miércoles, 12 de julio de 2017

Cuando Calderón quiso ser Lope y Cervantes a la vez: "La dama duende" en el Festival de Almagro


Tuve la felicidad de asistir anoche en Almagro a la representación de La dama duende de Calderón, puesta en escena por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Un Calderón muy lopesco, dinámico, ágil, divertido. De verso fácil y palabra afilada. Tiene una cualidad excepcional esta obra, como muchas otras del teatro clásico: consigue transformar en el paladar un argumento de borrajas en cocochas de merluza aderezadas con un pil pil bien trabado. Sin los juegos de palabras del verso calderoniano, sin la solidez del equívoco lingüístico, sin el dominio de las formas, esta comedia no sería otra cosa que un divertimento de palacio. Pero Calderón convierte una trama aguachirle de capa y espada en un denso aguamiel de sabrosas esencias. 
Viene al pelo acercar la obra a la época romántica. La Compañía Nacional acierta (como casi siempre) y los enredos sentimentales adquieren un mayor tono de parodia en ese ambiente decimonónico. El personaje de Notario, un don Juan tan enamorado que en el intento de adornar su retórica amorosa trabuca el discurso y dice justo lo contrario de lo que desea transmitir a su dama (entregada y confundida), es una de las delicias de esta comedia. Otra, y no menor, es el juego quijotesco del lenguaje que Ángela, la dama enamorada (Marta Poveda), utiliza en sus cartas para conquistar a su deudo don Manuel (Rafa Castejón). Nos remite a los libros de caballerías y a la parodia que terminó con ellos, el Quijote. Todo el enredo sentimental se tiñe de juego lingüístico caballeresco, cervantino y lopesco, que eleva la comedia en un aire metaliterario. Cosme, el criado de don Manuel, culmina este amor juguetón por la palabra escrita: "Será que no sé leer en cartas y sí en libros". 
Los personajes son, y ellos mismos parecen saberlo, caricaturas de novelas sentimentales y caballerescas. Ángela quiere conquistar con la palabra antigua, con "fermosura", como hacían Amadís y don Quijote. Don Juan, con retruécanos que se le van de las manos y se convierten en monstruos que dicen lo que no desean decir. Don Luis se recrea en el desdén y ama porque es despreciado. Beatriz se une a la aventura de la dama duende y espera que se decidan las palabras de don Juan. Cosme se refugia en la bebida, en el chascarrillo y en la locura de la trama. Y nosotros, espectadores convencidos, nos entregamos a la deliciosa puesta en escena de la CNTC y nos embarcamos en el disparate y en la parodia desde el primer momento. 
Un verso líquido y claro, un dinamismo apabullante, unas interpretaciones sin fisuras y una voz cazallesca (la de Marta Poveda) que llena de carácter el escenario. Un placer para los sentidos ese entrar y salir de camas y divanes, de líos sentimentales y juegos de honor, de persecución del placer y huida de la represión social. Un placer ver el choque de espadas y de versos en el escenario con tanta naturalidad que se funden los siglos sobre el escenario. No es el siglo XIX, ni el XVII, ni el XXI; es el juego de la palabra y la representación, el placer de la ficción echa carne sobre el escenario del Hospital de San Juan en Almagro. Y los murciélagos siguen disfrutando del espectáculo.      

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