jueves, 27 de noviembre de 2014

Crónicas cantábricas III: "El Beato de Liébana y un rosario electrónico"


Cuarto día apartados del mundo real, recluidos en el espacio de locura impuesto por 48 adolescentes alejados de su hábitat natural.
Ni los ecos de la Gran Cruzada Española voceados desde la cueva de Covadonga, ni la profunda impresión del bosque otoñal, ni siquiera la inscripción pornofranquista de la tumba de Pelayo han conseguido reducir la algarabía de los muchachos y el disparo de sus teléfonos móviles. Impregnados por la resina de la Iglesia, nos cuenta uno de ellos que su madre se ha comprado un rosario electrónico. Todas las mañanas oyen en su casa las letanías del difunto Juan Pablo II y maldice el chico la hora en que la Iglesia se incorporó a las nuevas tecnologías.
Y se insiste, sin pausa, en la necesidad de inculcar la raigambre católica en el corazón de nuestros adolescentes despistados por los guásaps y la adrenalina. En Potes visitamos el monasterio de Santo Toribio después de que el desfiladero de la Hermida nos haya rajado el aliento en el autobús con su cuchilla de piedra. Un fraile sobre el púlpito se empeña en insuflarnos de nuevo la fe inmarcesible de la España inmemorial. Nos invita a besar la reliquia de la cruz de Cristo, de "indudable" veracidad científica, ¡qué pereza y qué claustro más desangelado (perdón por la broma)!
Al acabar el día, una luz, el museo del Beato de Liébana en la Torre Medieval de Potes. Nos sumergimos en el infierno de la literatura a través de la guía de su Directora, un dechado de naturalidad y bien hacer. Las plumas del pavo real rasgan el papel y la letra de sangre medieval reproduce el sabor del scriptorium y el calvario al que se sometían los monjes traductores. El arte de la letra capital, de las miniaturas de minio, del veneno respirado en horas y horas de trabajo sobre el caro pergamino. Redondeamos el viaje al medievo con un paseo por el Barrio Viejo de Potes, apenas iluminado por unas teas que alumbran la piedra y la madera con aroma a cuero tundido. Las tabernas nos reclaman, nos espera la rústica solidez de sus brebajes, pero los chicos no dan tregua, son nuevos Ulises apartándonos de las sirenas de barro.Solo unas cañas y un tintillo, que no dan fuerza suficiente para adentrarnos en el verdadero Apocalipsis de una noche de hotel con 48 adolescentes en plena efervescencia de su libido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario