domingo, 3 de julio de 2016

De la Toscana a Venecia: V Verona y Milán


La última jornada de este viaje por el norte de Italia nos reservaba una extenuante sesión de autobús y aeropuerto conjugada con visitas de eyaculación precoz. El calor, como no podía ser de otra manera, se ha unido al deterioro. Ocho horas de autobús, cuatro de aeropuerto y avión, y, entre medias, visitas precipitadas  a ciudades que hubieran merecido más reposo en el viajero.
En Verona, una hora japonesa: circo romano, balcón de Julieta, botella de agua, carrera, vistazo, media vuelta y autobús. Si hay algo más agobiante que este tipo de turismo es este tipo de turismo con altas temperaturas. El autobús nos deja tullidos. Bajamos con las articulaciones en la mano, corremos y deglutimos. El Duomo de Milán, galería Victor Manuel, Scala, corre que perdemos el autobús. Hasta luego, hasta nunca.
Por suerte los chicos no son díscolos, ni energúmenos, colaboran con admirable disciplina. Y, a pesar de su buen proceder, estas visitas de "toco y me voy" tienen el mismo sentido que escuchar un concierto de Chet Baker bajo el agua.
Un respiro en el aeropuerto: uno de nuestros muchachos se atreve con Chopin en un piano dispuesto para amenizar las colas del embarque. Delicioso. Recuerdos dulces, amargos, de Venecia y sus alrededores. En el avión los azafatos y azafatas rememoran la película de Almodóvar "Amantes pasajeros", eso sí, mejoran la interpretación y el argumento. Era inevitable. Solo queda el viaje de Madrid a San Clemente. A las tres de la mañana nos prometíamos dos horas y media de reposo, pero no, el conductor se empeña en celebrar la culminación del viaje con una potente sesión de electrolatino. Todo sea por la educación de nuestros adolescentes.

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