martes, 26 de julio de 2016

Correrías de un pene (basada en hechos reales)


El profesor de guardia llega a clase flojo, sin ánimo, con la dejación de la última hora. El alumnado de 1º de ESO se cobrará con facilidad su pieza. Nada más verlo entrar, con el paso perdido, la vista difusa y la blandura en la voz, los muchachos se frotan las manos por debajo de la mesa. A esa hora tendrían clase de Biología en inglés. La profesora titular los vigila, les pregunta, les hace participar, los mantiene en una constante atención que no les permite recrearse en menudencias. Carotenuto (vamos a llamarlo así), un muchacho que parece sacado de una película italiana de los 80: pequeño, con gafotas y regordete, maquina nuevas experiencias en el aula. Es un innovador, un emprendedor de la gamberrada clásica. Es el primero en percibir la desidia del profesor de guardia y el abanico de posibilidades que les promete.
En el aula de Biología hay un muñeco que se puede desmontar hasta en sus partes más íntimas y, por supuesto, consta de pulmones, corazón, hígado y también pene. Carotenuto, sumido en la efervescencia de su mente sin barreras, detiene la mirada en el pene del muñeco. Lo tiene al alcance de la mano. Solo hay que desmontar la pelvis y los testículos y el pene será suyo. Se lo comenta a su compañero Vitali (otro nombre ficticio), un muchacho con cara de buena gente, pero con la mente tan abierta como Carotenuto. Están unidos no solo por su telepatía, sino porque han atado las patas de sus mesas en el primer descuido del profesor. Cuando se conjuntan ambas inteligencias, la innovación está asegurada. En la modorra del profesor de guardia, Carotenuto desmonta el aparato reproductor y se hace con el pene de plástico duro. Lo introduce en la mochila de Vitali, que siempre está abierta en previsión de circunstancias como aquella. Termina la clase. La tensión que vivirían a la salida si estuviera la profesora titular sería intensa, de las que gustan cuando uno es un habitual de la gamberrada. Pero el de guardia bosteza. Ni siquiera sirve para generar la emoción de la vigilancia. A pesar de su desinterés, los chicos, al sacar el pene de la mochila, gritan eufóricos imaginando la cantidad de satisfacciones que les proporcionará el artilugio. Es una copia perfecta y además se abre por la mitad. En su interior los vasos cavernosos ofrecen el aspecto de un chupachups de fresa y nata. Se lo enseñan a las chicas de clase y amenazan con pasárselo por sus partes más íntimas. Ellas ríen con nerviosismo ante el asedio del pene de plástico. Lo rebozan con silicona; lo exponen en la clase de Religión, sobre la pizarra, como un icono al que adorar; le fabrican una banda de honor y un birrete y lo someten a una ceremonia de graduación...Toda la clase celebra las hazañas del nuevo compañero, convertido en el nuevo ídolo de las masas de 1º de ESO. En lo más alto de su popularidad, la profesora de Biología se da cuenta de su desaparición. Llama a Vitali al despacho, después de una breve investigación:
-Yo sí lo vi una vez, pero no sé dónde está.
No hace falta presionar demasiado. Vitali, en el fondo, está deseando contar las hazañas del pene articulado. Eso sí, sin culparse de lleno. Llaman a Carotenuto al despacho. Está presente su madre.
-No sé. Yo lo encontré en mi mochila. No sé quién lo puso ahí.
-O sea, ¡que lo cogiste tú!
-No, mama, yo lo encontré ahí. Pero no sé dónde para. La última vez que lo vi tenía la punta llena de silicona.
-¡Nene!
La madre llama al cabo de dos horas. El pene ha aparecido (¡oh, sorpresa!) en el estuche de su hijo.
Y ahora vienen las preguntas sesudas: ¿Es a esto a lo que llaman aprendizaje por proyectos?, y lo más importante, ¿serían capaces los alumnos finlandeses de graduar a un pene de plástico?

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