sábado, 4 de noviembre de 2017

"El signo de admiración" de Antón Chéjov

En la noche de Navidad, Perekladin, secretario colegiado, se acostó molesto e incluso ofendido.
-¡Déjame en paz, mujer del diablo! -rugió contra su esposa, cuando esta le preguntó por qué tenía una cara tan desencajada.
El motivo era que acababa de regresar de una visita donde se habían dicho muchas cosas ofensivas y desagradables contra él. Se comenzó hablando de los beneficios de la educación en general. Luego, con falta de sensibilidad, se pasó a hablar del grado de educación de la cofradía de los empleados; a propósito de lo cual hubo muchas lamentaciones, muchos reproches, y hasta burlas a causa de su bajo nivel. Y entonces, como suele ocurrir cuando se reúnen unos cuantos rusos, de las materias generales pasaron a las acusaciones personales. 
-Tomemos, por ejemplo, a usted mismo, Perekladin -dijo un joven- . Usted ocupa un puesto bastante importante...., ¿y qué educación ha recibido?
-Ninguna. A nosotros no se nos exige -respondió con suavidad Perekladin-. Basta escribir con corrección, eso es todo...
-Pero, ¿dónde ha aprendido usted a escribir con corrección?
-Es cuestión de hábito... En cuarenta años de servicio se te acostumbra la mano... Sí, claro, al principio era difícil, cometía faltas, pero luego me acostumbré... y no me ha ido mal...
-¿Y los signos de puntuación?
-Tampoco se me dan mal los signos de puntuación... Los pongo como se debe...
-¡Hum!... -el joven quedó confuso-. Pero la costumbre es algo muy distinto a la educación. No basta poner correctamente los signos de puntuación... ¡no basta! ¡Hay que ponerlos a conciencia! Usted pone una coma y ha de saber por qué la pone... ¡sí! En cambio, esa ortografía suya, inconsciente... refleja, no vale nada. Es un producto mecánico y poco más. 
Perekladin había callado y hasta había sonreído con modestia (el joven era hijo del consejero de Estado y tenía estudios superiores), pero al acostarse dio rienda suelta a su indignación y a su ira.
"He servido cuarenta años -pensaba- y nadie me había llamado tonto, y ahora, pues vaya, ¡menudos críticos me han salido! ¡Inconsciente... refleja... producto mecánico! ¡Que el diablo se lo lleve! ¡Seguro que sé yo más que él sin haber pisado todas esas universidades!" 
Después de haber insultado al crítico mentalmente con todos las injurias que conocía y de haberse calentado bajo la manta, Perekladin comenzó a tranquilizarse.
"Ya sé... comprendo... -pensaba medio adormilado-. No voy a poner dos puntos donde hace falta una coma, lo que demuestra que tengo conciencia de lo que hago, que comprendo. Sí... así es, jovencito. Primero hay que vivir un poco, prestar algún servicio, y después podrás juzgar a los viejos..."
En los ojos cerrados de Perekladin, que se estaba quedando dormido, a través de nubes oscuras y sonrientes, voló una coma de fuego, como un meteoro. Tras ella, otra; una tercera, y pronto, todo el oscuro fondo sin límites que se extendía ante su imaginación se cubrió de montañas de comas volantes...
"Tomemos por ejemplo estas comas... -pensaba Perekladin, notando que sus miembros iban quedando dulcemente entorpecidos por el sueño que avanzaba-. Las comprendo perfectamente... Si quieres, puedo encontrar un sitio para cada una de ellas... y... y conscientemente, no porque sí... Examíname y lo verás... Las comas se colocan en sitios diferentes, en unos hacen falta, en otros no. Cuanto más confuso sale un papel, tantas más comas se necesitan. Se colocan delante de "el cual" y delante de "que". Si en el papel se enumeran los funcionarios, a cada uno de ellos hay que separarlo con una coma... ¡Lo sé!"
Las comas doradas se arremolinaron y desaparecieron volando hacia un lado. En su lugar llegaron volando puntos de fuego...
"Los puntos se colocan al final del papel... Donde es necesario hacer una pausa larga y mirar al que escucha, también se coloca un punto. Después de todos los trozos largos, hace falta un punto para que el secretario, cuando lea, no se quede sin saliva. En ningún otro sitio, se coloca el punto..."
De nuevo llegan volando comas... Se mezclan con los puntos, ruedan, y Perekladin ve una turbamulta de puntos y comas y de dos puntos...
"También conozco a esos... -piensa-. Donde una coma es poco y un punto es mucho, allí hay que poner un punto y coma. Delante de "pero" y de " en consecuencia", siempre pongo punto y coma... Bueno, ¿y los dos puntos? Los dos puntos se colocan detrás de las palabras "se ha acordado", "se ha decidido".
Los puntos y comas así como los dos puntos se apagaron. Llegó el turno de los signos de interrogación. Estos saltaron de las nubes y se pusieron a bailar el cancán...
"¡Vaya una cosa, el signo de interrogación! Aunque hubiera mil, a todos les encontraría sitio. Se ponen siempre que se ha de hacer alguna pregunta o, supongamos que se pregunta por algún papel: "¿Adónde ha sido llevado el resto de las sumas del año tal?", o bien: "¿No encontrará posible, la dirección de policía, transmitir la presente a Ivanov y demás?..."
Los signos de interrogación sacudieron sus ganchos en señal de conformidad y al instante, como una voz de mando, se alargaron en signos de admiración...
"¡Hum!... Este signo de puntuación se emplea con frecuencia en las cartas. "¡Muy señor mío!", o bien "¡Su Excelencia padre y bienhechor!..." Pero, ¿cuándo se pone en los documentos?"
Los signos de admiración aún se alargaron más y siguieron esperando...
"En los documentos se colocan cuando... esto... eso... ¿cómo es? ¡Hum!... En realidad, ¿cuándo se colocan en los documentos? Espera... Que Dios me dé memoria... ¡Hum!..."
Perekladin abrió los ojos y se volvió sobre el otro costado. Ni tiempo había tenido de volver a cerrarlos cuando, sobre el fondo oscuro, volvieron a aparecer los signos de admiración.
"Maldita sea... ¿Cuándo hace falta usarlos? -pensó, esforzándose por arrojar de su imaginación a los inoportunos huéspedes-. ¿Es posible que lo haya olvidado? O lo he olvidado o bien... no los he puesto nunca..."
Perekladin empezó a hacer memoria del contenido de todos los papeles que había escrito durante los cuarenta años de servicio; pero, por más que pensó, por más que arrugó la frente, en su pasado no encontró ni un signo de admiración.
"¡Esta sí que es buena! Me he pasado cuarenta años escribiendo y no he puesto ni una sola vez un signo de admiración... ¡Hum!... ¿Cuándo se coloca a ese diablo larguirucho?"
Por detrás de la fila de signos de admiración de fuego, apareció riendo maliciosamente el hocico del joven crítico. Los propios signos se sonrieron y se fundieron en un gran signo de admiración.
Perekladin sacudió la cabeza y abrió los ojos.
"El diablo lo entiende... -pensó-. Mañana he de levantarme para rezar maitines y este satanás no se me va de la cabeza... ¡Fu! Pero... pero, ¿cuándo se usa, demonios? ¡Bonita costumbre la tuya! ¡Bonita manera de que la mano se familiarice! ¡En cuarenta años, ni un signo de admiración! ¿Eh?"
Perekladin se santiguó y cerró los ojos, pero en seguida volvió a abrirlos: sobre un fondo oscuro, seguía aún alzándose un gran signo...
"¡Uf! Así no te vas a quedar dormido en toda la noche."
-¡Marfusha! -exclamó, dirigiéndose a su mujer, que se jactaba a menudo de haber acabado los estudios en su internado-. ¿No sabes, querida, cuándo se coloca el signo de admiración en los documentos oficiales?
-¡Solo faltaría que no lo supiera! No en vano estudié siete años en un internado. Recuerdo de memoria toda la gramática. Este signo se coloca en las invocaciones, en las exclamaciones y en las expresiones de entusiasmo, de indignación, de alegría, de cólera y de otros sentimientos.
"Eso... -pensó Perekladin-. Entusiasmo, indignación, alegría, cólera y otros sentimientos..."
El secretario colegiado se puso a reflexionar... Llevaba cuarenta años escribiendo papeles, los había escrito a millares, a decenas de millares, pero no recordaba ninguna línea que expresara entusiasmo, indignación o algo por el estilo...
"Y otros sentimientos... -pensó-. Pero, ¿es que en los documentos oficiales son necesarios los sentimientos? También alguien que no sienta los puede escribir..."
El hocico del joven crítico echó de nuevo una ojeada por detrás del signo de fuego y se sonrió con malicia. Perekladin se incorporó y se sentó en la cama. Le dolía la cabeza, un frío sudor le brotaba de la frente... En un rincón, alumbraba débilmente una mariposa; los muebles, limpios, tenían aire de fiesta. En todos se respiraba el calor y la presencia de una mano de mujer. Sin embargo, el pobre empleadillo tenía frío, experimentaba una sensación de incomodidad, como si hubiera enfermado del tifus de repente. El signo de admiración no se alzaba ya dentro de los ojos cerrados, sino ante él, en la alcoba, junto al tocador de la mujer, y le hacía unos guiños burlones...
"¡Máquina de escribir! ¡Máquina! -susurraba el espectro, lanzando sobre el funcionario un frío seco-. ¡Madero sin sentimiento!"
El funcionario se cubrió con la manta. También debajo de ella vio al espectro. Pegó el rostro contra la espalda de la mujer y, por detrás, allí estaba de nuevo... Toda la noche se estuvo torturando el pobre Perekladin y tampoco por el día lo dejó en paz el espectro. Perekladin lo veía por todas partes: en las botas que se estaba calzando, en el platito de té, el la condecoración de san Estanislao...
"Y los otros sentimientos... -pensaba-. Es verdad que no ha habido ningún sentimiento... Iré ahora a casa del superior a poner mi firma... ¿acaso eso se hace con algún sentimiento? Así, por nada... Una máquina de felicitaciones..."
Cuando Perekladin salió a la calle y llamó a un cochero, tuvo la impresión de que, en vez del cochero, se le acercaba un signo de admiración.
Cuando llegó a la antecámara del superior, en vez de portero, vio el mismo signo... Y todo le hablaba de entusiasmo, de indignación, de ira... El mango de la pluma con el plumín también parecía un signo de admiración. Perekladin lo cogió, mojó el plumín en la tinta y firmó:
"¡¡¡Secretario colegiado Efim Perekladin!!!"
Y al colocar esos tres signos, se entusiasmó, se indignó, se alegró, montó en cólera.
-¡Toma! ¡Toma! -balbuceaba presionando la pluma.
El signo de fuego se quedó satisfecho y desapareció.        

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