jueves, 4 de julio de 2013

Las vacas y los días





















Seguía a las vacas
como ellas contemplan el ferrocarril,
con la idiotez del rumiante.
Seguía su ritmo cansino
de ubres bamboleantes
y anoté en mi cuaderno
los pasos recorridos.
Me tumbé en la hierba
como ellas hacen
cuando se hartan de pasear
su pesado cuerpo
por el campo.
Y rumié las nuevas del día.
Y volvió a pasar el tren para
atrapar ahora mi atención.
Sentí el fresco de la tarde
y todo se volvió estrépito,
(por un instante).
Y volvieron las cigarras
con su viola rota
para envolverme en el vacío.
Arranqué unas margaritas
y las mastiqué hasta hacerlas
papilla. Un gusto amargo
llenó mi paladar
y volvió a pasar otro tren,
el de la noche,
ya sin vagones,
con destellos de lámparas
flotando vacilantes en la oscuridad,
rompiendo la noche sobre los raíles,
y rumié las margaritas hasta engullirlas
sin aprensión.
Me acurruqué en la base de una encina
y esperé al sueño con la docilidad
de un animal sin ambiciones,
domesticado, huero.
Con la felicidad de las bestias,
me dormí y me despertó de madrugada
el correo de las siete y media.

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