miércoles, 2 de mayo de 2018

"Los viajes de Gulliver" de Jonathan Swift


Hay que tener muy mala voluntad para convertir Los viajes de Gulliver en un cuento infantil. O muy mala conciencia o muy poco criterio literario. Es cierto que si a esta novela del dieciocho le arrancamos la ironía, los diálogos, la sátira, se queda en un cuento infantil; sí, un cuento infantil que no tendría nada que ver con la obra original. Es como si a una pastilla de Omeprazol le vaciáramos el polvillo que contiene y nos tragáramos únicamente la cápsula que lo envuelve. Desde luego, no curaríamos nuestra indigestión y, por supuesto, el plastiquillo tampoco dejaría efecto alguno. 
Los viajes de Gulliver es un libro para adultos, qué duda cabe. Hiere la piel sensible de muchos próceres de su tiempo y su retrato sarcástico de la sociedad inglesa (por extensión la occidental) disgusta en grado máximo a los biempensantes. En sus páginas hay reflexiones irónicas (atentos) sobre la justicia, la corrupción, el progreso científico, la guerra, la administración del poder político, la elección de los cargos, la modernidad, la cultura, la intelectualidad y sobre el comportamiento humano en todas sus vertientes. 
Era el siglo XVIII. En España estaba vigente la Inquisición y en Inglaterra también se perseguían las obras que tenían el descaro de meterse con las instituciones. El propio autor temió al publicarla por su integridad y, de hecho, la primera edición es anónima. 
Convertir una agria sátira contra la vanidad y la maldad del ser humano en un cuento infantil es muy propio de la factoría Disney y sus antecesores. Una forma de desactivar el poder de la literatura (si alguna vez tuvo alguno). Desnaturalizar una obra como esta y situarla en la estantería de los libros de aventuras es, sin duda, una tarea malintencionada de todos aquellos que tildaron a su autor de obsceno y de los que lo declararon "incapaz mental". Comenzaron por cambiar el título original, Viajes a las remotas naciones del mundo y hemos terminado por convertirlo en una película vomitiva de humor para tarados. Es muy ilustrativo que las versiones para jóvenes se centren sobre todo en los dos primeros viajes (Liliput y  Broddingnag), porque son los menos ácidos; y pasen por alto los otros dos (la isla de Laputa y el país de los caballos sabios) porque en ellos se profundiza con más agudeza en las críticas al género humano. 
Era el siglo XVIII, pero muchas de los pasajes los podríamos aplicar a la actualidad con poco esfuerzo. Parece un tópico, pero no lo es, Los viajes de Gulliver es un clásico intemporal con la mordacidad propia de las obras eternamente útiles. Y, por supuesto, no es un libro juvenil de aventuras, eso no.   

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