viernes, 5 de agosto de 2011

Análisis de "Criaturas del Piripao" (X)


En la décima entrega, David Arona analiza el espacio en el que se desarrollan los hechos:

II. 2-. Espacio.

Almente es un pueblo ficticio de la provincia de Cuenca, podría ser de Albacete o de cualquier lugar de la España del momento. Su referencia real podría ser Almansa, San Clemente, Sisante, Utiel o todos a la vez. Lo verdaderamente significativo es que está en las antípodas del Paraíso, constituye para Suero Laínez el mismo infierno, aunque al principio él esperaba otra cosa: “No sé si me encuentro en la patria de los hombres santos y desinteresados pero nunca, en todos los días de mi vida, se me ha dado tanto por nada. Recuerdo ahora aquella tierra famosa del Piripao, donde los ríos son de miel y los árboles producen tortadas, paraíso fingido de los hambrientos en el que me parece que he atracado”. Esta criatura que cree haber arribado al paraíso terrenal, si no fuera por su ridiculez caricaturesca nos conmovería hasta la médula por su radical ignorancia y candidez. Cuando leemos esto, la ironía del título nos golpea con guasona contundencia: Criaturas del Piripao.

A propósito del paraíso escribe Michel Onfray: “Después de recorrer varias horas el desierto mauritano… cielo blanco y ardiente, árboles calcinados y escasos, matas de espinas arrastradas por los vientos a través de extensiones infinitas de arena anaranjada… pienso en las tierras de Israel y de la Judea samaria, de Jerusalén y Belén… aquellos lugares donde el sol quema las cabezas, reseca los cuerpos, deja sedientas las almas y provoca deseos de oasis, ansias de paraísos donde el agua corre fresca, límpida, abundante y el aire es dulce, perfumado y grato, en los que abunda el alimento y la bebida”. El paraíso nace del infierno terrenal. El Piripao, el edén, el cielo se origina en el sufrimiento de este mundo. Si no hay sufrimiento el ser humano no necesita creer, no necesita esperanza, no precisa imaginar… por ello, las religiones monoteístas institucionalizadas saben a la perfección que deben perpetuar el sufrimiento en Almente, en la provincia de Cuenca, en España, en el mundo que dominan, para que así incluso sus hogueras criminales, se perciban como una liberación. De ahí su obsesión con la muerte, puerta de salida de este valle de lágrimas- ya se encargan Fray Berto, el obispo Cañizares, el Santo Oficio, de que lo sea- hacia la ficción de mundos subyacentes.

Dios y el paraíso nacen en la arena calcinada, no sólo en el desvalimiento existencial del hombre sino especialmente en unas condiciones materiales de existencia asfixiantes; Dios es más deseado, cuanto más temor se acumula al estar vivo. De ahí la persecución del placer, de la mujer, e incluso de la risa, indicio de la alegría, conjura del miedo (recordad a Jorge de Burgos en El nombre de la rosa y su obsesión por preservar en secreto la parte de la poética aristotélica dedicada a la comedia).

Frente a las religiones, la literatura. La ficción literaria nos habla, a menudo, de paraísos no celestiales, sino terrenales. La cultura que emana del arte libre busca mundos que pueden ser, a partir de las características y potencialidades más nobles del ser humano. Por ello, la versión talibánica de las religiones y los regímenes dictatoriales odian el libro y destruyen y persiguen la cultura, porque es una creación humana que apunta a nuestro progreso como especie en la construcción de un Piripao real donde se nos permita ser como criaturas. En esta línea de trabajo y de lucha se inscribe esta novela.

Respecto a la sintaxis espacial, la trayectoria de Suero y los cómicos por un lado, y de Mencía por otro son opuestas. Los cómicos salen de la villa, viajan hasta Toledo, cosechan éxitos y se dirigen unidos, y en armonía hacia Cuenca, de hecho Suero, cuando presencia el auto de fe y la actitud de Mencía desea convertirse en hereje. La actitud de la yerbera produce una catarsis final en Suero, un momento de empatía y de lucidez a favor de la dignidad que se rebela. Sin embargo, Mencía es atrapada en el laberinto procesal de Almente, sufre la desgracia del asesinato de don Lino, un verdadero mono con forma de hombre. El comisario de la inquisición pese a ser un individuo que goza sádicamente del poder sobre sus víctimas está inclinado a favor de la morisca por el remedio del apio que esta le susurró para “calmar su crónico dolor”. Desgraciadamente, Don Lino de Benita es degollado en la puerta de su casa mientras que Mencía, ignorante de este hecho, siente todavía esperanzas de salvarse. Otra ironía del destino, somos juguetes en manos ajenas. A veces nuestro triunfo o fracaso, nuestra salvación o perdición dependen de un detalle insignificante…

Al igual que Caín fue expulsado para no regresar al paraíso, Mencía sale hacia Cuenca para no regresar nunca más a su casa. Será la principal figura humillada en el auto de fe y servirá para alimentar el morbo de la chusma en la hoguera a las afueras de la ciudad. La racionalidad de la morisca se opone al salvajismo irracional del publico asistente a las ejecuciones. Su humanidad desafía a la “turbamulta que vociferaba con la locura de los privados de razón”.

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