para qué instruirnos?, el ignorante lleva la felicidad en el carro que arrastra y nada hace mejor a un hombre y más útil que papar moscas con la lengua. Te adoramos, oh Dolores, gracias por llevarnos a la idiotez, donde tanto gozo hallaremos.
Y nombró Dolores a sus santos e hizo de su corte divina una "troupe" de saltimbanquis, titiriteros y economistas. Ellos nos llevarían al Paraíso en la Tierra, ellos, los herederos de Tonetti, de Fofó y de Keynes. ¿Para qué necesitaban de sabiduría los que nos tenían que regir si la divinidad todo lo puede? Para despojarnos de la salud y de la educación que nos estaba haciendo tan infelices, era suficiente con el Bombero Torero y sus enanos rejoneadores. Ellos nos dirigen y nos administran, ellos procuran que haya más alumnos por clase, que haya menos profesores, que no dispongamos de dinero, que dejemos a los futuros fieles sin nada en el cerebro con que pergeñar falsas ideas propias o criterios apartados de lo establecido. ¡Qué felices serán cuando mayores!, ¡qué fortuna no tener que pensar por uno mismo, qué placer tener una sola luz a la que seguir, la de nuestra inmarcesible Dolores! Ha costado algunos puestos de trabajo, es cierto, se han lapidado esperanzas de mucha gente, todos lo sabemos, pero cómo no hacer este gran sacrificio para criar unas nuevas generaciones que serán dirigidas con mano firme por los elegidos, que ya no tendrán que cuestionarse su condición, que sabrán con seguridad a quién servir.
Para iluminarnos bajó de los cielos, con su falda de tubo y su traje chaqueta. Loemos a la Dolores y a su corte de payasos y titiriteros. Apuremos la vida sin hospitales, aspirando el aire del que sabe que va a morir en la lista de espera. Dejad que los muchachos se acerquen a ella y los unja con su dedo divino y con su facilidad de palabra. Apartad de ellos la Filosofía y recluidlos en su ignorancia para que disfruten del placer de las ovejas.
Yo la he visto con su mantilla negra y su peineta, la he visto con su luto recatado, la he visto y me ha mirado, hoy creo en Fofó.  

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XI: "El curso de los peces de colores".

Fue el curso de los peces de colores.
Tener catorce o quince años no es un regalo, sobre todo para quien tiene que sufrir a 30 de ellos enjaulado en una clase preparada para 25. En las aulas de 3º de ESO se palpa la locura, se pueden tocar con los dedos las hebillas de las camisas de fuerza y se puede oler la química descompuesta de los cuerpos desastrados. Tener quince años supone poseer unas piernas que no te corresponden unidas a un tronco que con dificultad se domina y a unos brazos que obedecen a órdenes que tú no das. Tener quince años supone haber perdido la cabeza en el desayuno y no volver a recuperarla hasta la hora del sueño.
En la clase de Tutoría se decidió comprar unos peces de colores y dejarlos al cuidado del grupo A como ejercicio de solidaridad, responsabilidad y organización. Se habían tratado otros temas: el sexo, las drogas, el acoso escolar..., pero el aire de esa clase tenía algo que hacía morir a las palomas. Ni siquiera los alumnos más consecuentes se comportaban de forma racional, todo se despeñaba por un barranco de estrépito de cristales. Habían conseguido que el profesor sustituto les hiciera los exámenes con libro y de pie, y al de Matemáticas lo desesperaron hasta la venganza. De las paredes del aula resudaba una resina de insania colectiva como si la masa encefálica de todos ellos se hubiera estampado sobre el estuco. Fuera de clase no era mejor: se acosaban, se pegaban, se insultaban y algunos hasta se amaban.
Los peces a duras penas iban sobreviviendo. Las chicas los cuidaban, los alimentaban, les cambiaban el agua y los protegían de los ataques estratégicos de los chicos. El más agresivo, la fumigación con desodorante y espuma. Aparecieron los peces, en el cambio de clase, rígidos sobre la superficie del agua. Todos creímos que habían muerto, pero las chicas cambiaron el agua y resucitaron milagrosamente. Solo el instinto asesino y la crueldad estaba quedando patente en el ejercicio de Tutoría, frente a la vena salvadora de una pequeña minoría. Se sucedieron los castigos, las reprimendas, las broncas de padres y las reuniones moralizadoras. Pero la masa encefálica seguía resbalando por las paredes del aula.
En el último trimestre los dos pobres peces, que habían sido bautizados con el nombre de dos personajes insignes de los "realitys" televisivos del momento, no aparecían. Todos hubiéramos considerado lógico que hubieran escapado por su propia voluntad o que se hubieran suicidado, pero no. Al levantar la vista al techo, en el fondo de las placas blancas destacaban dos ojos vigilantes ya cristalizados. No pudieron soportar a animales tan sosegados, los sacaron de la pecera y los estrujaron entre sus manos ajenas hasta que los ojos salieron disparados de sus órbitas. Estamparlos luego sobre los plafones del techo no fue tarea difícil. Tener quince años te saca los ojos y te desinfla las branquias.
 

martes, 3 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" X: "Leer poesía en clase".

Leer poesía en clase es rasgarse la piel con las uñas y esperar que los alumnos acudan con algodones a curar la herida. A veces no lo creen y descubren que se trata de un artificio de magia en el que no se hiere a nadie. En ese momento, saltan las risas por las perchas y se ocultan debajo de las mesas hasta quedar pegadas a los chicles calientes. Se cierra el libro y mando tarea para el día siguiente.
Sin embargo, otras veces, se oye respirar al silencio acariciando las pizarras y se eriza el vello en un escalofrío de emoción que no se produce cuando se ha leído el mismo poema en silencio. Quedan brillando las pupilas de cuatro o cinco alumnos y se les cae la barbilla hasta que la recojo con el último verso. El silencio se suma a la expectación y cada pausa es un brillo de palabras que se puede atrapar con una red de luciérnagas. Cuando esto ocurre, cuando leo un poema y se eriza el estuco de las paredes, no hay nadie que pueda detener el hielo que recorre el espinazo. Ocurre pocas veces. Es una delicia que no se repite con demasiada frecuencia, pero cuando se levanta ese viento que desgarra la piel y hace brotar un hilo de sangre que los alumnos lamen con sorpresa, las paredes desaparecen y nos sumergimos en un estanque de voces sin camisa, con el lomo dispuesto para la cabalgada de las palabras.
Lo habitual es otra cosa. En cuanto ellos oyen el arranque del primer verso, un murmullo de risas apagadas descubre su vergüenza y el miedo al ridículo que los acecha. Se rompe la armonía y el poema se hunde en un charco de fango sin ritmo ni medida. Esperan ser llamados para la declamación y tiemblan y se sonrojan y se atropellan y derrumban el escalofrío en un abismo de arritmias. Suele acabar todo en la muerte del poeta.
Sin embargo, cuando es uno de ellos el que consigue elevarse con la cadencia del verso y se desliza por las profundidades de la poesía, la piel se rompe para dejar libres a las arterias. Ocurre muy pocas veces, pero cuando sucede, el placer es comparable al temblor que deja en la memoria la carne deseada y acariciada y mordida por primera vez.  

lunes, 2 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" IX: "Juntas de evaluación".

En las juntas de evaluación que se celebran cada trimestre en los institutos, se valoran las capacidades de los alumnos y se les da un número para que sigan avanzando en su progresión aritmética hacia la inclusión social o se despeñen en la nada del "no titulo", del "no saber qué hacer". Las juntas de evaluación son de esa trascendencia, deciden si el individuo es apto para seguir las pautas convencionales que marca la sociedad o, por el contrario, se dirige hacia un limbo en el que nada tendrá sentido, ni siquiera el hecho de que uno sea muy hábil con el trapecio. Todo se juzga allí, el futuro de las criaturas depende de la valoración que se dé de ellos en esas reuniones casi secretas que se convocan cada trimestre. Muchos alumnos esperan angustiados las decisiones que allí se toman, a otros, los desahuciados de los boletines de notas, les importa poco la solución final.
Aquella tarde se reunieron para hablar de las notas decisivas. Salieron a relucir las aptitudes de los alumnos y se les puso una nota final que acabaría con sus ilusiones o los pondría en la situación que todo buen ciudadano desea. El profesor de Matemáticas se soltó el pelo y habló sin tregua del alumno nº 2, de su familia, de la habilidad de la abuela para hacer pasteles de calabaza y de la mala cabeza de la madre por haber abandonado al padre en un rapto de pasión carnal. El profesor de Inglés tenía clase de "spining" y deseaba terminar cuanto antes la sesión para no perderse el culo de una nueva adquisición del gimnasio. El profesor de Lengua debía recoger a sus hijos de la clase de violín y tampoco le venía muy bien alargarse demasiado con las peripecias de la madre del alumno nº 2. Se intentó cortar la historia del profesor de Matemáticas, pero no se consiguió, la evaluación iba a extenderse hasta malograr la clase de "spining" y el profesor de violín volvería a poner mala cara. Cuando llegaron al alumno 32 todos estaban deseosos de terminar cuanto antes. La pasión de su padre por la metanfetamina y la inclusión de su abuelo en un programa de rehabilitación ya no captaban el interés de la junta de evaluación. La profesora de Ciencias Sociales había recibido un "watshap" hacía ya una hora para tomar café con las amigas y el profesor de Francés había perdido la ocasión de acudir a un curso de macramé que organizaba la Asociación de Punto de la Comarca.
Nadie pensaba ya en las calificaciones de los alumnos ni en la posibilidad de titulación de Encarnita, que por una asignatura no podría seguir copiando temas de bachillerato, se tendría que conformar con repetir lo que había hecho en 4º de ESO (copiar temas de 4º de ESO).
Es un "marrón" esto de tener la junta de evaluación a las 7  de la tarde. Te parte el día y no puedes participar en las sesiones de "Jiu-Jitsu" que organiza la Asociación de Japoneses Maltratados por los Estados Unidos.Solo el profesor de Educación Física tuvo los arrestos de abandonar la sesión alegando que las gaviotas le estaban cagando el coche.Somos de interior, todos lo sabemos, pero se comprendía cualquier excusa para abandonar el suplicio de no poder seguir la costumbre que llevábamos practicando desde que salimos de la carrera. Todos sabíamos qué hacer y una sesión de evaluación te parte los planes por la mitad.  .

domingo, 1 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" VIII: "El curso de los caracoles".

Fue el curso de los caracoles. Se concentraba tanta humedad en el pasillo de bachillerato que había que andar con pies de eunuco si no se quería resbalar o hacer crujir la concha espiral de los moluscos bajo la suela de los zapatos.
Todo comenzó cuando ella cogió la mano de él por debajo del pupitre. Él se ruborizó. Tenía las palmas húmedas y los dedos derretidos. Era la primera vez que se sentaban juntos y ella no desaprovechó la ocasión.
Les dijeron que ese año sí tendrían que estudiar, que era una etapa nueva en la que se esperaba de ellos una madurez que no habían mostrado en años anteriores. Comenzaron el curso con la intención de moldear las muñecas con fibra de vidrio y sangrarse los ojos para no tener que dormir. En eso consistía la madurez: en un martirio de páginas indigestas y en perseguir la obsesión de taquígrafas diligentes. Sí, estaban por fin en bachillerato y la madurez les abría el sagrado ritual de la sumisión y la monotonía.
No esperaba él que en la primera semana de clase ella se sentara a su lado y destrozara todas sus honestas intenciones de acabar con la adolescencia. Ella le cogió la mano y jugaba con sus dedos con una sonrisa en la boca que le acuchilló los apuntes. Sonaba de lejos Garcilaso y se derrumbaban las revoluciones francesas, se anegaron los sofistas en su propio jugo y se eclipsaron las estadísticas bajo un cielo de labios deseados y manos boquiabiertas.
Y lo mejor fue el contagio. Aquel gesto de ella agarrando la mano de él con la suavidad del que acaricia el agua del mar para arrancar la sal, se contagió por todo bachillerato, sin que nadie pudiera poner freno. Ni siquiera la rigidez de los exámenes de la primera evaluación. En los huecos que los armarios huidos habían dejado en los pasillos de bachillerato, se escuchaba un hervor de ostras sorbidas con inexperiencia y un aroma a deseo que destrozaba la severidad de la Física y la mecánica de la Historia. La madurez se había derrumbado bajo un temblor de manos de mar.
Y el contagio llegó a los mayores, a los que alardeaban de madurez y distribuían la severidad. Los chicos se dieron cuenta, adoptaron a una de sus profesoras, la Perdiz, como uno de los suyos, animales de mar que habían sustituido los cuadernos por valvas de fuego. Mostraba la Perdiz, a primera hora, el cuello magullado por las encarnaduras pasionales de un profesor de Inglés y los alumnos aplaudían su rebeldía. En el fragor de la insumisión propuso cambiar las calificaciones numéricas de la evaluación por indicadores de humedad. El profesor de Lengua le hacía ojitos al conserje. Fue en Carnaval: el profesor, "Ricitos de Oro" y el conserje, "Brave Heart". Su amor no pudo aguantar la perdición de los aseos. El propio inspector flirteaba con la Jefa de Estudios y con otras profesoras, aunque su estatura de taburete, su cabeza de buitre y, sobre todo, sus palabras de piedra (que escupían las asediadas como peladillas no comestibles) solo provocaron la risa. No era un animal de mar, sino de desierto rocoso.
En los análisis sintácticos apareció un nuevo complemento: "Juan y Luisa van al parque a divertirse"; "a divertirse" es un complemento circunstancial de amor.
Fue el curso de los caracoles y nadie pudo enjugar la cantidad de humedad que se filtraba por las paredes, nadie pudo evitar que se olvidaran los puntos cardinales.  

sábado, 30 de noviembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" VII: "Retrato familiar".

Ella es alta, con la mirada huidiza y las espaldas cargadas. ¿Cargadas de qué?, no sé, ¿de frustración, de soledad, de rencor, de camiones evaporados, de perros desvalidos, de gallinas sin trigo...? No sé. Era una crueldad mantenerla en clase expuesta a la crueldad de los colmillos adolescentes. Todo el mundo lo veía y nadie hacía nada. Había mañanas en las que ella se plantaba frente a la pizarra y los muchachos bailaban a su alrededor como las hienas suelen rodear la pieza moribunda antes de hincarle el diente en la yugular.
Ella tenía las espaldas cargadas y un vago aroma a armarios cerrados que la apartaba del resto de profesores. Los ojos le bailaban cuando te dirigía la palabra, atemorizada por entablar conversación con alguien que la escuchara, le bailaban de terror, intentaban escaparse de las órbitas para no ser testigos de su incapacidad para las relaciones sociales.
Nadie sabía cómo era su casa. Yo la imaginaba enorme, con retratos de familiares colgados en las paredes, resudando los colores del óleo hasta quedar relegados al sepia de lo ya muerto. La imaginaba arrimada a los fogones de una cocina económica, afanada con torpeza en la elaboración de un bizcocho que luego regalaría para ofender a quien no le caía en gracia. Se oía el eco de los cacharros en toda la casa, empujado por la oquedad y los techos altos. Calmaba el ladrido del perro, asustado por la caída de una telaraña, y salía a echarle de comer a las gallinas con las que congeniaba mucho mejor que con los chicos de 12 años. El pueblo en el que vive es tan pequeño que sus habitantes temen salir a la calle por si descubren a alguien de fuera y pregunta algo, lo que sea, supondría un sofoco.
Era de un laconismo antiguo que asustaba. Solía dejar certeros análisis de pocas palabras cuando describía a algunos de los compañeros y reaccionaba con violencia cuando se veía acorralada. El problema era que ella siempre se sentía acorralada. Los muchachos son crueles avispas que revolotean y zumban sobre la carne perdida y la muerden hasta dejar todo su veneno en las arterias. Se hinchaba la ponzoña y era peligroso para todos mantener esa infección. Ni siquiera poníamos barro en el dolor para calmarlo.
Ella es alta, como los panteones funerarios, y un día, cuando se fue, rasgó los murales de despedida que habían elaborado sus alumnos. No lo hizo por desagradecimiento, ni por odio, lo hizo por esa infección de veneno que nadie le había curado. Se marchó en silencio, sin teléfonos, sin fiestas de despedida, como el novio que tuvo cuando era joven. Lo contó en una de las pocas confidencias que dedicaba: "Él conducía camiones, transportes internacionales, paraba poco en el pueblo. Le dije, el camión o yo, y eligió el camión. Y aquí me he quedado, con mis gallinas y mi perro". Ella es alta y con las espaldas muy cargadas de desolación.