viernes, 14 de octubre de 2011

Vanidad

Si la vanidad anidara en las ramas de los cipreses,
la acompañaría hasta la cancela del cementerio
para invitarla a contemplar la nada.
Pero no, la vanidad pone sus huevos
en los rincones de la sangre,
junto a las vísceras humeantes de los cuerpos
desnudos.
Y se deja ver revoloteando en los vestíbulos de lujo
y deja caer sus deposiciones sobre las cabezas y los hombros
para teñir de mierda los cabellos y los trajes.
Si la vanidad anidara en las ramas de los cipreses,
no estaría amasando palabras
como si moldeara excrementos de ave.

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