miércoles, 15 de abril de 2015

Dublineses III


Durante el Bloomsday, los dublineses se visten de época para homenajear al escritor que renegó de los irlandeses y huyó de ellos para no sufrir los aromas de la patria. Sería impensable que aquí toda una ciudad se volcara en agasajos por una obra literaria. No puedo imaginar a todos los madrileños con gorguera celebrando el 23 de abril para celebrar la pluma de Cervantes. A los actos con que se conmemora de manera parecida la figura de Valle-Inclán asisten cuatro indocumentados. Aquí nos reunimos para cosas más serias: pasear a hombros a ídolos de madera o lanzarnos en masa a las fuentes de nuestras plazas para celebrar que un niñato ha colado una pelota en una red.
El sol en Dublín es cerveza rubia, y hemos tenido la potra de disfrutarla durante tres días seguidos, los únicos en todo el invierno según nos comenta una camarera croata contagiada por la cháchara dublinesa.
El gran parque de la ciudad, San Stephen Green no es Hyde Park. Los troncos de sus árboles sí se pueden abrazar, pero está plagado de irlandeses: tomando el sol con el torso desnudo, dando el pecho a un bebé, comiendo, jugando al fútbol, hablando y hablando. Las gaviotas sobrevuelan el parque y se dejan caer al estanque. Los escritores muertos jalonan los pasillos entre los setos. Visitamos de nuevo los pubs para calmar la sed de un día de picnic. Nos reciben, aquí también, los escritores muertos. Por suerte no se permite la entrada a las gaviotas. Solo la música celta, las pintas, los escritores muertos y los vivos celebrando no estar impresos en las paredes.      

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