sábado, 9 de julio de 2016

Steven Berkoff en Almagro: "Nos hemos convertido en cerdos que gozan con la porquería".


En el Palacio de Vadeparaíso de Almagro disfrutamos de las opiniones de Steven Berkoff acerca de los villanos de Shakespeare y del estado del arte escénico en la actualidad. El actor, director y escenógrafo británico, de 78 años está de vuelta de todo. Se nota en su talante que le importa muy poco quedar bien o mal con nadie. Pide un abanico y contesta a las preguntas. No para alabar, ni para molestar, sino para transmitir opiniones que parecen sinceras (no olvidemos que es un actor). Sin concesiones, sin hipocresías, sin diplomacia, con inteligencia.
Berkoff desprecia las preguntas inanes sobre su vida privada. Las aparta como al insecto molesto y se queda con lo sustancial. La traductora se esmera por transmitir la profundidad de las palabras del actor. Cuando cita a Shakespeare no se atreve a traducirlo. Con buen criterio se disculpa, "es Shakespeare" y no traduce, después de escuchar el ritmo del verso blanco en boca del viejo director. Berkoff habla del mundo mediático actual: "Estamos envenenados por el excremento (así lo traduce la muchacha con melindre, azarada). Se nos da de comer tanto excremento que hemos acabado por no apreciar nada que contenga una cierta complejidad. Shakespeare no atrae al público actual porque nos han envenenado con simplicidad, con comedias insustanciales que nos impiden pensar. En la BBC triunfa un programa deleznable con el que el público es feliz, disfruta con sonrisa de idiota. Se está asesinando a la civilización. Una vez al mes, por mala conciencia emiten una buena serie como "Guerra y paz" y así salvan su digestión. Se ha formado un público idiota para una programación teatral, cinematográfica y televisiva idiota. La música pop nos echa azúcar por encima y nos convertimos en dulces sin sustancia incapaces de gozar de la amargura y la complejidad de la música y el arte verdaderos. Todo es idiotez, veneno y excremento. Harry Potter es el ejemplo máximo de la idiotez, del envenenamiento, del excremento en el que nos rebozamos. No ha habido ningún gran dramaturgo desde Arthur Miller. Desde "Las brujas de Salem" no se ha representado nada que valga la pena. Los productores no permiten que se lleve al escenario nada que sea mínimamente complejo y profundo. El público ya no lo acepta. Nos hemos convertido en cerdos que no merecen nada mejor que no sea porquería".
Berkoff, recio, de gesto rotundo y mirada intensa. El lóbulo en el centro de la frente, escamoteado por la deformidad de la vejez, aún me recuerda sus interpretaciones en el cine. Berkoff habla de Shakespeare, se recrea en sus villanos, en la maldad intrínseca de sus personajes. Fascinado por Macbeth, por Hamlet, por Ricardo III, intenta explicar cuál es el sentido de estos personajes, cuál es la enseñanza que nos transmiten. "Todos llevamos un asesino incorporado. Todos somos villanos. Solo el teatro, solo el arte es capaz de curarnos esta maldad intrínseca y evita que no la saquemos a pasear. El teatro griego se representaba en escenarios inmensos en los que cabía todo el pueblo sin excepciones. Por eso no conocemos villanos griegos, porque la enseñanza de las tragedias griegas evitaba que saliera lo peor de nosotros mismos (no en vano el teatro griego es el mejor que ha existido nunca). Los villanos comienzan a existir en Roma (Calígula, Nerón). El teatro sirve de antídoto contra la maldad. Todos los asesinos de las obras de Shakespeare tienen conciencia. Sin ella no tendrían justificación. Todos saben lo que están haciendo, a todos les remuerde de un modo u otro la maldad que están cometiendo. Su maldad despierta nuestras conciencias. Macbeth, por ejemplo, es un cuento narrado por un idiota absorbido por significados vacíos. Está representando un drama en el que él actúa de asesino. No quiere matar más, pero si no lo hace la obra no puede continuar, retrocedería. "Estoy tan metido en la sangre que ir hacia atrás es un error". Debe matar para que la trama siga adelante. Hamlet quiere implicar a los actores en su asesinato. Los convoca a palacio para que representen el crimen, para quitarle hierro a su acto de maldad. Es consciente de que su actitud lleva a la destrucción. Nos ofrece una enseñanza, un antídoto contra la iniquidad. Me gustan los villanos porque están enfermos. Y yo, como el doctor que se entusiasma estudiando las enfermedades terminales, analizo los comportamientos de los asesinos para comprobar el mal del individuo. El doctor/actor forense detecta la enfermedad y se inyecta una porción pequeña de virus para inmunizarse contra ella. El actor que representa al villano se convierte por un momento en asesino, el problema es no saber discernir cuándo se está fuera y cuándo se está dentro de la escena. Le pasó a Daniel Day Lewis. Representaba a Hamlet y había muerto su padre hacía poco. Se salió del teatro literalmente, se trastornó. Algunos se endiosan y viven una existencia deforme".  
Nos habla Berkoff de la historia del teatro, de cómo en el siglo XIX se recupera en parte la reputación de los grandes actores y directores. Es la oportunidad para que las instituciones públicas den dinero a los actores para elevar el teatro al púlpito que se merece, pero quién va a dar dinero a unos borrachos, a gente de tan mal vivir como los cómicos. Prefieren dárselo a los niñatos abstemios que salen de Oxford y Cambridge que no saben nada de teatro, pero administran mejor que nadie las libras en su provecho. Así comienza la degradación de la escena. Y del cine. Hollywood está prostituido de esta forma, como el teatro actual, como la televisión, como el arte en general.
Shakespeare nos mejora cuando somos capaces de comprenderlo. Sus héroes: Enrique V (joven que suspira al público, lo despierta) Tito Andrónico (sus discursos extraordinarios para salvar a Roma de la guerra cuando acaba de enterrar a su hija), Oberon (un artista de las palabras que encanta con ellas, con monólogos alucinógenos), Otelo (la profundidad de su dolor)... Todos ellos en la figura de un hombre orondo, con la notabilidad de los años rasgando su rostro, con el sosiego y la pasión de su palabra dibujando a los villanos de Shakespeare, con la fascinación del que ha vivido sobre el escenario y fuera de él.
Carmelo Gómez le aplaude con exageración, con un gesto desmesurado que nunca le he visto en la pantalla. Del vino y del jamón de la Dehesa de después ni hablamos.

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