lunes, 26 de marzo de 2018

"Orlando" de Virginia Woolf


"Las ilusiones son al alma lo que la atmósfera es a la tierra. Destruid ese tierno aire y muere la planta, palidece el color."

Solo he echado de menos en Orlando, la novela de Virginia Woolf traducida por Borges, un paseo por el mundo cibernético del siglo XXI. Orlando es una historia hipnótica y lírica, que atraviesa cuatro siglos con un mismo personaje. El tiempo, el sexo, el mundo se envuelven en la poesía, en el espacio y en el yo cambiante del (la) protagonista en una especie de caleidoscopio mágico que atraviesa desde 1588 a 1928. Orlando tiene una religión, la poesía; y un hábitat propio, la naturaleza. Orlando se enamora en todas las épocas, como hombre o como mujer, y se queda solo o sola. Su biógrafa se las ve y se las desea por ceñir su yo, un yo poliédrico, confuso, desmesurado, humillado, altivo, desconcertante. Orlando persigue una obra para la posteridad. O no. A veces, persigue solo su deseo exclusivo de escribir, su pasión. O no. En ocasiones busca lectores, lectores que puedan disfrutar de "La encina", su poemario revisado a lo largo de cuatrocientos años y en el que se borra más que se escribe, hasta que se convierte en un libro en blanco. O no. Porque acaba por publicarlo y por obtener premios y éxitos con él.

Orlando se hace una pregunta, "¿qué es la vida?", y, como es lógico, no puede respondérsela ni su propia biógrafa. Cambia de sexo y descubre, en el tránsito de hombre a mujer, cuáles son las peculiaridades de cada uno y cómo resulta especialmente difícil el desempeño de la hembra en un mundo de machos. El tiempo de la historia lo marcan los reyes de Inglaterra y ciertos poetas isabelinos (Shakespeare, Donne, Marlowe y Jonson) y dieciochescos (Pope, Swift...). 

En Orlando la componente metaliteraria es fundamental. Sus reflexiones sobre la poesía y sobre la literatura en general llenan muchas páginas y, no solo eso. El protagonista parece cruzar los siglos para poder saborear la posibilidad de construir un poemario incontestable, porque, "La poesía puede corromper más seguramente que la lujuria o la pólvora (...) Una simple canción de Shakespeare ha hecho más por los pobres y los malvados que todos los predicadores y filántropos de la tierra." Virginia Woolf, como cualquier otro creador tiene dudas serias sobre su creación: "...cómo escribió y le pareció bueno; releyó y le pareció vil; corrigió y rompió; omitió; agregó, conoció el éxtasis, la desesperación; tuvo sus buenas noches y sus malas mañanas; atrapó ideas y las perdió; vio su libro concluido y se le borró; personificó sus héroes mientras comía; los declamó al salir a caminar; rio y lloró; vaciló entre uno y otro estilo; prefirió a veces el heroico y pomposo; otras el directo y sencillo; otras los valles de Tempe; otras los valles de Kent o Cornwall; y no llegó nunca a saber si era el genio más sublime o el mayor mentecato de la tierra." Y llega a pensar que la palabra más poética es la que no existe: "La conversación más vulgar es a menudo la más poética, y la más poética es precisamente la que no se puede escribir." Reniega de la literatura vestida de gris, de la literatura que no arriesga: "Todos esos años había imaginado que la literatura -sírvanle de disculpa su reclusión, su rango y su sexo- era algo libre como el viento, cálido como el fuego, veloz como el rayo: algo inestable, imprescindible y abrupto, y he aquí que la literatura era un señor de edad vestido de gris hablando de duquesas." Porque nuestras pasiones más fuertes, junto con el arte y la religión, son "reflejos que vemos en el hueco negro del fondo de la cabeza cuando efímeramente se oscurece el mundo visible." Nos avisa de los riesgos de ser un genio porque "cuando la Mente es mayor, el Corazón, los Sentidos, la Grandeza del Alma, la Caridad, la Tolerancia, la Buena Voluntad, y el resto casi no pueden respirar." Y de la irresoluble condición de poesía y verdad: "Desesperó de resolver el problema de la poesía y la verdad y cayó en un hondo abatimiento."

El tiempo es otro de los ejes en torno al cual se mueve Orlando. El/la joven de 30 años recorre la Inglaterra isabelina: se desliza sobre un Támesis helado y lleno de vida en el que un Orlando hombre descubre a su primer amor, Shasha. Ya en el siglo XX, rueda en coche como mujer en busca del hombre con el que se casó en la época victoriana. Es la desmesura temporal de la propia vida porque "es difícil contar el tiempo: nada lo desordena más fácilmente que el contacto de cualquier arte."

El paso de hombre a mujer le da pie para hablar de la condición femenina. De quejarse con retranca del comportamiento del hombre: "Y dio en pensar a qué punto habíamos llegado, cuando una mujer tiene que ocultar su belleza para que un marinero no se caiga del palo mayor. ¡Que se los coma la viruela!" Sitúa a la mujer muy por encima del hombre por su habilidad para manejar la mente humana: "Vale más estar libre de ambición marcial, de la codicia del poder y de todos los otros deseos varoniles con tal de disfrutar en su plenitud los arrebatos más sublimes de que la mente humana es capaz, que son: la contemplación, la soledad, el amor." Aprende a ser mujer y a saborear el placer de ser uno y una, de gozar del cuerpo masculino y del femenino con igual delectación.

A pesar de no renegar del amor, hay otra objetivo que ayuda a ser feliz: la soledad. Porque después de hacer el amor se saborea de una manera especial: "Nunca es tan sensible la soledad como inmediatamente después de que a uno le hayan hecho el amor." La búsqueda del silencio, de momentos de pequeñas muertes cada día, revitalizan a Orlando y lo convierten en un dechado de vitalidad:  "Si sus perros no desarrollaban el don de la palabra, si no se le cruzaba un poeta o una princesa, podría vivir los años que le quedaban tolerablemente feliz." "¿Es preciso que el dedo de la muerte se pose en el tumulto de la vida de vez en cuando para que no nos haga pedazos?"

Orlando es un personaje multiforme que nos descubre todos nuestros "yoes", si tuviéramos alguno. Es un ser literario que devora literatura y vida. Es un engendro del tiempo, de la soledad, del amor y de la contemplación. 

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