viernes, 31 de octubre de 2014

Metamorfosis del senador ascético


Era de piel fina,
casi transparente.
Sus ojos, limpios,
como una sábana.
No lucía sombras,
ni aditamentos,
se lavaba la cara
con agua de la mañana.
En sus discursos
había contradicciones,
dudas, salvas humanas.
No aseguraba nada,
decía lo que pensaba.
Destilaba honestidad
como quien luce
elegancia.
No participaba de enredos,
cohechos ni sobresueldos.
Era tan atípico
que nadie lo miraba.
Ascendió en el partido
por puro azar, sin ser notado.
Solo al llegar al poder
cayeron en el error
de su piel transparente,
de sus ojos de agua,
de su claridad, 
de su flora extraña.
Intentaron sumarlo
a la causa:
lo untaron de grasa,
le echaron polvo 
a la cara,
le limaron las dudas,
lo malearon
con fuego de lodo
en sucias mañanas
y lo lanzaron sobre el escaño.
Era un hombre nuevo
sin alma,
con putas,
sucio,
con escopeta,
sin ideas,
con billetera.
Se enriqueció con la piel de los pobres
y fue jaleado, al entrar, en el Olimpo de las miserias.  

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