miércoles, 21 de noviembre de 2012

FOTOMATÓN (IV): "Un cambio de look"


Nueva entrega de "Foto con Historia". En esta ocasión una foto de impacto sobre las nuevas tendencias en el diseño del cuerpo. Les toca el turno a EVA LUIS y a JAVIER GUALDA, alumnos de 2º Y 1º de bachillerato respectivamente. Suerte y al "piercing". También os dejo, además de la impactante fotografía, mi relato sobre la misma.



Cuando P. H. P., exprofesor de Literatura Universal se contemplaba en el espejo, no se gustaba, su imagen dejaba mucho que desear. En el pueblo todos lucían unos torsos moldeados por la dureza del arado y el esfuerzo de la azada. Las chicas, al ver a los muchachos con los brazos y el rostro bronceados y la blancura espectacular de su torso, se volvían locas y caían rendidas en los brazos de los labradores. P. H. P. tenía un gran complejo, por mucho que labraba, sembraba, vendimiaba, recogía ajos, podaba..., no conseguía moldear su cuerpo como les gustaba a las chicas: con esa robustez propia del campo y ese bronceado fragmentario de ciclista corpulento. Tenía que hacer algo, no podía soportar ese desprecio durante más tiempo y se decidió por una solución llamativa. Llamó a su sobrino, que se dedicaba a enjalbegar las fachadas del pueblo cuando llegaban las fiestas, y le pidió a su hermanastra (criada en cámara desde pequeña debido a su afición a morder a los huéspedes) las anillas con las que la sujetaban a la reja de la puerta. Ni corto ni perezoso, se colocó las anillas en los pezones y se dejó arrastrar por su mula más rápida a lo largo de la labranza de una semana, además de dejarse pintar todo el cuerpo con la brocha gorda de su sobrino. Este es el resultado, ahora solo falta comprobar cuál va a ser su éxito en las próximas fiestas del pueblo. Seguro que se lo rifan.

5 comentarios:

  1. Texto de Javier Gualda (1º de bachillerato):

    UN VERANO TRÁGICO.
    Nos remontamos a la guerra civil española, aquel tiempo donde mandaba el miedo y el poder sobre la personas.
    Todo comenzó aquel verano, en el que digamos que para un joven llamado Matías no iba a ser el mejor verano o por lo menos el que él se imaginaba, regresaba a España después de vivir un tiempo en la capital del amor o por lo menos así la llamaban los franceses porque para Matías el amor estaba muy alejado de Francia. Él vino con una mentalidad nueva, un pensamiento más abierto sobre la vida y con unos asombrosos cambios en su cuerpo. Nada más entrar por la puerta de su casa una voz resonó por toda ella, era la de su padre que al ver lo que Matías se había hecho en el cuerpo pronunció “pero hijo mío que trozos de hierro te has puesto en el pecho si pareces un “adefesio”. Sin embargo todas las mozas del pueblo no pensaban eso, ya que se asomaban a las ventanas de sus balcones para verle cuando él paseaba por la calle, podemos decir que Matías empezaba a tener suerte en el amor, con el tiempo se fue enamorando de una joven muchacha llamada Marta, de buena familia con dinero y muy hermosa. En el pueblo se comentaba que ya sonaban campanas de bodas para estos dos enamorados, pero ¡ay, amigos!, como ya os dije no sería el verano de Matías, el avance de la guerra seguía y el ejército gobernado por el general Franco se acercaba al humilde pueblo ´LA LOMA¨. El ejército hizo varios registros los primeros días pero nunca se acercaba a la casa del joven Matías, con unos pensamientos e ideas muy contrarias, él y su mujer intentaron esconderse en un pequeño establo que se situaba a las afueras del pueblo. Un día Domingo, dueño de la taberna del pueblo y gran enemigo de Matías, se dirigió hacia el general Franco y le contó la historia de Matías y el lugar donde se encontraba, las nubes se tiñeron de negro y las frescas rosas se secaron en un visto y no visto. Se venía un trágico final, el ejército se acercaba al establo dispuesto a acabar con la vida de Matías. Al día siguiente todo estaba preparado en la plaza para la ejecución de Matías, el pueblo estaba lleno de tristeza y las abuelas mayores lloraban en la plaza. Al fondo de toda esa gente se empezaron a oír unos gritos, venían de su enamorada Marta que en ellos decía: "Ay Matías, aquel día que nos conocimos supe que eras mi todo. El todo que me hacia soñar, convertiste mis martes por la mañana en sábados por la tarde. Sé que aunque hoy estos indocumentados acaben con tu vida nadie podrá reemplazar ese fuego que tú has causado en mi corazón. Y pase el tiempo que pase yo siempre te recordaré amor mío".

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  2. El texto de Eva Luis (2º de bachillerato):

    Los tiempos cambian, al igual que las modas y las personas. Hoy en día, estamos pendientes de las personas que marcan tendencia y de los personal- trainings para gustarnos físicamente y no nos damos cuenta de que nuestra personalidad no es así y que los medios de comunicación nos están aturullando lentamente dejándonos llevar. Los tatuajes, los piercings, ahora son la moda y por eso hoy en día las personas que no tienen una moda predeterminada y que tienen su personalidad suficiente como para no seguir las modas y les gusta su forma de vestir (aún sin importarle los comentarios de la gente) son consideradas personas "raras" y son mal miradas por la sociedad de hoy en día.
    Si te pasas de lo "normal", también te van a considerar raro. Así que, haz con tu cuerpo lo que realmente te apetezca a la vez que te sientes deslumbrante y arrollador contigo mismo.

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  3. Texto de Sergio Martínez (1º Bto. C 2016):

    Solo era otro día, o eso pensaba yo, una vez más el cielo gris y el ambiente húmedo de Polonia me embargaron, desde aquella maldita crisis del 29 todo parecía de ese color. Hacía ya muchos años de aquello, durante todo este tiempo traté de recordarme a mí mismo que el gris también era un color, pero ese gris se estaba quedando en el pasado, y en su lugar se estaba instaurando un nuevo color…, más oscuro, un tono negruzco que solo podía venir de la mano de esas nuevas ideologías autoritarias que estaban surgiendo del rencor de una gente incapaz de olvidar las rivalidades del pasado.
    Intentaba no recordarme a mí mismo la situación, como cualquier persona normal, en su lugar me centraba en mi trabajo, en las facturas y en mi religión, que, aunque cada vez peor vista en el panorama social, en ningún momento me planteé abandonar.

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    1. Pero había algo que realmente me hacia sonreír por las mañanas y olvidarme de ese color negruzco que lo teñía todo. Ella, como no, era lo primero en lo que pensaba al despertar y lo último que recordaba al irme a dormir…, nunca fuimos una pareja ejemplar, de hecho, no era nada raro vernos discutir a menudo, pero nos queríamos y era lo que importaba. Ella, después de discutir siempre me preguntaba que cómo era capaz de soportar su carácter, yo siempre le respondía lo mismo: “Prefiero la guerra contigo al invierno sin ti”. Lo que nunca me imaginé es que esas palabras iban a tomar un truculento carácter literal.
      Hoy comenzó el día como siempre, con un periódico y un café. Como últimamente era usual, mi sección cómica preferida había sido suprimida para poner aún más noticias alarmantes sobre esos dichosos nacionalsocialistas alemanes, pero yo como siempre, no le di mucha importancia. Al salir del trabajo en dirección al parque donde me reuniría con ella, mis pensamientos se tomaron el lujo de tornarse blancos por un momento, al recordar todos los momentos vividos y hacerme a la idea de que solo faltaban unos minutos para verla.
      Mientras, sentado en el mismo banco me desesperaba esperándola, como siempre, ella apareció a lo lejos con esa sonrisa que hacía que el blanco venciese al color negruzco que teñía el mundo. Pero todo ese blanco se fue al mismo tiempo que llagaron por sorpresa aquellos furgones con esa maldita insignia, esa insignia que se quedaría grabada en la mente colectiva de Europa y del mundo como un mal recuerdo que jamás nadie olvidaría.

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    2. Todo se volvió negro, mientras entraba en ese furgón que olía a miedo y muerte, a ella la montaron en el de mujeres mientras de mis labios se escapaba un último “te quiero”. Mientras me apelotonaba junto al resto, en mi cabeza solo resonaban las palabras que siempre le repetía, las cuales el destino había convertido en una ironía macabra, ya que, la guerra no la pasaría con ella y mi único consuelo, sin embargo, era que ese invierno que tanto le mencionaba fuese a su lado.
      Cuando llegué a aquel sitio me convertí para el mundo en no mucho más que el número que me asignaron, pero mis días se hicieron más amenos cuando conocí a Alexey, era otro ruso terco que como tantos otros tenía la cabeza corrompida por los delirios del comunismo, nuestras conversaciones eran escasas, pero era lo más parecido que tenía a un amigo en ese infierno. Los meses pasaban y la vida seguía como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, hasta que llego el día en el que Alexey, como temía, salió en ciega defensa de sus ideales cuando se encontró de frente con el intolerante fascismo que todo lo rodeaba.
      Aquello hizo que se ganase una cruel tortura, le perforaron el pecho y le colocaron dos pesadísimas argollas de metal, al principio solo tenía una expresión constante de abatimiento, pero al mismo tiempo que su pecho se deformaba esa expresión se iba convirtiendo en una horrible mueca de locura que recordaba a una sonrisa. Desde entonces nunca volvió a ser el mismo y lo único que me quedó en ese infierno durante los siguientes años fue el melancólico recuerdo de una sonrisa.
      El tiempo pasó y mientras mi mente estaba sumida en recuerdos y traumas sonó una sirena de alarma que evocaba un rayo de esperanza. Los rumores eran ciertos, el frente del este estaba cayendo y vimos entre gritos de alegría como el ejército rojo avanzaba hacia nuestra posición, Alexey a su vez se limitó a mantener esa mueca constante y con la mirada perdida.
      Una vez liberados, los rusos nos alimentaron, pero Alexey, incapaz de pronunciar una frase coherente debido a su locura, era el objeto constante de las burlas y vejaciones de los compatriotas a los que una vez llamó hermanos. Hasta que un día haciendo acopio del ultimo rastro de cordura que le quedaba cogió un fusil y acabó con su vida, pero mientras la sangre lo rodeaba, esa mueca continuó en su rostro, constante y acompañada de una mirada muerta.
      La guerra acabó y llego el invierno de mi vida, volví a mi pueblo y me senté en el mismo banco, en el mismo parque, y hora tras hora, día tras día me desesperé esperándola, como siempre lo hice, pero ella nunca llegó.
      La muerte me visitó años después en el mismo banco, esperándola, estaba sumido en mis recuerdos, se me venía a la cabeza la mueca de locura de mi amigo, pero el recuerdo predominante y el que ocupó el puesto de mi último recuerdo fue una sonrisa, una sonrisa que hacía que todo se tiñera de blanco.

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