sábado, 9 de mayo de 2015

Estampas V


Le gustaba fumar cigarrillos sin filtro, a caladas nerviosas, como si los masticara. Le gustaba fumar y pasear compulsivamente, arriba y abajo, como los gorriones que recogían migas en la puerta del café decimonónico. Le gustaba fumar y dirigir la banda en la procesión, detrás de los músicos; a veces dirigía solo, sin ellos, cuando el calor apretaba. Tenía la habilidad de las lenguas, hablaba todos los idiomas del mundo, concentrados en muy pocas sílabas que le servían para comunicarse con cualquiera: "Ipló, ichipló; ipló, ichipló". Le gustaba fumar, echar humo por cualquier orificios, sin pausa, para calmar unos nervios que, a veces lo encalabrinaban y lo volvían violento. Solo a veces, cuando le tocábamos mucho los cojones, se revolvía amenazante, se sacaba la pija e intentaba mearnos mientras corría detrás de nosotros. Los viejos nos lo recriminaban, pero no teníamos otra cosa que hacer, nos gustaba sacarlo de quicio y salir corriendo. Le gustaba fumar y, a veces, se convertía en profeta. Nos anunció el cambio climático muchas décadas antes de que se oyera nombrarlo: "El mar llegará hasta Requena; en Denia quitarán las playas y, como en Requena no hay arena, pondrán cojines para tomar el sol a gusto. Dame un cigarrito". Vestía camisa blanca con lamparones y chaqueta de lana en invierno, con remiendos de antes de la guerra. Los pantalones se los sujetaba muy arriba, con un cinturón que le ahogaba la respiración y le subía el tiro para mostrar la roña de los tobillos. Cuando entraba en el bar decimonónico, el dueño solía echarlo al poco porque intimidaba a las muchachas y molestaba a los que jugaban al "hijoputa". A veces, cuando contaba la historia del sargento Fuli, se le hinchaban las venas del cuello, le lagrimeaba el ojo, se le salían los mocos, parecía recuperar la cordura, pero enseguida salía detrás de nosotros con la pija fuera.

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