lunes, 6 de noviembre de 2017

Adolescens VII: "T, el primer TDAH"


T está diagnosticado como TDAH y medicado. Lo vemos muy a menudo por jefatura. Es pequeño, fibroso, los nervios le devoran la grasa, con gafas y muchos granos, muchos, muchos granos de adolescente. Tiene una gracia natural y se comprende a sí mismo como pocos. En ese aspecto no parece un chico de su edad. Lo traen a jefatura porque se ha levantado de la silla varias veces sin el permiso del profesor. Cuando suena el timbre para asistir a la siguiente clase, nos dice que prefiere quedarse con nosotros porque “se conoce”, porque sabe que en cuanto llegue al aula no va a poder contenerse y se va a mover y va a hablar con el compañero y no va a parar. Cuando no se toma la medicación, no se fía de sí mismo y prefiere aislarse para que no le pongamos más apercibimientos. Es un rara avis. Siempre está sonriendo, incluso cuando lo traen al despacho de jefatura. No puede evitarlo, es superior a su naturaleza. Aún no ha perdido la ilusión. Sabe que no debería comportarse como lo hace, pero algo bulle dentro de él que no puede detener. Por eso nos pide que lo retengamos en el despacho, porque en el aula, con la algarabía de los compañeros, no podrá contenerse. 
¿Es posible que sea un síntoma de que nuestros métodos educativos van contra natura, de que nuestro único objetivo es castrar la naturaleza juvenil para que no dé fruto o para que no nos den la lata? ¿Es posible que este muchacho canijo, con granos y sonrisa permanente, sea una alarma de que nos tendrían que medicar a nosotros por ahogar la espontaneidad de manera sistemática? Él no quiere ir a clase porque el cuerpo le pide no parar, porque su naturaleza es contraria a lo que imponemos: disciplina, sumisión y silencio. ¿No sería posible aprovechar esa energía explosiva para imprimir nuevas ideas? Pienso que sí, pero sería muy incómodo para nosotros, los muertos.

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