sábado, 8 de julio de 2017

Bloomsday o Blufday: 16 de junio en Dublín



Bloomsday es Blufday, está confirmado. Hace dos años, después de un viaje a Dublín, engañado por las noticias del día de Leopold Bloom, alabé el hecho de que una ciudad se volcara en la celebración de la literatura, como si de una Champions o de una Virgen se tratara. Todo humo. Ni Dublín se deshace por celebrar la obra de Joyce; ni nadie, salvo cuatro octogenarios, se visten de época para conmemorar el día del Ulises. Fiesta multitudinaria y literatura no casan bien. El Bloomsday es un Blufday. Dublín no es Benidorm, ni la novela de Joyce tiene el mismo tirón que las happy hours. El placer de la alta literatura no vende bien. Algunos viejos comen sandwiches de gorgonzola en el Davy Byrnes, otros se han levantado de las tumbas y otras se han escapado de Ascot sin quitarse los tocados de fantasía. Ellos, los únicos, se sientan alegres ante una copa de borgoña. 
No hay motivos para que los dublineses se echen a la calle. Una novela casi ininteligible no lo merece. Un santo vestido de verde o una despedida de soltera o las tiendas abiertas, sí. No, Dublín no es una excepción, por muchos premios Nobel que hayan nacido en sus calles. Aquí no se celebra el Bloomsday, sino el Moneysday, como en el resto de Occidente. 
Una jauría de jóvenes irlandesas vestidas con minifaldas militares secan los 450 serpentines de Temple Bar. Detrás de ellas, las chicas del duende, amantes del grog y el chupito. La calle del viernes tarde revienta de alcohol y bullicio. No, no celebran a Mulligan, ni a Dedalus, ni a Haines; sino el fin de semana, el fin del celibato, el fin del mundo. No hay motivo para montar una fiesta por un personaje de ficción creado por un irlandés borracho. Los concursos de aguante en la barra, las danzas celtas y los tours por los pubs con pulseras verdes no homenajean a Joyce. Amantes de la literatura, dos, con las uñas de los pies arañando la tapa del ataúd. Es Blufday. Jolgorio del viernes: pintas, güisqui, farlopa en la acera, borrachos sin cencerro y algunos sombreros de paja proporcionados graciosamente por pubs interesados en el negocio del gorgonzola. 
Es de noche en el Blufday. Una señora de 90 años acompañada por sus hijos tropieza en el escalón. La hija nos aclara, "no, no es por el escalón; es por el vino". Sus mejillas coloradas la delatan, añora el antiguo Bloomsday o al mismo Joyce, podría ser. La noche en Temple Bar es un tumulto de pintas, güisqui y música celta. De camino al hotel, almas en pena esperan a que abra el albergue o la iglesia franciscana con el rostro torcido por la miseria, el alcohol o la heroína. Fin del Blufday. De literatura ni rastro. Joyce no tiene día, Cervantes tampoco. No lo necesitan, de veras.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario