miércoles, 4 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XI: "El curso de los peces de colores".

Fue el curso de los peces de colores.
Tener catorce o quince años no es un regalo, sobre todo para quien tiene que sufrir a 30 de ellos enjaulado en una clase preparada para 25. En las aulas de 3º de ESO se palpa la locura, se pueden tocar con los dedos las hebillas de las camisas de fuerza y se puede oler la química descompuesta de los cuerpos desastrados. Tener quince años supone poseer unas piernas que no te corresponden unidas a un tronco que con dificultad se domina y a unos brazos que obedecen a órdenes que tú no das. Tener quince años supone haber perdido la cabeza en el desayuno y no volver a recuperarla hasta la hora del sueño.
En la clase de Tutoría se decidió comprar unos peces de colores y dejarlos al cuidado del grupo A como ejercicio de solidaridad, responsabilidad y organización. Se habían tratado otros temas: el sexo, las drogas, el acoso escolar..., pero el aire de esa clase tenía algo que hacía morir a las palomas. Ni siquiera los alumnos más consecuentes se comportaban de forma racional, todo se despeñaba por un barranco de estrépito de cristales. Habían conseguido que el profesor sustituto les hiciera los exámenes con libro y de pie, y al de Matemáticas lo desesperaron hasta la venganza. De las paredes del aula resudaba una resina de insania colectiva como si la masa encefálica de todos ellos se hubiera estampado sobre el estuco. Fuera de clase no era mejor: se acosaban, se pegaban, se insultaban y algunos hasta se amaban.
Los peces a duras penas iban sobreviviendo. Las chicas los cuidaban, los alimentaban, les cambiaban el agua y los protegían de los ataques estratégicos de los chicos. El más agresivo, la fumigación con desodorante y espuma. Aparecieron los peces, en el cambio de clase, rígidos sobre la superficie del agua. Todos creímos que habían muerto, pero las chicas cambiaron el agua y resucitaron milagrosamente. Solo el instinto asesino y la crueldad estaba quedando patente en el ejercicio de Tutoría, frente a la vena salvadora de una pequeña minoría. Se sucedieron los castigos, las reprimendas, las broncas de padres y las reuniones moralizadoras. Pero la masa encefálica seguía resbalando por las paredes del aula.
En el último trimestre los dos pobres peces, que habían sido bautizados con el nombre de dos personajes insignes de los "realitys" televisivos del momento, no aparecían. Todos hubiéramos considerado lógico que hubieran escapado por su propia voluntad o que se hubieran suicidado, pero no. Al levantar la vista al techo, en el fondo de las placas blancas destacaban dos ojos vigilantes ya cristalizados. No pudieron soportar a animales tan sosegados, los sacaron de la pecera y los estrujaron entre sus manos ajenas hasta que los ojos salieron disparados de sus órbitas. Estamparlos luego sobre los plafones del techo no fue tarea difícil. Tener quince años te saca los ojos y te desinfla las branquias.
 

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