sábado, 4 de febrero de 2017

Adolescens III


H., H. y otra vez H.

Desde que H. cumplió su pena de expulsión, ha rectificado su comportamiento: en vez de verlo por jefatura una vez a la semana, lo recibimos una vez al día. Lo manda el profesor de Educación Física porque le impide dar la clase. H. dice que solo ha pateado un palo. Lo trae personalmente el profesor de Lengua porque tampoco le deja dar clase. El muchacho dice que no ha hecho nada. Lo manda la profesora de Inglés porque molesta constantemente a sus compañeros. H. alega que solo ha pedido un lápiz. Lo trae el profesor de Geografía e Historia porque ha llamado al móvil a otro compañero y a este le ha sonado su aparato en clase. H. dice que ha sido al revés. Lo comprobamos: revisamos el móvil del compañero. H. ha dicho la verdad, es posible que por primera vez. Me pide clemencia para el compañero cuando hacía un instante estaban a punto de pegarse. Pasa horas y horas en mi despacho. Su actitud es muy extraña. A veces llora; otras, apoya la cabeza sobre la mesa y se la tapa como si quisiera hacer desaparecer el mundo; otras, no se atreve a mirarme cuando le hablo. Al poco de estar en el despacho, me pide siempre tarea. No aguanta la inactividad. Ya se ha leído los mitos griegos en versión actualizada y ha empezado Las aventuras de Tom Sawyer y el Lazarillo de Tormes. Después de cada lectura, nos hace un resumen oral. ¿A ver si su problema es que ama la literatura tanto que desea ser expulsado para leer a los clásicos? Bueno, no sé. También se dedica a pellizcar la esponjilla de la silla y a tirarla por el suelo y no creo que quiera se tapicero, o sí.

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