jueves, 7 de mayo de 2015

Estampas IV


Hacía calor en verano, casi tanto como ahora. Sus ocho años los protegía un braguero de goma rosa. Era molesto, pero hasta en bañador se sentía seguro con él. Notaba las tripas recogidas en las ingles y, por lo menos, sabía que no se le saldrían delante de todo el mundo si no se rompían las cintas que recorrían las nalgas. Ya le había ocurrido más de una vez: el roce de la goma con la piel provocaba que el tirante se desgastara, se rajara y saliera por la pernera del bañador, asomando como un pingajo rosa de difícil catalogación. La suerte es que tenía ocho años y la vergüenza todavía no le impedía pensar en el ridículo de llevar colgando una tira de silicona en la parte alta del muslo.
Su cuerpo de anemia soportaba una cabeza desmesurada, las costillas pugnaban por reventarle la piel y era inverosímil que unas canillas tan delgadas soportaran el peso sin tronzarse. Al subir las escaleras que llevaban al sol, contempló al bañista con bigote y bañador de cuerpo entero pintado en la pared que señalaba el vestuario masculino. 
No se atrevió a tirarse en la piscina grande sin salvavidas, todavía no sabía nadar y sintió pánico al comprobar la profundidad del agua. Hasta entonces, solo se había bañado en el abrevadero de las ovejas que pastoreaba su abuelo. Vio a su padre y a sus amigos lanzándose desde la palanca. Encogían las piernas en el aire y nadaban con la cabeza fuera, ladeada, alargando el brazo derecho una y otra vez con la inseguridad de la gente de secano. La piscina no parecía, como le habían asegurado, una diversión, sino un padecimiento. Resoplaban los hombres con furia hasta alcanzar la escalerilla que les llevara de nuevo a la seguridad de las baldosas ardientes. Salían aliviados, se peinaban con el rastrillo de los dedos, y los bañadores de lana, deformados por el agua, dejaban una holgura indecente en las perneras.
Su padre lo instó a tirarse a la piscina, le caló el flotador y le dijo que los hombres se tiraban de cabeza. No quería hacerlo, pero no podía defraudarlo. Se armó de todo el valor que pudo y se lanzó. Cuando se vio bajo el agua con las piernas atrapadas en la trampa del flotador, sufrió una angustia atroz. Notó que una de las cintas del braguero se le había salido de los botones, intentó respirar, a bocanadas, pero solo entraba agua por su boca. Braceó sin sentido, con pánico, se intentó zafar, pero el peso de la cabeza y las piernas en el flotador no le permitían volver a la superficie.Cuando el amigo de su padre lo sacó de allí, respiró con ansia, desconcertado. Recuperó el resuello, vio el rostro impasible de su padre, esperó un reproche, una reprimenda por no haber mostrado suficiente valor o pericia o qué sabía él. No le dijo nada, se dio la vuelta, le mostró su espalda imponente de hombre curtido y lo dejó solo con el braguero colgando y un moco líquido que notaba entre los labios.Ya no hacía calor, el frío le caló el pellejo y los huesos.            

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