lunes, 9 de febrero de 2015

Carta de una profesora finesa


Por pura casualidad, en un crucero por el Báltico, llegó a mi poder esta carta de una profesora que un finlandés me tradujo al español (hubiera sido mucho más difícil encontrar a un español que conociera el finés). Me pareció, en un principio, un documento burocrático sin mayor interés, pero conforme la iba traduciendo constaté una serie de claves que son muy útiles para comprender nuestras diferencias. Aquí la dejo para el que quiera desmenuzarla.

Kokkola, 24-06-2011
Estimado Administrador de los Servicios Periféricos de Ostrobothinia Central:
Como profesora de secundaria del departamento de Ostrobothinia Central, me dirijo a usted para que tome las medidas necesarias en lo que se refiere a mi deplorable labor educativa de este año. Sin que sirva de eximente, le expongo la situación que he vivido.
Me llamo Maaliskuu Berglund, casada y residente en la ciudad en la que desarrollo mi profesión de educadora, Kokkola. Durante el curso pasado no he sido todo lo competente que hubiera deseado debido a una enfermedad que ha condicionado el desarrollo de mi labor académica. Un herpes que marcaba mi rostro y lo afeaba de manera evidente me ha hecho asistir al aula con una apatía y una falta de profesionalidad que han mermado considerablemente mi rendimiento. Las clases, de no más de quince alumnos de 14 a 18 años, han resultado insustanciales, tanto para mí como para los alumnos que han sufrido mis dolencias. Cuando empecé a notar el eccema que me abrasaba la cara, lo intenté disimular con diversas cremas que solo consiguieron agravar mi situación. Incluso llegué a ponerme un parche ridículo que empeoró todavía más las cosas. Al advertirlo los chicos, se preocuparon por mi estado y me compadecieron (como es costumbre entre los muchachos finlandeses).
Durante este año, debería haber preparado a los alumnos de 17 años para ingresar con la preparación conveniente en el último curso del instituto, pero creo que no lo he conseguido debido a un simple problema estético. No solicité la baja por creer que no era razón suficiente para faltar al trabajo. Mis compañeros, incluso los jefes de estudio y hasta el director me instaron a hacerlo, pero me pareció una falta de profesionalidad y de ética ausentarme por tal nimiedad.
Mi proceso mórbido fue a peor. La preocupación solidaria de mis alumnos me provocaba una cavilación constante que no permitía que corrigiera con precisión ni planificara las clases con la normal exigencia. Atendí, eso sí, a sus dudas, desarrollé el programa de gramática y de literatura finesa, aunque sin profundizar como lo suelo hacer. Mis compañeros me apoyaron en todo momento y yo atendí en lo indispensable a los requisitos documentales que me exigía mi departamento, aunque no emprendí ninguna nueva estrategia ni abordé los retos que se me planteaban en la forma que a mí me gusta hacerlo. También he llegado siempre con puntualidad a clase, pese a la creciente falta de ánimo que se fue apoderando de mí a lo largo del curso.
Nunca, en todos los años en que vengo desarrollando mi labor en este centro, me había sentido tan inútil y con tanto desánimo. Los resultados finales de los alumnos reflejaron, sin lugar a dudas, mi falta de competencia. A muchos de ellos los vi con escasa motivación por asistir a clase, mientras que en cursos anteriores, a algunos se les escapaban las lágrimas el último día de clase. Los agradecimientos de las familias han escaseado, con toda la razón del mundo, y no he colaborado en las actividades organizadas por mis compañeros. Solo quería esconderme en mi casa y tumbarme en el sofá alejada de las miradas y de los trabajos educativos. Mi profesión es muy importante en mi vida. Desarrollamos una labor que pocos pueden realizar: formar individuos con espíritu crítico para que aprendan a disfrutar de la vida intelectual. Y a pesar de mis convicciones, no he cumplido con ellas.
Por todo esto, solicito que se sirva descontarme la mitad del sueldo del curso pasado y que se revise mi práctica académica en el siguiente, no fuera que la apatía me llevara a continuar con estos vicios, como el que maneja una maquinaria averiada. Además, desearía asistir a algún curso de reciclaje profesional para asistir a clases suplementarias por la tarde con el fin de compensar los daños que haya podido infligir tanto a mis alumnos, como a la comunidad educativa en su conjunto. Sin nada más y, esperando que mi solicitud sea aceptada, se despide una humilde profesora que ha faltado a su ética y a su profesionalidad. A sabiendas de que así lo estaba haciendo y, con la responsabilidad de que somos un modelo educativo para toda Europa, no quisiera ser una mancha en el expediente de nuestra magnífica institución educativa.
Por favor, no tarde en contestarme, ya estoy totalmente curada y desearía que el programa de reciclaje se me aplicara durante estas vacaciones, bien yendo a algún país exótico como España para investigar los comportamientos educativos, bien a alguno de los campus de nuestro país ahora que el deshielo ya nos permite viajar con mayor facilidad. Muy suya, su servidora, Maalisku Berglund de Kokkola.

P.D.: Adjuntos le envío los informes de cada uno de mis alumnos, para que compruebe cómo su evolución no ha sido la esperada y, para demostrar, de manera fehaciente mi falta absoluta de profesionalidad y ética durante este curso.

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