domingo, 18 de diciembre de 2016

Epopeyas modernas: el hombre contra la bañera


El lugar de la batalla es de lo más inhóspito: un "hotel spa" inaugurado en 2015, dotado de todos los elementos modernos capaces de desmoronar la fortaleza del más intrépido guerrero. Al entrar en el baño de la habitación 207, se cierra la puerta estrepitosamente, gracias a un mecanismo fotoeléctrico. De allí no se puede salir sin derramar valor y sangre. Se entra desnudo, con la esperanza de que la batalla será limpia, sin juego sucio. El baño es un cubo gris, pulido, como un refugio nuclear. A través de las rendijas del techo llega la banda sonora: ritmos tenues del más variado electrolatino. El guerrero entra en la bañera. Los apliques de fontanería no parecen apliques, sino adornos de tanatorio. Tras un análisis visual, el héroe da con el mecanismo que hace salir el agua por el grifo. Intenta averiguar cuál es la espita para que se active el chorro de la ducha. Encuentra un pitorro (no conozco el término técnico) de aluminio, prueba a levantarlo, pero no puede. Prueba a girarlo. Se mueve, gira, gira más, salta el pitorro y sale un chorro fino y violento de agua que riega el techo del búnker. Suda el héroe para introducirlo de nuevo en su ubicación original. Cierra el grifo. Prueba de nuevo, grita, pide ayuda, pero nadie lo oye. El búnker es hermético. Nadie puede salir de allí si no es con la victoria entre los dientes. Por fin consigue subir el pitorro. El agua brota por los agujeros de la ducha y el héroe está  a punto de llorar de emoción. La ducha no es de alcachofa. Su forma es la de un tubo de relevos. Con las manos mojadas resulta muy difícil dominarlo y, de hecho, gira y gira. Se riegan las paredes del búnker con el agua a presión. Salta el testigo de las manos del guerrero y se retuerce en el fondo de la bañera como una culebra de plata. Cierra de nuevo el grifo. El agua está helada. Nada indica hacia dónde girar el grifo para que salga agua caliente. Ni color rojo ni azul. Un cilindro brillante que se hace difícil de manejar. Aterido, el guerrero se seca las manos, después de alcanzar con dificultad la toalla que está colgada a un brazo y medio de la bañera. Abre de nuevo el grifo, controla la serpiente de aluminio y consigue hacer salir el agua caliente. Cierra de nuevo el grifo, animado por la conquista. En una bandeja de nácar reposa el tubo de gel. Abre el tapón y comprueba que una lámina también plateada impide la salida del jabón. Intenta arrancarla, no encuentra la pestaña, se desespera, grita, pide ayuda, pero solo se oye el rumor electrolatino, "Caliente, nena, caliente...". De nuevo el frío atenaza sus manos. Al fin, con la esquina de una uña, abre una brecha y sale el gel del tubito. La emoción embarga al héroe, que tiembla, y no de miedo, en el fragor de la batalla. Un aroma extraño le cubre la piel. Con las manos enjabonadas todavía resulta más difícil accionar el grifo, subir el pitorro y sujetar el testigo de ducha. Un sudor de impotencia recorre la voluntad del guerrero. Tiembla de frío. Renuncia. Intenta coger la toalla, está demasiado lejos, cae, grita, pide ayuda, un dolor intenso en la cadera le impide levantarse. El agua sale de nuevo a presión por el pitorro mal cerrado, se estrella contra el techo y, por fin, cesa el electrolatino. Se ha dado paso a la música marcial, mucho más adecuada al momento de la derrota. Héctor ha caído. Lo celebra el diseñador de los "hoteles spa".        

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