miércoles, 25 de octubre de 2017

Indigestión burguesa


Gibraltar no quiere ser español, quiere continuar como colonia inglesa. Ceuta y Melilla desean seguir perteneciendo a España y no a Marruecos. El rincón de Ademuz nunca ha pedido su anexión a Cuenca, están muy satisfechos de formar parte de una comunidad más rica. A alguien del barrio de Salamanca le costaría mucho vivir en San Cristóbal de los Ángeles. En cambio, a cualquier vecino del sur de Villaverde le gustaría disfrutar de las comodidades del barrio de Salamanca. Al restaurante de lujo de mi pueblo le cuesta admitir a la gente que llega con malas pintas; en cambio, en el antro donde se juntan los desahuciados y quinquis, se desviven por servir a los encorbatados que entran de vez en cuando. Nos apartamos cuando nos cruzamos con un marroquí o con un rumano, mientras montamos en la costa levantina negocios exclusivos para ingleses y alemanes. No queremos que nuestros hijos sean agricultores ni pastores, ni albañiles, ni camareros. Deseamos para ellos la comodidad de un banco, la poltrona de una gran empresa, un equipo de primera división o la bata de un buen hospital. No porque se asegure la felicidad en estos últimos oficios, sino por otra cosa, por algo que llevamos bien agarrado a las tripas.
Nos estorban los vecinos pobres, los jóvenes con rastas, los colegios públicos, el borracho desharrapado, el drogadicto enfermo, el obrero, los gitanos, los barrios de la periferia, los camareros latinoamericanos, las putas de la rotonda… Pero nos privan los señores banqueros, las escuelas de fútbol, el constructor adinerado, los jeques árabes, las cenas de empresa, las comuniones, los desfiles de moda, el tenista famoso, los colegios religiosos, las putas de lujo…

No sé por qué nos extrañamos de que los catalanes no deseen ser españoles. Es algo que (ellos todavía más, porque son más ricos) llevan bien agarrado a las tripas. No es cuestión de exaltación de los sentimientos, como se viene insistiendo; sino de indigestión burguesa.          

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